Anika entre libros

sauce ciego, mujer dormida

Ficha realizada por: Maldoror

Título: sauce ciego, mujer dormida
Título Original: (blind willow, sleeping woman)
Autor: Haruki Murakami
Editorial: Tusquets


Copyright: 1ª Edicion, Febrero 2008 ISBN: 978-84-8383-047-5
Etiquetas:

Argumento:

Murakami siempre me sorprende. Desde su primer libro que leí, “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” hasta esta serie de veinticuatro cuentos, pasando por Tokio Blues. Norwegian Wood… Sí, ya sé que aún me faltan algunos muy importantes como “Sputnik, mi amor”, ”Al sur de la frontera, al oeste del sol”, “La caza del carnero salvaje” o “Kafka en la orilla” – ¡qué bellos títulos! -. Pero nadie es perfecto (aunque alguno de ellos lo tenga esperando en la zona de “leíbles” en mi biblioteca).

EL AUTOR

Según sus críticos, Murakami empezó tarde en la literatura (él mismo comenta que viendo un partido de beisbol decidió escribir), pero nunca es tarde si la dicha es buena. Amante casi obsesivo del jazz, su afición a este género musical le hace plasmar en sus novelas numerosas referencias al tema. Es normal, claro. Admirado por unos, vilipendiado por otros, cualquier persona que sobresale en alguna de las artes deberá enfrentarse a esa peligrosa contradicción. El caso es no hacer caso (redundancia) de ello.

LA OBRA

Veinticuatro cuentos. En un programa literario, hablando de esta obra, uno de los participantes resumía su crítica, ante la complacencia del presentador, diciendo algo así como “24 misterios que hay que desentrañar para obtener toda la sustancia de lo que Murakami escribe”. Personalmente no pienso que sea así.

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Opinión:

Es cierto que cada relato es un misterio. En cada uno de ellos aparece un hecho inexplicable, desconcertante. Pero que nadie busque desvelarlo al final de cada historia. Los misterios están ahí como la ensalada en las comidas. Casi como un acompañamiento, la sazón que se añade, el darle buen sabor. Pero, al final, cada cuento es sólo el reflejo de una opresiva, obsesiva e inevitable, rutina diaria.

Llego a la conclusión de que, en esos relatos, Murakami expone el vivir por el vivir, sin soluciones maravillosas ni milagrosas. Oportunidades perdidas, paraísos soñados y nunca desvelados, escaleras que se suben peldaño a peldaño, sin más, hasta llegar al último y encontrarse con que el piso superior no difiere en gran medida del inferior. (Sin valorar que es un compendio que abarca desde sus primeros cuentos - alguno harto deficiente - hasta los últimos, perfilados y elaborados con tanto mimo como si de un bonsái se tratara)

Pero así es el autor. Con complejidades, pero sin soluciones (si es eso lo que buscamos).

Cada cuento está estructurado alrededor de un misterio que está ahí porque sí, como cada una de esas incógnitas en las que nosotros, personajillos de a pie y no literatos, nos encontramos día a día. ¿Se resuelven? No, posiblemente; o al menos, en su mayoría. Se quedan como asignaturas pendientes, como peces enganchados a un anzuelo en un hecho que no tiene más relevancia que la de extraer un ser de un medio misterioso, oculto y que desconocemos en gran medida: el océano. Pero un hecho que, en sí, trae aparejado ese misterio de su procedencia de lo ignoto y que despierta tanto nuestra curiosidad como nuestra inquietud. Mas, ¿quién es capaz de bucear en un océano sin ese pellizco de precaución ante lo desconocido?

Y ahí está el acierto de Murakami. Con su complejidad teñida de simpleza, o viceversa, sabe inquietarnos lo suficiente como para llevarnos al desconcierto. De una u otra manera el verbo, fluido y atractivo, el ambiente, con pinceladas de ese -para nosotros- exotismo oriental, y las situaciones, impregnadas de una filosofía que nos transciende a los occidentales, hacen de este volumen algo que es digno de leerse.

Cuando lo acabemos podremos decir “mucho rollo” o “extraordinario”. No importa; de cualquier modo, habremos entrado en uno de los dos grupos de los que hablé anteriormente. Y habremos hecho una nueva incursión en los mundos de Murakami.

Personalmente, a mí me ha gustado. Bastante.

Y para mí (otra redundancia), con eso es suficiente.

Seguiré siendo un incondicional de su obra.

Maldoror

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