Santander, 1936

Opinión:

"¡Tú eres un señorito, Alvarín!", le dice Rafael Mazarrasa al protagonista de la novela, y parece decírselo también a su autor. De sobra conocidos son los orígenes familiares de Álvaro Pombo -al escritor, me refiero ahora-, nacido en una familia de la aristocracia cántabra, descendiente de Juan Pombo, marqués de Casa Pombo. Son muchas las novelas con las que el autor ha tratado de ofrecernos la recreación más exacta y deliciosa de esa alta sociedad que conoció desde pequeño: pienso, sin más, en el pequeño Kus-Kús explorando el mundo de los adultos en "El héroe de las mansardas de Mansard", en la familia Ferrer y sus complicadas relaciones en "El parecido" o en las ricas y anodinas familias que protagonizan, de formas muy diferentes, "Donde las mujeres" y "El metro de platino iridiado". Pero nunca hasta ahora nos había hablado sobre su propia familia o, al menos, no lo había hecho de manera tan directa como en "Santander, 1936", novela protagonizada por un supuesto tío carnal del autor, Álvaro Pombo Caller, que hacia mediados de los años treinta empieza a sentirse seducido por el discurso de José Antonio Primo de Rivera.

Sin ser una novela bélica, lo cierto es que "Santander, 1936" es una novela sobre la guerra. O, al menos, es una honda inspección de los sedimentos intelectuales y emocionales que, tras años de tensión, terminaron por encender un conflicto armado. Es, también, una novela de ideas, de perspectivas confrontadas, pues a lo largo de la narración se oponen las correrías juveniles del protagonista, en contacto con los primeros núcleos falangistas cántabros, y las meditadas conclusiones de su padre, Cayo Pombo Ybarra, un liberal agnóstico que se siente seducido por el republicanismo de Manuel Azaña. De hecho, las visitas de Azaña y de Primo de Rivera a Santander, ambos de campaña política, vertebran gran parte de la novela, en consonancia con el otro relato que se nos cuenta, que es más bien una crónica emocional de la decadencia de la familia Pombo Caller. La madre del protagonista, Ana Caller Donesteve, es una de las primeras mujeres que recurre al divorcio en España, no con la intención de romper la unidad familiar -como creen sus hijos-, sino para emprender una nueva vida lejos de la pequeña sociedad cántabra que tanto la cohíbe. Por ello se muda a París, donde emprende un prometedor negocio en el ámbito de la moda, y también por ello envía a sus hijos a estudiar al extranjero, distanciándolos de aquella ciudad norteña y de su figura paterna.

Así pues, a lo largo de la novela asistimos a un relato con múltiples ramas: quizá la más interesante de todas ellas sea la confrontación entre discursos políticos de signo opuesto, pero también son de gran valor las páginas dedicadas al ámbito doméstico y familiar, encarnadas también en la figura de Elena, una criada que parece mantener el funcionamiento de la familia. Llama la atención, además, el empleo de discursos verídicos, tanto de Manuel Azaña como de José Antonio Primo de Rivera, así como la reflexión que el propio narrador lleva a cabo sobre el léxico propio de los movimientos fascistas. En cualquier caso, la novela no se queda en un mero retrato de los encuentros y desencuentros entre la sociedad cántabra, sino que avanza indefectiblemente hacia ciertos acontecimientos que, con el estallido de la Guerra Civil, traerá nefastas consecuencias para la mayoría de personajes -empezando por el protagonista, que en calidad de falangista es apresado y encarcelado en el buque Alfonso Pérez-.

A diferencia de otras novelas de Álvaro Pombo, en las que la trama solía estancarse o progresar muy lentamente, hay en "Santander, 1936" un estilo mucho más dinámico, sin que por ello deba el autor descuidar la calidad de sus frases. Como toda su obra narrativa, esta es también una novela de ideas, una ficción concebida como laboratorio para extender una amplia red de experimentos de filosofía moral, a la manera de Iris Murdoch y de otros novelistas en lengua inglesa. De ahí que algunos lectores puedan sentirse abrumados por la profundidad de ciertas reflexiones o por la hondura analítica de los personajes. En cualquier caso, me parece indiscutible que Álvaro Pombo es a día de hoy el mejor escritor de las letras españolas, un prosista excelente, y por ello no puedo dejar de recomendar una lectura tan edificante como esta en cuestión.

Darío Luque