José Carlos Somoza

José Carlos Somoza - Políticamente yo

¡Temblad, lectores!

¡TEMBLAD, LECTORES!

 

Es cierto que el autor sevillano Luis Manuel Ruiz es culpable confeso y público de perpetrar algunos de los mejores asesinatos literarios en castellano de la nueva generación, aunando una prosa muy cuidada con la pirotecnia de una trama a la que le sienta bien el traje de lo "original" (que no nos sienta bien a todos, aunque pretendamos haberlo comprado en la misma tienda):El criterio de las moscas, Solo una cosa no hay, La habitación de cristal, Obertura francesa, Tormenta sobre Alejandría o El hombre sin rostro, avalan la calidad de su obra. Esta última, en particular, con una trama frenética a 30 kilómetros por hora (pero 30 km/h de los de antes, que valían más) es difícilmente superable. Sin embargo, en su última novela Temblad villanos (Premio Málaga de novela 2014) ha logrado -en opinión de este modesto lector/autor- precisamente superarse.

 

No es difícil resumir la idea tras los bastidores que ofrece la última novela de Luis Manuel Ruiz: un misterio tejido de asesinatos y enigmáticas viñetas de cómics. Ya en sí mismos los cómics son una presencia curiosa (y curioso que sean tan curiosos) en nuestro mundillo de novela negra o de fantasía. Aunque muchos de los autores que cultivamos estos Temblad -villanos2perversos géneros somos aficionados al cómic y al cine por igual, este último cuenta con un más que nutrido monumento de novelas en su honor, en comparación con el más exiguo del mundo de Hugo Pratt, Milo Manara o Frank Frazetta… No digamos si añadimos nombres como Hergé y su Tintín o Goscinny-Uderzo y su Astérix, o incluso (venga, vamos a decirlo todo) Ibánez y su magnífico Mortadelo. Pese a la indudable importancia que en la cultura de géneros de nuestro país han tenido estos creadores y creaciones, un prurito de… quizá dignidad mal entendida o precaución peor entendida nos ha refrenado siempre a los que hemos sentido la tentación de incluirlod en nuestras depravadas, perversas, terroríficas y eróticas novelas. En un mural del último piso del Museo del Sexo en Nueva York figuran los, al parecer, únicos dibujos obscenos de personajes de Disney que escaparon a la cacería de los infatigables abogados de la compañía… Yo lo he visto y, sinceramente, señores: contemplar a Blancanieves en un gang bang con los siete enanitos (cortitos en casi todo) no puede ni compararse a mencionar al dulce Tintín y al cariñoso e inocentón Mortadelo del "¡mire que llega usted a ser burro, mire que…!" en una trama literaria que haría palidecer a un Hitchcock y que nada tiene que envidiar al gore de un Thomas Harris y su Hannibal Lecter. Sin embargo, Luis Manuel Ruiz los hace encajar con suavidad de bala en la recámara de una pistola bien aceitada, casi ni oímos el clic.

 

Y no es esto lo único que hace. En la trama avasalladora de "Temblad villanos" aparece un elenco de personajes inolvidables como el inspector amante de Bach, el niño amante de la relatividad (que odia a Bob Esponja), el coleccionista de palíndromos, el experto en lenguas vivas, muertas y momificadas… y un largo etcétera, definidos con la prosa incisiva y profunda a la que nos ha acostumbrado su autor, junto a un suspense que, en ocasiones, nos escalofría. Añadiré que es una de esas buenas novelas policiacas en las que los protagonistas se enfrentan a un caso pero el lector se enfrenta a varios… y Luis Manuel Ruiz logra acorralar nuestra imaginación y dar un bonito jaque mate al final.

 

Todos esperábamos el retorno de Luis Manuel Ruiz con algo bueno y novedoso, y cuando salió El hombre sin rostro confirmé las expectativas: pero Temblad villanos es el anuncio de que puede superarse a sí mismo. Temblad, lectores.

 

José Carlos Somoza

 

 

Irrealismo vulgar

 

Irrealismo vulgar

José Carlos Somoza

 

Muchos años después, sentado ante el ordenador, he recordado el día que mi padre me hizo conocer a García Márquez. Eran aquellos unos años -década de los setenta- en los que los escritores usábamos máquinas de tinta y las palabras poseían peso y olor y manchaban los papeles. Unos años en los que, si querías leer, visitabas librerías o bibliotecas. En los que los libros, como las personas, no acababan cuando concluía su vida útil, sino que había que seguir cuidándolos como a ancianos, soplar sobre sus cantos, sacudirles el polvo, ordenarlos en las repisas y no doblarles las páginas. Años en los que la luz solo servía para iluminar y nadie imaginaba que íbamos a trabajar, gozar, aprender y enseñar con luz. En los que las revistas, fascículos y periódicos -esos hermanos pequeños de la lectura- tenían un propósito útil y un público deseoso. Recuerdo que, cuando mi padre me enseñó aquel libro en la revista de Círculo de Lectores, lo primero que me llamó la atención fue que, en lugar de la esperable portada de pistolas, muchachas muertas, ojos en la oscuridad o manos
crispadas -la novela policiaca era lo único que leía mi padre en esos años- hubiese una viejecilla vestida de luto sentada en una silla. "Este es la mejor novela que he leído en mi vida", me dijo, para mi sorpresa. Eran los años del realismo mágico.

 

Yo me fiaba de mi padre, y la leí. Me gustó la historia de la familia Buendía, me gustó Úrsula Iguarán, me gustaron los inventos de Arcadio. Y me dejó asombrado, literalmente, la escena en que Remedios la Bella (creo recordar su nombre)
Realismomagicoascendía a los cielos presa de una palidez de neblina y un arrebato de mística atea. Pero sobre todo recuerdo su poderoso realismo de pucheros, faenas, ambientes cotidianos (Remedios levita mientras tiende ropa en la azotea), cuerpos que podían tocarse, palabras dichas frente a los oídos que las escuchaban, besos que se saboreaban como fruta tropical. Sensaciones físicas reconocibles, inmediatas. Era imposible contar esas cosas de ninguna otra forma que no fuese con palabras, ni experimentarlas de ninguna otra forma que no fuese sosteniendo papeles en la mano. Ninguna imagen, ninguna luz, ninguna realidad tenía el suficiente poder. Eran los años del realismo mágico, escondido en las páginas de los libros como los hechizos en los grimorios.

 

Hoy aún no han pasado cien años desde esa novela crucial, y el realismo mágico parece desfasado. El milagro se ha hecho cotidiano. Las palabras viajan como asteroides, cruzando de una a otra pantalla como a través de un enorme cosmos, igual de fugaces. Macondo ha dado paso a un planeta entero de comunicaciones enredadas, relaciones frágiles, noticias olvidables y magia que, por habitual, se ha hecho demasiado común. Asombroso, útil, insospechable irrealismo, tan doméstico que se ha vulgarizado. Años de irrealismo vulgar. Y sospecho que nuestra soledad es aún mayor que hace cien años.

 

Al menos, Gabo ha sido dado de alta. Bien.

 

El fandom-capullo

 

El fandom-capullo

José Carlos Somoza

 

¿Recordáis "La invasión de los ladrones de cuerpos"? Estos seres alienígenas en forma de vainas con capullos dentro que, al salir, adoptaban la forma de seres humanos conocidos y suplantaban así las identidades. El fandom, o cierto tipo mal entendido de fandom en este país, me recuerda muchas veces esa peli (que es una peli de culto en ciertos círculos fandoms): grupos de aparentes "críticos literarios" que en realidad ocultan bajo su capullo a un escritor frustrado, y que, una vez brotados de la semilla, se mezclan entre el grupo y se dedican a pastorear en pro de su inefable causa.

Que conste, en primer lugar, que soy fan de varias cosas, aunque no del "dom". Pero veo genial compartir los gustos literarios, lúdicos, con un grupo, de manera que eso incremente nuestro placer. Las desventajas son mucho más importantes, claro: la cultura no es un equipo de fútbol al que vayas a animar con banderitas y con el que llores si lo ves perder. Pero cada tontería tiene su edad, y el fandom inocuo, inocente, no es una excepción.

En nuestro país, por desgracia, abunda la otra clase de fandom, la peligrosa. Los popes, los que se creen con derecho (y deber, ay) de enseñar a todos lo que está bien y lo que está mal, recién salidos del capullo donde han abandonado como un molde su vieja y ya vacía pretensión de ser escritores. Y aun esta clase de fauna mezclada entre el grupo de verdaderos fans carecería de importancia si no hiciesen todo lo posible por perjudicar la ya muy perjudicada literatura de género en nuestro país.

Porque, eso sí, el fandom-capullo hispano, reciclados en la vaina desde escritores frustrados a falsos críticos literarios, rechazan sistemáticamente a los escritores españoles de género. No solo eso: los ignoran y presumen de su ignorancia, dedicando todo su interés a escritores foráneos. Cuando vuelven su cansada vista hacia España lo hacen con un suspiro y lamentan que no haya en este país ningún Philip Dick, ningún Asimov, ningún Lovecraft, ningún Stephen King, ningún George Martin…

 

Fandom -capullo

 

No ha sido demostrado aún fuera de toda duda que el fandom-capullo haya leído a todos esos autores que afirman alabar (y sobre todo ha sido demostrado que NO han leído a los autores españoles a los que ignoran sistemáticamente). Con lo cual surge una pregunta lógica: si ese fandom-líder no lee a los autores que ensalza ni a los que rechaza, ¿qué lee? ¿Qué sabe? ¿A quién puede aconsejar sobre qué? Y sobre todo, ¿cómo puede estar tan seguro de los valores literarios de género que hay en España si no los conoce? Incluso conociéndolos, incluso habiéndolos leído y siendo fan declarado de casi todos ellos, yo no estoy seguro de nada: un Asimov, un Dick, un Lovecraft, se hacen con una mezcla de trabajo, talento y suerte, todo ello embotellado y (proceso clave) dejado envejecer el suficiente número de años.

Ningún genio -español, inglés, estadounidense- lo es de la noche al día, y menos en el maduro arte de la novela. Un buen escritor necesita la perspectiva de los años para ser visto como se debe. Y desde esa perspectiva (unida a las tradicionales dificultades con que el escritor de género español debe enfrentarse para abrirse camino internacionalmente, y a las barreras infranqueables de tiempos pasados), solo desde esa perspectiva, es posible decir que en España sí hay, o no, grandes valores literarios de género. Ningún fandom-capullo puede sancionar eso ahora mismo.

Pero ¿sabes cuál es la razón de todo? Que mientras que el escritor no se hace en un día (ni se deshace en otro), el fandom capullo sí. A estos les basta con salir de la vaina y tomar la forma de pobres y sufridos fans para pintarrajear con sus grafitis en los muros virtuales de blogs, tuiters y facebooks y desaparecer de nuevo al cabo de un par de añitos… Aunque no importa que se esfumen. Mirad: nuevos capullos crecen…

Capullos nunca faltan en nuestro fandom.

 

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Lo real

 

Lo real

José Carlos Somoza

 

No conozco visión más acertada sobre el arte que el relato de Henry James Lo real. Un ilustrador de libros necesita dos modelos para dibujar un caballero y una dama ingleses. Pone un anuncio, y, para su sorpresa, se presentan en su estudio un verdadero caballero y dama ingleses. Son aristócratas venidos a menos que tienen que sobrevivir de alguna forma y buscan trabajo. El protagonista los acepta y comienza a pintar con ellos. Pero todas sus ilustraciones son rechazadas porque no reflejan "la realidad" de los auténticos caballeros y damas ingleses. El pintor se queda asombrado: ¿cómo es posible, si sus modelos son "realmente" un auténtico caballero y una dama? Al fin, la historia da un vuelco: los criados del pintor, gente de baja extracción social, empiezan a posar como el "caballero" y la "dama" y las obras, a partir de ese momento, son un éxito. El sarcasmo final es terrible: los papeles se trastocan, y mientras los criados siguen trabajando como modelos para el pintor, el caballero y la dama aceptan trabajar como criados. Una frase de James ilumina la moraleja: "En la engañosa atmósfera del arte, aun la más grande respetabilidad puede no resultar práctica". Esto es un consejo irónico. James quería decir: "En el arte (literatura incluida) es precisa la apariencia." El arte necesita de la Lorealapariencia, igual que los romanos necesitaban que la mujer del César lo "pareciera". Que lo aparente sea real no sirve de mucho si no lo parece.

 

James, por supuesto, no quería hacer filosofía estética sino criticar las supuestas maneras "nobles" de la alta sociedad de su tiempo. Quería demostrar que la idea que se tenía en la época de esos "nobles" no estaba relacionada con la procedencia social tanto como con una serie de gestos aprendidos y fáciles de imitar, una apariencia superficial. Pero, queriéndolo o sin querer, nos dio una prodigiosa opinión sobre el arte. Este conflicto entre realidad y representación es lo que ha definido el arte desde sus inicios.

 

Hoy se habla de cosas tales como "novela realista", "reflejar la sociedad" o "servir de espejo a una realidad social" cuando se habla de literatura. Algo semejante ocurrió con el conflicto entre arte "realista" y "abstracto": ¿debía pintarse lo que todos veíamos (oh, sacrosanta mayoría) o solo lo que el artista veía? Pero, mientras que en las artes plásticas este pulso fue ganado ampliamente por los abstractos, en literatura (española, para más señas) sigue siendo difícil hablar de algo que no "parezca" real. Los territorios están tan separados que se ha establecido incluso una categoría de ficción llamada de "no ficción" (!!), para que los amantes de la realidad puedan sentirse cómodos al perder su tiempo leyendo novelas. Pero nos olvidamos de que, como artistas, nuestros modelos de "realidad" distan mucho de ser "reales". A todo el que defiende esa falsa realidad de modelo disfrazado me gusta decirle: "Lea usted física cuántica, hombre: entérese de una vez de que lo real no se parece en nada a la realidad."

 

 

Steampulp

Steampulp

 

Al "steam" no le va tanto el "punk" como el "pulp". No ha habido época más grotesca, en cuanto a ficción literaria (pero quizá muchas más cosas), que la victoriana. Es como encontrarte un soberano estanque en mitad de un parque inglés. Todo ordenado, bello, rodeado de setos y flores… pero, bajo esa agua cobalto impenetrable a la vista, ¿qué se oculta?

 

La afición de los victorianos al folletín grotesco es de sobra conocida. No se salva ni Dickens, porque lo grotesco no necesariamente indica (ni mucho menos) mala literatura. Hasta "Canción de Navidad" tiene escenas realmente chocantes Steampulpcon el avaro y los fantasmas, como las tienen "Casa desolada" o "La tienda de antigüedades". Ni siquiera el cuento infantil permanece virgen de los toques grotescos, con un "Lewis Carroll" dedicado a atormentar a una niña de rizos rubios en un país donde la razón no funciona.

 

Descendiendo a los sótanos (no por calidad sino por temas) más oscuros: ¿qué decir de Bram Stoker? ¿O de Arthur Machen? ¿O M. R. James? Es cierto que lo verdaderamente "pulp" se inventaría en Estados Unidos, no en Inglaterra, pero no es menos cierto que la atmósfera victoriana se extendió fuera de los confines británicos y halló en el puritanismo y la represión de la Costa Este americana un terreno abonado para esas historias donde anidaban una violencia y un horror que ahora nos parecen (erróneamente) fruto de un Tarantino en películas o un Cormac McCarthy en libros. Pero las pesadillas de un Poe, un Hawthorne, y los post-victorianos de la célebre revista Weird Tales -el reino del pulp- como Sheridan Le Fanu, Robert E. Howard o Seabury Quinn, nada tienen que envidiar los terrores modernos. En los cuentecitos "inocentes" de un Seabury Quinn ya están condensadas muchas de las fobias que luego explotarán en cine Michael Haneke o Lars von Trier, por no mencionar a Pasolini, y en literatura el susodicho McCarthy o J. M. Coetzee, entre muchos otros. Echad un vistazo, si no, a "La casa de las máscaras de oro", o a "Poltergeist". Claro está, a Quinn los separa de todos ellos un abismo de mediocre calidad, pero tampoco pretendía tener mucha cuando escribía sobre su inefable investigador de lo sobrenatural, Jules de Grandin (una mezcla de Poirot menudo y Holmes francés). En España podemos disfrutar de algunas buenas versiones al castellano de este raro escritor heredero de la represión victoriana en colecciones como Valdemar.

 

¿Qué tuvo esa época de guantes largos, reverencias, chisteras, parasoles y educación, para que bullera por debajo un magma de horrores que luego cuajaría en el dios-molusco de Lovecraft? ¿Qué clase de época fue la victoriana para alumbrar por igual al diurno Dr Jekyll y al Mr Hyde noctámbulo?

 

Mucho más que el steampunk de vapor fantástico de H. G. Wells, el morbo oleaginoso de los victorianos, el steampulp (esa "pulpa" negra en que se convierte el protagonista de "Los polvos blancos" de Machen), refleja la necesidad de una válvula de escape para la máquina de hierro a toda marcha pringada de aceite y carbón que fue esa época de belleza científica, ajada moral y severas injusticias.

 

José Carlos Somoza

Leer lo que se debe ver

 

Leer lo que se debe ver

 

¿Hay aún quien lee teatro hoy? Me refiero además de actores y directores. Quiero referirme a los lectores de todos los días, a aquellos a quienes gusta un buen libro de ficción. A quienes leen novelas, y acaso relatos. Es posible que también a
El -consejero -portadaquienes se asoman al jardín de la poesía de vez en cuando. Pero ¿qué ocurre con el teatro?

 

Si no habituamos nuestra mente a leer dramas (más allá de los que pueden encontrarse en los periódicos) nos perdemos, me parece, una grandísima parte del goce que la literatura puede procurarnos. Es verdad que el teatro nace para ser contemplado, pero no es menos cierto que algunos autores merecen que nos asomemos a sus obras antes de que los actores les den vida. Nuestros ojos también son muy capaces de "actuar" y dar vida a los textos clásicos, no solo de Shakespeare, por mencionar al grande entre los grandes del teatro y de toda la literatura (¡opinión de Bardólatra!), sino también de algunos otros de los también grandes como Calderón, Beckett, Pirandello, Ionesco, Camus, Pinter… Y quien piense que la lectura de obras dramáticas forzosamente ha quedado anclada en el pasado debido al imperio absoluto que hoy ejerce la novela, le llevaría a asomarse a la recientísima "El consejero" (Random House) de uno de mis autores preferidos: Cormac McCarthy. Es verdad que es más bien guión dramático de cine que teatro estricto, pero muchas de las obras de Valle Inclán también parecen haber nacido solo para el cine. No he visto aún la película de Ridley Scott basada en la obra de McCarthy, y tardaré en verla, pero este genial narrador (estupendo en "La carretera", insuperable en "Meridiano de sangre") posee la rara cualidad de dominar la prosa arrebatadora de una descripción, a la vez que la estructura mercurial del diálogo dramático, y para muestra nada mejor que este Consejero, escrita con la frialdad típica de McCarthy, o el tenso diálogo de Sunset Limited.

 

Estas obras destinadas a "verse" no deben de ser condenadas "solo" a verse. ¡Ay, si pudiéramos leer esculturas y escuchar pinturas! Ya que no podemos, gocemos de leer teatro: magia sinestésica como pocas.

 

José Carlos Somoza

 
 
 

El fin de la novela degenerada

 

El fin de la novela degenerada

 

José Carlos Somoza

 

Somos cada vez más los que creemos que no debemos seguir unas reglas específicas para escribir novela de género, y que vale también mezclar los géneros en la coctelera de la imaginación o pasarlos por la trituradora. Sin embargo, paradójicamente, la crisis del libro como objeto de consumo está haciendo cada vez más difícil que un autor cualquiera, consagrado o no, publique novelas de según qué géneros o donde los géneros no están claros.

 

No hay que sorprenderse por esto: el mercado se impone. Las editoriales son empresas, y en este mar tempestuoso se asemejan a balsas de goma pinchadas, llenas de parches y remiendos (fusiones con otros grandes grupos editoriales), pasajeros a los que se expulsa al azar (empleados despedidos) y supervivientes que solo esperan el hundimiento, tarde o temprano, de la particular balsa en la que les ha tocado naufragar. Ello ha provocado que, si antes la fórmula "esto reclama el lector = esto es lo que le damos" era la regla de oro de cualquier gigante editorial, hoy se ha convertido en ley absoluta de todo lo que se publica. Y los primeros perjudicados somos, irónicamente, los propios lectores: se acaba la variedad, se extinguen las diferencias, se minimizan los riesgos hasta extremos microscópicos, se apuesta sobre (casi) seguro. Por la misma puerta de mercado que se cuela un novelista sueco con una trilogía de novela negra social penetran en tropel cincuenta novelistas también suecos (increíble pero cierto) que escriben otros tantos clones. Si una autora triunfa con una novela de softcore de temática sadomasoquista, ahí llega como un río torrencial la publicación de novelas de similares características firmadas (naturalmente) por autoras.

 

Esta carrera desesperada por la supervivencia ha perjudicado seriamente un aspecto de esa variedad que estaba empezando a despuntar en nuestro país: la mezcla de géneros, la exploración de nuevos caminos en la narrativa del thriller o la ciencia ficción. Los libros que se publican, como los orientales para el occidental, se parecen peligrosamente entre sí. La "degeneración" ya no tiene salida editorial en el mainstream. Llega la hora de ser iguales para poder optar por existir.

 

Espero que los últimos mohicanos de la degeneración que nos reunimos este finde en Valencia en la Hispacón 2013 podamos discutir este y otros puntos, y nos sintamos iguales, al menos, en el hecho de ser diferentes.

 

 
 

Amenazas

Amenazas

 

José Carlos Somoza

 

Se acerca, ya se la ve venir cual pesada carroza en cabalgata de Reyes: la Navidad estará aquí antes de lo que pensamos. Imagino que estas queridas y odiadas fiestas, al menos para los adultos, contienen también una parte amenazadora: regalos, visitas, cambios, ruidos, luces y alguna resaca que otra. Muchas veces la amenaza se traduce en un aumento injusto de responsabilidades.

 

Pero es que, detrás de este paso luminoso de petardos, se acerca... 2014. ¿Amenazador? Pues oiga, no lo sé, pero así parece. Últimamente es fácil ganar en la ruleta del futuro si lo apostamos todo al "negro ocre". Claro está que también llegará Fin de Año y se brindará con cierta esperanza, ese champán de nuestro ánimo, por que los tiempos mejoren y podamos estar aquí para seguir brindando un año más. Sea como fuere, solo cuando 2014 esté aquí, o nosotros en él, sabremos lo que trae consigo.

 

Amenazas no son hechos consumados: son expectativas sobrecogedoras, posibles o probables, que implican cierto riesgo. Esperanzas es más o menos lo mismo, pero en sentido positivo.

 

En este panorama, hay otra cosa que también se acerca, incluso antes que la Navidad o 2014: me refiero a la convención española de fantasía, Hispacón, a celebrar en Valencia entre el 13 y 15 de diciembre, y en la que seguro que coincidimos muchos de nosotros. La Hispacón no creo que sea una amenaza, es más bien una esperanza. La esperanza de que, pese a las fiestas irremediables, y pese a 2014 y sus secuaces (2015 y el resto), seguimos interesados en leer y escribir literatura de fantasía.

 

Naturalmente, como esperanza que es, lleva dentro una amenaza implícita: ¿qué pasará con esa literatura en el futuro próximo? Acaso ni siquiera un escritor de ciencia ficción puede anticipar tanto.

 

¿Mi deseo? Que se cumplan las esperanzas.

 

Que no se hagan realidad las amenazas.

 

 

Con V de noVela

En "Con V de Vendetta", el cómic de Alan Moore luego convertido en película, un justiciero enmascarado se desmarca de las leyes y los hábitos imperantes para plantear una apropiada revolución. Su misión no es triunfar, ni siquiera sobrevivir, sino contagiar en los demás ese impulso, trasladar esa llama a la mayoría que, portando su máscara también, simbolicen el aplastante poder del deseo de cambio.

Hoy abrimos varios de nosotros un blog en las páginas de Anika con un deseo, sospecho, muy parecido. Me pregunto a veces, contemplando esa máscara risueña que es la literatura de ficción, las novelas, si queda alguien todavía en este mundo traicionado y desengañado que considere que la lectura es liberadora, más aún, revolucionaria, la verdadera forma de pensar por nosotros mismos y adoptar nuestra propia máscara y acabar con las mentiras y los engaños del sistema y sus valedores.

¿Tiene aún cabida la literatura en esta sociedad de parados, de sufridores impenitentes, de políticos tramposos? Cuando lo que importa es la mera supervivencia, el resistir con un sueldo exiguo hasta fin de mes mientras vemos cómo día a día las promesas se rompen, las aparentes verdades de quienes ocupan puestos de poder se muestran como falacias, ¿qué importa el destino de los libros, y con ellos, el de miles de libreros y editores? Cuando lo que se dirime es si una familia puede aguantar tras la barricada de una casa o será expulsada por medios legales, desahuciada de la vida, ¿tiene sentido clamar por la pervivencia de objetos tan inútiles como los libros?

Golpeado por un ocio cada vez más tecnológico, desplazado por la apisonadora de las imágenes, las películas, los videojuegos; en medio de una sociedad alarmada que busca cada vez más una evasión ya enlatada, fácil, ofrecida  por aparatos que venden las ventajas de la nitidez, los píxeles y la alta definición como antes se vendía el detergente, ¿podemos todavía ponernos la máscara de autores y lectores y salir a la calle, en defensa del "simple" anhelo de escribir y leer?

Pues eso es lo que creo. Y por eso estoy aquí, con Anika, que también cree en esa libertad y que ha ayudado tanto, tantísimo a mantener esa llama encendida con su web de gran lectora.

Creo que nada (y menos nadie) nos va a dar momentos tan buenos como los de ciertos buenos libros. Creo que es precisamente ahora cuando resultan más necesarios, ahora es cuando esa máscara que es "ser lector", esa sonrisa encantadora y silenciosa que esconden entre sus páginas los libros, ha de extenderse y ser compartida por todos aquellos a quienes nos gusta leer y escribir.

¿En este mundo de desahuciados, de engañados, de traicionados? ¿En esta sociedad donde no sabes cómo vas a despertar mañana, qué te van a quitar, con qué otras formas de estafa te embaucarán?

Pues sí. Precisamente en este mundo.

Abro mi blog. Con V de "novela".