La sangre no es agua. Saga Santiago Quiñones 3

Opinión:

"La sangre no es agua" es la tercera y última entrega de la saga escrita por Boris Quercia y protagonizada por el policía Santiago Quiñones, que aquí se verá envuelto en demasiados líos, que algunos le llegan por vía de familia, pero otros se los busca él solo, por inoportuno o por dejarse llevar por querencias que truncan las rutinas de su vida, como siempre ha hecho.

Como hice con la anterior, fue acabar aquella y lanzarme a por esta, que, si bien sigue su estela, tal vez deje un regusto amargo, pues muestra a un Santiago Quiñones en horas bajas, dejándose caer en un pozo de remordimientos, con una culpa que no puede contar a nadie, hundiéndose en la bruma de la droga, a veces solo, otras acompañado, siempre sin freno.

Desde la primera página se va metiendo en un lodazal de despropósitos, ni que sea de casualidad, que embarra su vida cada vez más, si no es que ya estaba hasta el cuello, que ya hasta le ponen sus propios compañeros tiras como ejemplo de perdición ante los nuevos recién llegados, que él mismo lo ha oído, pero a estas alturas y después de todo lo que ha hecho, en cierta manera le da igual lo que piensen de él, aunque también intenta justificarse ante sí mismo, que hizo lo que cualquiera hubiese hecho en su lugar.

Pero, en su fuero interno, sabe que ha ido demasiado lejos, en palabras y en hechos, y ahora su conciencia le fustiga un día sí y otro también, sin descanso, lo que hace que se abandone, que ignore ese instinto de policía que hasta ahora le había salvado siempre.

Hay veces que da grima ver cómo se tira en esa cuesta abajo que se ha convertido su vida, ganas dan de darle más de una colleja para hacerle recapacitar, pero ya es tarde para todo, Santiago Quiñones buscará un final hasta que lo encuentre.

Tal como mencionaba al principio, esta es la última entrega de la saga, que queda entonces como trilogía con este cierre, un tanto agridulce, de una historia que me ha atrapado desde el principio y que me ha dejado muy satisfecho, despidiéndose con un desenlace en el que, tal cual reproduce la portada del libro, Santiago Quiñones está solo como nunca lo ha estado, solo ante su conciencia, solo ante la inmensidad del mar, solo ante el momento en que todas las cuentas queden saldadas.

Selin