José Carlos Somoza

José Carlos Somoza - Políticamente yo

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Steampulp

Steampulp

 

Al "steam" no le va tanto el "punk" como el "pulp". No ha habido época más grotesca, en cuanto a ficción literaria (pero quizá muchas más cosas), que la victoriana. Es como encontrarte un soberano estanque en mitad de un parque inglés. Todo ordenado, bello, rodeado de setos y flores… pero, bajo esa agua cobalto impenetrable a la vista, ¿qué se oculta?

 

La afición de los victorianos al folletín grotesco es de sobra conocida. No se salva ni Dickens, porque lo grotesco no necesariamente indica (ni mucho menos) mala literatura. Hasta "Canción de Navidad" tiene escenas realmente chocantes Steampulpcon el avaro y los fantasmas, como las tienen "Casa desolada" o "La tienda de antigüedades". Ni siquiera el cuento infantil permanece virgen de los toques grotescos, con un "Lewis Carroll" dedicado a atormentar a una niña de rizos rubios en un país donde la razón no funciona.

 

Descendiendo a los sótanos (no por calidad sino por temas) más oscuros: ¿qué decir de Bram Stoker? ¿O de Arthur Machen? ¿O M. R. James? Es cierto que lo verdaderamente "pulp" se inventaría en Estados Unidos, no en Inglaterra, pero no es menos cierto que la atmósfera victoriana se extendió fuera de los confines británicos y halló en el puritanismo y la represión de la Costa Este americana un terreno abonado para esas historias donde anidaban una violencia y un horror que ahora nos parecen (erróneamente) fruto de un Tarantino en películas o un Cormac McCarthy en libros. Pero las pesadillas de un Poe, un Hawthorne, y los post-victorianos de la célebre revista Weird Tales -el reino del pulp- como Sheridan Le Fanu, Robert E. Howard o Seabury Quinn, nada tienen que envidiar los terrores modernos. En los cuentecitos "inocentes" de un Seabury Quinn ya están condensadas muchas de las fobias que luego explotarán en cine Michael Haneke o Lars von Trier, por no mencionar a Pasolini, y en literatura el susodicho McCarthy o J. M. Coetzee, entre muchos otros. Echad un vistazo, si no, a "La casa de las máscaras de oro", o a "Poltergeist". Claro está, a Quinn los separa de todos ellos un abismo de mediocre calidad, pero tampoco pretendía tener mucha cuando escribía sobre su inefable investigador de lo sobrenatural, Jules de Grandin (una mezcla de Poirot menudo y Holmes francés). En España podemos disfrutar de algunas buenas versiones al castellano de este raro escritor heredero de la represión victoriana en colecciones como Valdemar.

 

¿Qué tuvo esa época de guantes largos, reverencias, chisteras, parasoles y educación, para que bullera por debajo un magma de horrores que luego cuajaría en el dios-molusco de Lovecraft? ¿Qué clase de época fue la victoriana para alumbrar por igual al diurno Dr Jekyll y al Mr Hyde noctámbulo?

 

Mucho más que el steampunk de vapor fantástico de H. G. Wells, el morbo oleaginoso de los victorianos, el steampulp (esa "pulpa" negra en que se convierte el protagonista de "Los polvos blancos" de Machen), refleja la necesidad de una válvula de escape para la máquina de hierro a toda marcha pringada de aceite y carbón que fue esa época de belleza científica, ajada moral y severas injusticias.

 

José Carlos Somoza