Mientras en la Comisión Europea se escenificaba el penúltimo
acto de una tragedia griega, con Tsipras
en el papel de Edipo y Merkel en el de Medea, el Centro
Pompidou inauguraba una muestra decididamente hilarante, consagrada
a la influencia de la comedia en vivo en el arte contemporáneo.
¿Son nuestros políticos el último eslabón de una cadena de
monologuistas histriónicos, a la manera de Lenny Bruce?
Comencé a pensarlo allá, delante de un café y con un libro en la
mano, cuyo título implica toda una 'punchline'.
Rubricado por el jefe de filas de la Izquierda francesa,
Jean-Luc Mélenchon, 'Le Hareng de Bismarck' -El
Arenque de Bismarck-, propone una enmienda a la totalidad del
modelo alemán. Arrogancia, prepotencia, voluntad der poder.
Para Mélenchon, Alemania es el buco emisario de todos los
males sufridos por Europa desde el inicio de la crisis, y Grecia su
chivo expiatorio. "El imperialismo prusiano ha vuelto",
afirma Mélenchon, "la dictablanda europea es su nuevo uniforme, el
neoliberalismo su credo, y los campos de concentración para
jubilados su nuevo proyecto de civilización".
Pintar Europa como una suerte de Cena de las Postrimerías, donde
Alemania nos envenena con sus arenques podridos, y al
Bundesbank como la nueva Caja de Pandora, es un
peaje obligatorio para cualquier 'stand up comediant' de la
Izquierda. Pero, realmente, ¿todo es tan sencillo? Sin duda, hay
una Alemania egoísta, pero también es el primer proveedor de fondos
de la UE. Sin duda, hay mucha riqueza al otro lado del Rhin, pero
también doce millones de pobres sobre una población de ochenta y
cinco millones. Entre tanto, ¿se puede calificar de
altruistas a la Francia de Hollande o a la Inglaterra de
Cameron?
La respuesta me vino sola cuando se aparejó a mi mesa una
ancianita genuinamente parisina con dos Teckel idénticos. ¿Cómo se
llaman?, pregunté. Manet y Monet, me respondió la veterana sin
parpadear. Me faltó coraje para invitarla a la muestra del
Pompidou: qué grandes cómicos, Manet y Monet, Hollande y Merkel,
Cameron y Rajoy, todos tan perecidos como justamente apaleados.
¿Por qué?
Porque un buen monologuista, a diferencia de nuestros políticos,
nos autoriza a reírnos de las miserias ajenas tanto como de las
propias. Y es precisamente eso lo que hace de la política, como del
humor, un saludable ejercicio catártico.
"El veneno alemán es el opio de los ricos",
escribe el iracundo Mélenchon. Olvida que los
arenques de Bismarck resultan bastante más económicos que el pato a
la sangre, la gran especialidad de la Tour d'Argent, el mítico
restaurante parisino, cuyo nombre se traduce como La Torre de
Plata, también como la Torre del Dinero. Una manera como cualquier
otra de decirnos que en este bistró de lujo llamado Europa se entra
por voluntad propia, y solo con un buen montón de euros en la
cartera.
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