La fugitiva (A la busca del tiempo perdido, VI)
Título: La fugitiva (A la busca del tiempo perdido, VI)
Título Original: (La Fugitive, 1925)
Autor: Marcel Proust
Editorial:
El Paseo
Colección: El Paseo Central
Copyright:
© 2024, Mauro Armiño (de la traducción, prólogo y notas)
© 2024, El Paseo Editorial (de esta edición)
Edición: 1ª Edición: Mayo 2024
ISBN: 9788419188137
Tapa: Blanda
Etiquetas: clásicos muerte narrativa literatura francesa novela sagas ciclo celos obsesiones Proust homosexualidad pasado novela psicológica memoria olvido
Nº de páginas: 352
Argumento:
"La fugitiva" es el sexto de los siete volúmenes que conforman A la busca del tiempo perdido, el ciclo narrativo más importante del siglo XX. A continuación de los acontecimientos relatados en "La prisionera", en este sexto volumen presenciamos los esfuerzos del narrador por olvidar a Albertine, tras la huida y el posterior fallecimiento de la muchacha. La primera mitad de la obra nos ofrece profundas reflexiones sobre el amor, que se alternan con la búsqueda de testigos por parte del narrador para descubrir de primera mano la vida secreta de Albertine. En la segunda parte del libro, la reaparición de Gilberte Swann, convertida en Mademoiselle de Forcheville, ofrece un giro inesperado al relato, necesario para la maduración del protagonista. El matrimonio entre Gilberte y Robert de Saint-Loup supone el broche final de este sexto libro, en el que algunos de los personajes más relevantes de la saga empiezan a encaminar sus pasos hacia el desenlace final.
En versión de Mauro Armiño, esta edición incorpora al texto un riguroso aparato de notas críticas que añaden novedosas capas de lectura a la tan admirada obra de Marcel Proust.
Opinión:
Darío Luque
En octubre de 2022, El Paseo Editorial emprendió un ambicioso proyecto que ha mantenido desde entonces con rigor: la publicación de los siete volúmenes de A la busca del tiempo perdido, en una versión anotada y puesta al día por Mauro Armiño. Ya en el prólogo al quinto volumen, el editor dejó constancia de una decisión que podría ser polémica: la preferencia del título "La fugitiva" en lugar del que apareció en la edición original, "Albertine desaparecida", que han mantenido algunas versiones modernas. Esto se debe a la aparición de unos documentos originales de Marcel Proust que desvelaban ciertos cambios en su plan inicial para el libro. De ahí que Armiño haya decidido titular a este sexto volumen "La fugitiva", en referencia a la huida de Albertine que tanto impacto emocional provocará en la conciencia del narrador. Desesperado por recuperar a su amante, no dudará en enviar a su amigo Saint-Loup a hablar con la familia de Albertine, con la esperanza de convencerla para que regrese. Aunque Albertine se niega a volver, ambos personajes inician una breve relación epistolar que quedará abruptamente interrumpida por la trágica muerte de la muchacha en un accidente al caer de un caballo.
La muerte de Albertine supone un duro golpe para el narrador, hasta el punto de propiciar algunas de las reflexiones más interesantes de todo el ciclo narrativo. En el primer capítulo del libro, bajo el título de "La pena y el olvido", el autor ha diseminado una serie de disertaciones sobre el amor, perfectamente entralazadas con los vaivenes emocionales del protagonista: por ejemplo, con su tendencia al recuerdo (el primer beso, la ventana iluminada de Albertine, sus encuentros en Balbec), a la comparación (son muy interesantes las páginas en las que su amor por Albertine se compara con el de Swann por Odette) y a los celos. Sobre este último punto es sobre el que más se explaya la narración, pues el protagonista emprende una obsesiva búsqueda de testimonios que le cuenten nueva información acerca de la vida secreta de Albertine y, sobre todo, acerca de sus relaciones sexuales con otras mujeres. En el segundo capítulo del libro, por el contrario, nos encontramos con la reaparición de un personaje que creíamos enterrado en el pasado: Gilberte Swann, convertida ahora en Mademoiselle de Forcheville, rica heredera tras ser adoptada por el segundo marido de Odette.
La reaparición de Gilberte, junto a las confesiones de Andrée sobre las inclinaciones lésbicas de Albertine, constituyen dos de los principales ejes narrativos de este segundo capítulo. En el tercero, en cambio, los recuerdos de Albertine son cada vez más etéreos, mientras el narrador nos ofrece un paseo por una Venecia decimonónica repleta de arte. La ciudad de los canales constituye un escenario idílico para la introspección y el olvido, alejando al narrador de los tormentos del pasado. De hecho, es aquí donde se anuncia el matrimonio de Gilberte y Robert de Saint-Loup, que marcará un cambio significativo en las relaciones de los personajes, cuando los grandes amores del narrador por Gilberte y Albertine ya han quedado superados y no despiertan más recelos en su conciencia. De esta forma, "La fugitiva" nos ofrece un acercamiento a la maduración del protagonista, que inicia la obra sumido en la desesperación y la termina inclinándose hacia la templanza y el equilibrio de sus emociones. Proust muestra así cómo los sentimientos más intensos pueden desvanecerse con el tiempo, permitiendo al ser humano encontrar nuevas direcciones y posibilidades en la vida. Por ahora, solo nos queda esperar al próximo volumen de "A la busca del tiempo perdido", con el que se cerrará este magnífico narrativo que tanto entretenimiento intelectual proporciona al lector.
Darío Luque
Lidia Casado
Casi sin aliento nos dejó el final de "La prisionera", con esa huida precipitada de Albertine, después de seis meses de cautiverio en la casa parisina del protagonista. Tras su marcha, llega el momento del análisis, de la reflexión, de la investigación en los propios recuerdos para dar con la razón de tal fuga y con los resortes que puedan mover a la joven a regresar a su lado. Así, este sexta entrega de En busca del tiempo perdido se nos presenta con una (aún) mayor carga de introspección, de reflejo del pensamiento, de sacrificio de la acción en beneficio del pensamiento. De hecho, la mitad del libro (el más corto de la saga) está construida exclusivamente con la corriente de pensamiento de Marcel. No hay diálogo, no hay descripción de situaciones nuevas, no hay fiestas, ni reuniones sociales, ni representaciones teatrales, artísticas o musicales… casi ni hay otros personajes que no sean Marcel y Albertine. Sólo se escucha la voz del protagonista, analizando cada minuto que pasó con ella, rememorando el momento en que la vio por primera vez, las emociones que sintió, cómo fue ganándose un lugar en su corazón, los primeros besos, los encuentros sexuales, las reacciones físicas y emocionales de ella ante el amor… Sólo hay descripción y análisis de recuerdos y sentimientos, como si el protagonista fuera un forense que, escalpelo en mano, diseccionara el cadáver de su amor en busca de las causas de la muerte.
Así, combina el naufragio en la memoria de ese amor con la investigación que intenta esclarecer si Albertine mantenía relaciones sexuales con mujeres o no (es decir, si era culpable o inocente, según los términos que utiliza el propio narrador). La homosexualidad vuelve a cobrar, pues, importancia en esta saga, puesto que (aunque dude de la veracidad de lo que le cuentan y de las intenciones de quienes se lo cuentan) confirmará a través de varias vías esos escarceos amorosos por parte de la que fuera también su amante. La obsesión por estas mujeres que despertaron el deseo de Albertina hace que, en un intento desesperado por mantener a la joven en su corazón, en su memoria y hasta en su piel, las busque, con la intención de mantener relaciones sexuales con ellas, de amar lo que Albertina amó.
A pesar de ir descubriendo la verdad (una verdad que, por otro lado, ya sospechaba, intuía e, incluso, conocía, aunque se negara a creerla), Marcel fluctuará entre la confianza y la sospecha celosa. Estas fluctuaciones se incrementarán aún más cuando reciba la notificación de la muerte accidental de Albertina, fallecimiento que ampliará sus contradicciones internas, añadiendo, ahora, el contraste entre la joven muerta para los demás y tan viva para él.
Y es que Albertina, fugada de su hogar, sigue ocupando, sin embargo, su corazón. Ahora será cuando analice cómo debió de ser sentirse la joven encerrada en casa de Marcel y cuando magnifique los momentos felices, en detrimento de las ocasiones en las que se enfadaban, discutían, sospechaba, recelaba y la mantenía prisionera.
Además de reflexionar sobre la injusticia de la muerte, sobre cómo corta los lazos con la vida a personas jóvenes que aún tendrían tanto que ver, disfrutar y amar mientras que mantiene en nuestro mundo a ancianos que sufren y que podrían descansar gracias a ella, el protagonista también indaga, nuevamente, en los mecanismos que utiliza la mentira para triunfar, en lo que falla en ella y en cómo, paradójicamente, la falsedad que contamos un día acaba, con el tiempo, convirtiéndose en verdad.
Paradójico también resulta al protagonista la elaboración posterior que el ser humano realiza de sus propios recuerdos. Cómo los encontramos, en muchas ocasiones, en nuestra propia memoria enmarañados, revueltos, mezclados unos con otros… transformados y reconstruidos. Y cómo, entre los hilos que los desmadejan, se funden también los sueños, inventados o recreados.
Mientras dure la memoria, el protagonista vivirá sus sueños con Albertina como una prolongación de la realidad en el momento anterior a su fuga y muerte, experimentándolos como una oportunidad de reavivar un amor que se le va escapando entre los dedos.
El exhaustivo análisis que realiza de su relación con Albertina le lleva también a comparar ésta con el amor que sintió por Gilberta, la hija de Swann, enamoramiento contado en "A la sombra de las muchachas en flor", segunda entrega de la heptalogía. Así, establece analogías y diferencias con los sentimientos que despertaron en él ambas muchachas y con la forma de querer y olvidar en cada uno de los casos. Su afán analítico le conducirá también a poner en relación su historia de amor con Albertina y la que vivieron, en el primer tomo de la saga, "Por el camino de Swann", los padres de Gilberta, Charles Swann y Odette de Crécy.
Pero la muerte y el desamor tienen un final común: el olvido. Por eso, además de reflexionar sobre la memoria, Marcel también lo hará sobre el olvido, como gran elemento que se opone a ella pero, también, como herramienta que permite al hombre sobrevivir antes desgracias como la que acaba de sufrir.
Así, irá desmigajando, narrativamente, sus recuerdos con Albertina al mismo tiempo que desgrana los pasos que va dando hacia el olvido. Un olvido que llega inexorable, de puntillas, casi invisible, pero con el que uno se topa de frente un domingo por la tarde cualquiera.
Recuperado, o en vías de recuperación, de su desafortunada historia con Albertina, el protagonista viajará (por fin, después de tanto desearlo) a Venecia, junto a su madre, donde disfrutará del arte y de las italianas. A su regreso, su vida social volverá a cobrar protagonismo gracias al reencuentro con Gilberta (ahora, convertida en una mademoiselle Forcheville -tras la muerte de su padre, su madre se casa con un viejo amante, quien la adoptará ofreciéndole su apellido- que reniega de ser una Swann), reinsertada en la sociedad tras el fallecimiento de Charles. Tan reinsertada que acabará la obra convertida en duquesa de Guermantes, tras su boda con Roberto de Saint-Loup, gran amigo de Marcel. A pesar de su amistad, que se remonta a años atrás (en nuestra saga, al segundo volumen), el protagonista descubrirá, ahora, que su amigo también mantiene relaciones homosexuales con otros hombres, a pesar de aparentar, precisamente, lo contrario: que es un mujeriego que no puede dejar de picar de muchacha en flor en muchacha flor mientras deja embarazada una y otra vez a una desesperada Gilberta.
Ésta no será la única boda sorprendente (ni relacionada con la ocultación de la homosexualidad) que se celebre en las postrimerías del libro, enlaces que permiten al autor reflexionar sobre el rechazo social de gays y lesbianas en la cerrada sociedad de principios del siglo XX y sobre la progresiva eliminación de las barreras sociales entre la añeja aristocracia y la cada vez más boyante nueva burguesía.
Este penúltimo tomo mantiene intacto el estilo propio de Proust y ahonda, como hemos dicho, en esa introspección psicológica, en esa vida interior que, realmente, protagoniza la heptalogía. El propio Marcel lo justifica en el interior de esta obra, apoyándose en la cita de un filósofo que opina que, en realidad, el mundo exterior no existe sino que es en nosotros mismos, en nuestro interior, en nuestros pensamientos y sentimientos, donde transcurre nuestra vida.
Lidia Casado
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Comentario de los lectores:
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