una buena escuela

Opinión:

La obra que nos propone Richard Yates nos resultaría del todo simple y monótona si no fuese por el buen hacer de este escritor.

A primera vista, el tema de la vida en una academia a principios de los años cuarenta no tiene pinta de resultar atractivo a los ojos del lector común. Pero a medida que te adentras en la trama, las ciertas reticencias con las que te decides a tomar el libro se disipan para dar como resultado una obra que frisa el sobresaliente.

El encanto de este trabajo puede residir en el fiel tratamiento que hace Yates tanto de personajes como de la situación y las costumbres de una sociedad recuperada de una Guerra Mundial y con las miras puestas en otra.

El autor perfila con mucho mimo a cada personaje, haciendo recaer el peso específico de la obra en unos pocos sujetos, que actuarán como actores principales, y ayudándose de los demás para completar una trama cuidada y fiel a la realidad.

Uno de los rasgos que el escritor plasma magistralmente a lo largo de la historia es esa sensación de claustrofobia que se respira dentro de los muros de la academia. Es un aspecto muy a destacar del libro ya que más adelante, con la llegada de los ecos de la Segunda Guerra Mundial, dicha sensación aumentará, dando como resultado una lectura más cargada de sentimientos y pensamientos.

Otro de los aspectos que favorece ese ambiente de claustrofobia que estamos comentando es la sensación de endogamia que produce tanto la historia como sus personajes. Raramente la trama se traslada de muros para fuera; todos los acontecimientos se centran dentro del recinto, mezclándose unos con otros y desembocando en otros tantos nuevos en los que siempre están involucrados prácticamente las mismas personas. La Academia Dorset puede asemejarse en cierta manera a ese patio de vecinos en el que todos se conocen, interaccionan entre ellos y fruto de esas interacciones nacen historias (o cotilleos) más o menos escabrosos.

Su estilo es ágil, cómodo y carente de florituras que hagan más pesada la narración, contribuyendo a que el ánimo del lector no decaiga durante toda la narración. Además, el libro es breve, lo que corta cualquier tipo de intención del autor de explayarse en aspectos poco atractivos para el trabajo.

Por ello, recomiendo su lectura a todo aquel que se proponga a degustar una buena obra en una tarde de tranquilidad y desconexión; Una buena escuela no le defraudará. 
 
Pablo Díaz González