"FRUTAS Y LETRAS"
Álvaro Bermejo
Durante la reciente crisis de las hortalizas provocada por el
veto ruso en respuesta a las sanciones de la UE, la ministra del
ramo no tardó en acudir a Bruselas en busca de las ayudas
recurrentes. Esta vez, sin embargo, acompañó sus gestiones con unas
palabras para la historia: "el problema se resolvería si los
españoles comiésemos un poco más de fruta".
Tal vez porque estaba leyendo un libro en ese momento, quizá más
porque acababan de publicarse los datos sobre la acelerada caída de
los índices de lectura en nuestro país -las editoriales hablan de
pérdidas que alcanzan el 40%-, sus palabras me produjeron un
inquietante efecto blow up.
Más allá de la apocalíptica gestión del PP en todo lo que rime
con la palabra Cultura, sabemos que nuestro país encabeza dos
rankings paralelos: el del desinterés hacia el mundo del libro y el
de la piratería electrónica, amparada por una legislación
sencillamente escandalosa. Pese a ello, las editoriales
españolas siguen aportando un tercio del PIB de nuestras
industrias culturales que, en su conjunto, se eleva hasta el 4% de
la riqueza del país. La situación de desamparo institucional roza
lo dramático. No obstante, hasta donde me alcanza la memoria no
recuerdo un solo momento glorioso del presidente Rajoy
-tampoco de Zapatero-, en que se le ocurriera recomendar a los
españoles que comieran más fruta… en forma de libros.
La parsimonia gubernativa, el ominoso laissez faire frente a una
debacle anunciada, tiene mucho que ver con las élites políticas y
empresariales de este país, cuyos hábitos públicos revelan un alto
grado de analfabetismo.
En sus intervenciones públicas rara vez citan un libro o invitan
a la lectura. Estamos ante un efecto perverso de desvalorización de
la letra impresa, carente de estrategias que fomenten la lectura,
que defiendan la industria cultural y que la contemplen como algo
diferente a cualquier otro objeto de mercado.
Hoy en día el canal privilegiado para obtener información ya no
son los medios impresos, sino los soportes electrónicos. Llevando
el argumento hasta lo irónico, podríamos afirmar que la
popularización de la informática ha producido la aristocratización
del libro, poco menos que como un lujo intelectual. Pero esa
lujuria inversa, tan poco compatible con la dieta mediterránea, no
genera otra cosa que penuria a todas las escalas.
Bien dijo el filósofo que no solo de nectarinas vine el hombre.
Lástima que en el Ministerio de Cultura solo se lean las etiquetas
del melonar nacional.
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