Opinión:
Los temas que tratan ambos autores son básicamente sus problemas personales y los intereses culturales que cada uno tiene puestos en la obra del otro.
Las cartas iban acompañadas en muchas ocasiones de obras de los autores (cuando no las envía directamente la editorial), fotografías… Ello quiere decir que no es estrictamente una correspondencia profesional, sino más bien personal e íntima.
El tono que adoptan es de una constante humildad hacia las obras propias y de un elogio desmedido hacia la obra del otro. Así dice Carmen Laforet que Sender es el mejor escritor en lengua española del momento y Sender afirma que Laforet es, no solo mejor que él, sino la mejor.
Dejando al margen los piropos mutuos, resulta curioso ver reflejados en las cartas algunos momentos importantes en la vida de ambos: Ramón J. Sender se niega a pisar España mientras el cesarito (Franco) siga en el poder y Carmen Laforet dice que no se pierde nada porque España no le gusta. En las cartas de la autora se ven los problemas que tiene con el dinero (no gana demasiado con sus escritos) e incluso le cuenta a Sender lo agobiada y necesitada que se siente en algunos momentos. El autor le ofrece impartir clases en un seminario en EEUU, pero Laforet no acepta nunca.
Laforet le promete que va a ir a dar clases a EEUU para verse y cambiar de aires, pero nunca llega el momento de su marcha a América. Con Sender ocurre lo mismo, siempre está asegurando que va a ir a España, pero en realidad nunca lleva a cabo ningún viaje: la mayoría de veces culpa al césar (Franco) de que siga en el poder.
En las primeras cartas hay un tono más distante marcado por el “usted”, se tratan como escritores que hablan de temas intelectuales, pero más tarde se tutean y los intercambios ya adquieren un tono más íntimo. Carmen le cuenta los problemas con su marido que la llevan a la separación; Sender le habla de su hijo, de su delicado estado de salud…
Resulta interesante ver el lado humano –así como el profesional- de estos dos escritores a través de estas cartas, aunque, inevitablemente, hay experiencias que se repiten en las cartas -fruto, lógicamente, de que el emisor no recuerda que algo que está contando ya lo ha explicó en alguna carta anterior- y en otras hay lagunas que debemos deducir.
Manel Haro