CIEN AÑOS SIN GABO
Álvaro Bermejo
Es fácil saber cuáles son los libros menos leídos en esas
bibliotecas salpicadas de enciclopedias y destellos dorados que uno
ve en ciertas casas: la Biblia y el Quijote. Suelen ser los más
conspicuos en los anaqueles y los más barrocos en su grotesca
presentación, por lo general repujados en cuero y, de ser posible,
con las iniciales del propietario, obsequio de la editorial que
logró vendérselo en cómodas cuotas mensuales. Mientras más
ostentosos los dos tomos, menos leídos. Si uno los examina por
dentro los hallará vírgenes de huellas digitales y, por supuesto,
de anotaciones en lápiz o referencias al margen.
Acaba de morir Gabriel García
Márquez y la noticia que aflige a la literatura mundial me
produjo de golpe el incontrolable temor de que muy pronto,
aprovechando la ocasión, salgan a la venta unos enormes tomos de
"Cien años de soledad" diseñados para ocupar silencioso lugar al
lado de la Biblia bañada en oro y el Quijote de piel labrada. Es
decir, para que muchos clientes adornen con ellos la sala de su
casa. Pero no los lean.
Son más que justos los homenajes que se rinden a Gabo como
conquistador de utopías, como colombiano ilustre, como buscador de
la paz, como promotor del vallenato, como personaje divertido, como
amigo. Pero el único tributo genuino que se le puede brindar como
escritor es leerlo. ¿Cuántos de los que hoy lo lloran han leído
algunas de sus novelas? ¿Cuántos saben el nombre del coronel a
quien nadie escribe? (No: no es Aureliano Buendía). ¿Cuántos de los
que citan de memoria la primera frase de "Cien años de soledad"
("Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…"
etcétera) se han sumergido a placer en las aguas de las 359 páginas
restantes de esa que los sabios catalogan como la máxima obra de la
literatura castellana después del Quijote? Y, hablando del Quijote,
está demostrado que solo una mínima porción de los que hablan
nuestra lengua han recorrido sus dos tomos, pese a que muchos de
ellos recitan, o por lo menos reconocen, aquel memorable inicio:
"En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..."
(otra vez etcétera).
Millones de adolescentes han huido para siempre de Cervantes
porque los obligaron a leer el Quijote, pieza maestra que solo se
disfruta unos años más tarde, cuando Alonso Quijano ya no tiene que
competir con Skype y WhatsApp. Quizá con García Márquez suceda algo
semejante. Pese a su enorme popularidad, unida a su aparente
facilidad, su obra sigue siendo una de esas incógnitas que,
cuanto más transparentes, más preguntas suscitan. Fue capaz de
materializar el pensamiento de una época a través del realismo
mágico, pero también de fusionar a Joyce con Faulkner, a
Borges con Virginia Woolf, y hacer de todo ello algo parecido a un
hilo de Ariadna para perdernos y reencontrarnos en el mismo
laberinto.
En contra de lo que se acepta
comúnmente, hay en su obra una decisión de romper con la literatura
tradicional latinoamericana del momento, con el costumbrismo y el
criollismo, y quizá su grandeza radica más en construir un sistema
de conocimiento que trasciende la racionalidad occidental,
presentando la realidad como conglomerado de percepciones y
acontecimientos coexistentes en los que diversas formas de
pensamiento (el racional, el emocional, el mágico, el histórico, el
femenino y el masculino), se superponen en una obra literaria de
infinitos registros. Sabemos que "Cien años de soledad" fue
una novela que desbordó cualquier "plan de mercado" editorial, si
es que en ese momento realmente el plan era tan evidente como en
nuestra época. Sus ventas se basaron en el voz a voz, la novela se
leía como pan caliente. Hay muchos mitos en torno a esta novela,
como la historia de que Carlos Fuentes, cuando la leyó, llamó a
Octavio Paz a decirle que se había escrito la novela del siglo XX,
o las historias que circulan sobre el silencio en que había caído
García Márquez. Llevaba varios años en la labor de pensar la novela
y no lograba encontrar la manera de escribirla.
Algunos
escritores han contado que al conocerlo en México se enfrentaron a
un escritor sumido en el silencio, hasta que un día, al salir de
viaje con su mujer y sus hijos, cuenta que encontró la manera de
narrarla y mandó al traste las vacaciones de todos porque se
regresó a escribir.
Lo cierto es que García Márquez se preparó más de dos décadas
para escribir esta novela. En su juventud incluso empezó por
escribir poesía, pero la abandonó rápidamente; luego escribió
cuentos y adquirió cierto reconocimiento por ellos; hizo muchos
artículos sobre cine, crónicas periodísticas, género que dominó con
maestría en poco tiempo. Y, sin embargo, hay en él una cierta pose
de que su literatura le sale de manera natural, que sólo con lo
vivido en su infancia y las palabras de su abuela ha sido posible
hacer una obra tan compleja como la suya. Probablemente el mundo
que vivió en la costa colombiana ha sido materia fundamental para
componer su obra, pero lo que no podemos perder de vista es que
dedicó años a comprender la literatura más avanzada de su tiempo, y
a abrir un lugar para sus historias a través de una manera genuina
de contar. Su obra se articula gradualmente hasta llegar a "Cien
años de soledad".
García Márquez conoce su arte poética, sabe qué se propone. En
su texto "La soledad de América Latina" dice que la realidad
latinoamericana, ya denominada por Carpentier como la realidad de
"lo real maravilloso", es un mundo que excede la racionalidad en la
que vivimos en cuanto a herederos huérfanos de la modernidad
occidental. Sin embargo, el problema fundamental para él fue
mostrar que eso no era maravilloso, que eso no era excepcional,
como una antinomia entre saber y ficción, o lógica e ilógica, sino
que eso maravilloso era precisamente lo cotidiano de la realidad
que él habitaba. No buscaba exotizar el mundo latinoamericano, como
sí lo hizo Breton en su momento o el posmodernismo sesenta años
después, sino más bien dar cuenta de otros paradigmas de habitar y
comprender el mundo. Es decir, lo que para un norteamericano o un
europeo que mira Latinoamérica resulta muy extraño (que mientras
pasa un tren de alta velocidad también transite una carreta
con un burro), y por lo tanto, es entendido como lo exótico, en el
sistema de Cien años propone una inversión: se trata de
volver insólito lo que parece normal, el hielo, por ejemplo, y
volver normal lo que en ese mundo del afuera podría ser leído como
insólito. Finalmente no lo leemos así, pues la lectura que se hace
por fuera es una lectura que vuelve a reelaborar la noción de lo
insólito, naturalizándolo como relato.
Precisamente, la inteligencia de esta novela pasa por la
manera en que cuestiona la cultura letrada como modelo a seguir en
la fundación de las naciones latinoamericanas. En vez de
reivindicar esa cultura como propone Ángel Rama, "Cien años de
soledad" hace del mundo culto a la europea un espacio apocalíptico
de pérdida de sentido, una performance de destrucción.
Al final de Cien años, Aureliano Babilonia en medio del
viento final que se lleva la ciudad de los espejismos para siempre
y con ella a él mismo, logra descifrar los manuscritos de
Melquíades gracias a la capacidad, antes nunca conocida, de
entender la historia como aglomeración y no como secuencia, y se
nos cuenta que lo contenido en esos manuscritos "era la historia de
la familia, escrita por Melquíades hasta en sus detalles más
triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en
sánscrito, que era su lengua materna", y lo más intrincado de esa
historia radicaba en que Melquíades "no había ordenado los hechos
en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un
siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un
instante". La lógica de la historia como evolución de causas y
efectos es confrontada por una cultura de lo increíble que no
necesita traducirse y que más bien ha creado uno de los
testimonios, probablemente apócrifos como el Aleph borgeano, que
dan cuenta de otras maneras posibles de entender el tiempo y la
realidad. Aureliano Babilonia finalmente cumple con la maldición de
la familia que reza que aquel que logre ser "letrado" causará y
presenciará el fin de la estirpe. Cuando él logra leer los
manuscritos es precisamente el momento en el que todo desaparece.
Él es el letrado, el antropófago, el incestuoso: el que devela la
historia en la suma simultánea de todas las cosas.
"Cien años de soledad" jalona
tiempos diversos y los hace coexistir. Se superponen tiempos
míticos, históricos, mágicos. Y esta cronología redunda en la forma
de contar la novela. Ninguna de las expresiones del tiempo que
presenta puede existir separada de otras. La novela se inicia con
el coronel ante el pelotón de fusilamiento, mirando hacia atrás
todo lo que nosotros vamos a leer en adelante y esa oscilación
hacia el pasado más remoto será permanente en la novela. La
historia, que debía mostrar la evolución, involuciona, se hace
refractaria a los modelos de conocimiento del tiempo moderno. En
ella las causas, en el mejor sentido borgiano del término, se
superponen. La llegada de Francis Drake, siglos antes, para que se
encontraran José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, resulta tan
necesaria como ese encuentro para que un siglo después uno de los
de su estirpe descifre, a la vez, en un tiempo mítico, no por
cíclico sino por superpuesto, fantasmagórico, el destino de todos y
cada uno de sus protagonistas.
No hay un acontecimiento de la
novela que no esté atado a causas, a veces sin sentido racional, y
que además no esté contado en diálogo con sus pasados y sus
futuros. No es la novela de la saga, es la novela del tiempo, de
sus variaciones, del lenguaje y sus vicisitudes. Para algunos
lectores la mayor dificultad consistía en seguir el árbol
genealógico de la familia: esa era una ilusión moderna, ordenar la
historia y la narración de los hechos. En realidad la dificultad
que impone la novela es de una riqueza que aún no ha sido
totalmente valorada. Nos enfrenta con la incapacidad de la
modernidad para, a la larga, hacer caso omiso de ciertos
conocimientos -míticos, indígenas, afectivos y sensoriales-, que en
su afán iluminista necesitaba dejar por fuera.
Lo insólito deriva en una
variedad de mundos posibles. El imán, el hielo, que pueden
representar el desarrollo, son convertidos en mecanismos de
creatividad para José Arcadio, en campos simbólicos de la locura
humana ante su propio devenir desarrollista. Y, sin embargo, son
magia, vistos por la novela como el anverso, el extramuros, el
excedente de un mundo organizado por sus propias reglas. La novela
recoge una mirada sobre la ciencia y al mismo tiempo la asume desde
un lugar completamente mágico, por eso José Arcadio termina
amarrado a un palo, loco, con su conocimiento amedrentado por el
saber "racional".
El final de la novela no guarda esa idea de lo insólito como
expresión de la realidad: Amaranta Úrsula nunca se va a levantar de
la muerte, ahí la realidad es atroz, y el "letrado antropófago" va
a descubrir su propia historia, casi como si fuera Dios, para dejar
de ser el mismo y perderlo todo.
La nación como un acto de la palabra -una nación logocéntrica-
se desintegra, y a lo largo de la novela misma, teje un espacio
fundacional que restituye lo "increíble" como cotidianidad y lo
instaura como una forma poderosa de hacer del territorio un lugar
donde la razón está siempre desbordada por una cultura que se sabe
múltiple. Todos los tiempos vuelven a coexistir en el final. El
mundo prehistórico que vimos en el comienzo nunca dejó de existir,
y las causas vuelven a repetirse en el espejismo de esa ciudad que
se deshace en sus propios relatos.
Tanto como un laberinto circular la obra de García Márquez es
sin duda un destino y una travesía que, a ambos lados del Atlántico
alberga claves profundas sobre cómo hemos construido nuestra propia
historia al tiempo que esta, entendida ya como un relato sin autor,
transforma vertiginosamente nuestras sociedades: de
premodernas a modernas, de posmodernas a globalizadas y
corporativizadas.
Hoy más que nunca vuelve a ser acuciante la necesidad de contar
y recontar nuestra historia desde el anverso de "Cien años de
soledad". Mucho me temo que aunque el coronel tenga quien le
escriba, tendrán que pasar cien años más antes de que la magia
vuelva a visitarnos
anikaentrelibros no se hace
responsable del uso de imágenes de los blogueros a partir del
momento en que informa que sólo deben utilizarse aquellas libres de
copyright, con permiso o propias del autor