Vivir deprisa

Opinión:

"Cuando no se presenta ninguna catástrofe, avanzamos sin mirar atrás, clavamos la vista en la línea del horizonte, de frente. Cuando surge un drama, damos marcha atrás, volvemos para rondar por allí, llevamos a cabo una reconstrucción. Queremos entender el origen de todos y cada uno de los gestos, de todas y cada una de las decisiones", escribe Brigitte Giraud en las primeras páginas de "Vivir deprisa", novela que ha sido galardonada con el Premio Goncourt en 2022. Esta premisa, que podría recordarnos a tantas películas ucrónicas y de viajes en el tiempo, da pie en este caso a una novela sincera, sentida y para nada melodramática, que gira en torno a los acontecimientos aparentemente intrascendentes que el 22 de junio de 1999 concluyeron con la muerte de Claude, marido de la autora, en un accidente de tráfico. Habrá quien quiera leer el libro como una autoinculpación o una lamentación de la propia incapacidad para cambiar los acontecimientos, pero en verdad Giraud despliega a lo largo de la novela una profunda reflexión en torno al valor de nuestras decisiones cotidianas, poniendo el foco en las consecuencias imprevisibles que pueden tener algunas acciones tan banales como llamar a alguien por teléfono o cambiar de fecha un viaje.

La revisión autobiográfica que emprende Brigitte Giraud -tema sobre el que, por cierto, ya había escrito en "Ahora" (2014), un texto confesional que narra los días posteriores a la muerte de Claude- tiene como detonante la venta de la casa familiar que compraron poco antes de que su marido muriera. Se trata de una casa antigua con jardín, poco agraciada para el comprador contemporáneo, pero con un atractivo histórico: es el lugar donde fue detenido durante la Segunda Guerra Mundial el resistente Jean Moulin. Gran parte de la novela gira en torno a la aventura inmobiliaria que supone la compra de la casa, que no estaba en venta en un inicio, pero de la que la autora quedó prendada tras su descubrimiento mientras visitaba la casa vecina. Esta circunstancia abre la puerta a un retrato generacional, en tanto que el éxodo que emprende la pareja desde un suburbio de Lyon hasta el centro de la ciudad encarna las aspiraciones de ascenso social que toda pareja de clase media contempla como su horizonte de futuro. De hecho, el lector llegará a sorprenderse por la obsesión que la autora siente hacia esa casa abandonada, hasta el punto de vender otra propiedad que acababan de comprar en Montessuy para quedarse con la casa de la familia Mercier, que traería consigo la desgracia del accidente.

¿Podría haberse evitado la muerte de Claude si la autora no se hubiera obsesionado con comprar esa casa? Esta pregunta dará comienzo a un amplio ejercicio de conciencia, incluso de autoexamen, a partir del cual Brigitte Giraud tratará de inspeccionar todos los acontecimientos y las decisiones que tomó en los días previos al accidente. ¿Habría sido todo diferente si su abuelo no se hubiese suicidado cuando ellos dos necesitaban dinero; si no les hubieran entregado las llaves de la nueva casa antes de tiempo; si su madre no hubiera llamado a su hermano para decirle que tenían un garaje; si su hermano no hubiese guardado en él la moto durante su semana de vacaciones; si Giraud no hubiese cambiado la fecha de su viaje a París; si hubiese tenido un móvil, incluso si hubiese llovido…? No se trata de encontrar a un responsable o de asumir la culpa del accidente, sino de revalorizar cada uno de los gestos y de las pequeñas acciones que hacemos en nuestro día a día y que pueden tener consecuencias imprevisibles. A la luz de ello, cobra otra significación el título de la novela, inspirado en los versos de Lou Reed: "Vivir deprisa, morir joven". Con esta novela, Brigitte Giraud trata de llamarnos la atención sobre las consecuencias nefastas de vivir deprisa, sobre vivir sin darle a cada pequeña acción el valor que tiene. En la línea de las implicaciones éticas que propone la mejor literatura francesa, "Vivir deprisa" nos enfrenta contra nuestros propios fantasmas y contra las consecuencias emocionales de la aceleración contemporánea, del no detenernos en cada instante.

Darío Luque