NOVELAS ERÓTICAS
Estaba repasando mi biblioteca erótica porque los primeros soles
de la primavera me han puesto con las hormonas mirando a Burgos y
me he dado cuenta de que ya no se escriben novelas como antes. O ya
no se publican, claro. Porque, pensándolo bien, en estos tiempos
los editores le hubieran dicho a Cervantes que abreviara, por
favor, que se estaba sobrando con don Quijote, y a Dostoievsky que
hiciera el favor de un poco más de crimen y menos castigo, que a
los lectores les gusta el género desde que leyeron la trilogía de
Stieg Larsson.
Echando una ojeada por las páginas de Apollinaire, Henry Miller,
Lawrence y el divino marqués de Sade, he vuelto a creer que debería
dejarme de historias y volver a mis tiempos de "El último goliardo"
(Tusquets, 1984), que, además de
divertirme, servía para
abrir espacios de diálogo desinhibido. Y lo que no eran diálogos.
Pero está visto que los aficionados hoy satisfacen sus necesidades
en Internet y la lectura no acaba de permitirles visualizar
nítidamente Burgos.
Mi madre me regaña (de mentirijilla) cuando escribo novelas
eróticas, aunque se las lee y no se escandaliza. Es la modernidad
de las madres, más libres cuanto más mayores. Porque las madres de
cuarenta y cinco leen a escondidas a Grey, pero les prohíben a sus
hijas de veinte pasear por Burgos, mientras la mía, de noventa y
dos, lo comprende todo tan bien que, no sé si será por el hambre
que pasaron en la guerra o porque ya le sale todo por una friolera,
pero el caso es que le divierte también el erotismo, aunque no lo
diga porque esas cosas no están bien (sic).
Hoy he releído "Las tres hijas de su madre", de Pierre Louÿs, y
me ha parecido más hermoso que nunca el paseo del Espolón y la
catedral burgalesa. Será la primavera, o las hormonas, o vaya usted
a saber, pero el caso es que me gustaría que volvieran a escribirse
novelas como antes.
Porque, de lo contrario, tendré que hacerlo
yo.
Texto y foto: Antonio
Gómez Rufo