la máquina de la muerte

Opinión:

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Son preguntas que la humanidad siempre se ha hecho. ¿Cuándo y de qué voy a morir? Debe ser el hit entre los practicantes de la ouija. Por si alguno no es muy dado a jugar con este tablero del Más Allá. “La máquina de la muerte” puede contestar por lo menos a la segunda pregunta.

Un pinchazo en un dedo, un análisis de sangre, y ya estamos listos para saber de qué vamos a fallecer con todas las consecuencias que ello implica. Saber el destino que la parca nos tiene reservado significa perder, en cierto modo, el libre albedrío que nos caracteriza teniendo siempre sobre nuestras cabezas una constante espada de Damocles que no sabemos cuándo va a caer. Y es que la gracia consiste en saber cómo pero no cuándo nos vamos a ir al otro barrio, razón por la que todos los relatos están impregnados de un existencialismo que va desde el pesimismo hasta el gamberrismo más desternillante, después de todo el destino tiene una manera muy peculiar de cumplirse hagamos lo que hagamos. Que a uno le salga en la papeleta la palabra avión hará que evite a toda costa los aeropuertos y los vuelos, lo que no quita que se le caiga el avión encima, o que le rebane el cuello uno teledirigido; si algo pone de manifiesto todo lo que nos cuentan es que terminamos por obsesionarnos por la suerte que nos va a tocar y no disfrutamos de la vida hasta ese momento, en realidad empezamos a morir verdaderamente en el instante que leemos el papelito en cuestión.

Visto lo visto no estamos ante un libro que trate sobre el fatalismo, por el contrario trata de la vida, de esa gran desconocida que vamos viendo pasar mientras esperamos que cualquier acontecimiento tenga lugar, sin darnos cuenta de que la estamos desperdiciando en cosas tontas, tan tontas como la muerte que al fin y al cabo es parte de la existencia.

Esta pitonisa macabra adquiere tintes de deidad, le otorgamos más poder del que tiene un simple artefacto diseñado por humanos, y termina por hacer realidad la Ley de Murphy en cualquiera de sus vertientes porque la ironía no falta en las historias sobre este aparato infernal, no podía ser de otra manera, si hay algo más irónico que vivir para acabar muriendo yo al menos no lo conozco. Es esa ironía la que hace de “La máquina de la muerte” un libro ameno, fresco y divertido, que nos dice a las claras que vamos a morir sí o sí, que la ambigüedad de nuestras interpretaciones nos llevará a una muerte más o menos digna, y que como todo en esta vida es cuestión del cristal con el que miremos nuestro final.
 
Las implicaciones políticas, religiosas, éticas y morales que se derivan de la utilización del aparato están tan presentes como la guadaña de nuestra protagonista, la muerte siempre ha sido un gran negocio y conocer las causas con antelación causa todo tipo de comportamientos y situaciones rocambolescas. El lector se encontrará dándole vueltas a la cabeza mientras desgrana estas historias, es imposible no preguntarse qué haría uno en cada caso particular que aquí nos narran, el problema es que la infalibilidad del engendro en cuestión nos lleva a respuestas que harán que no nos tomemos en serio nuestro último aliento, justo lo que todo ser humano debería hacer.

Cualquier día los supermercados tendrán a la entrada “La máquina de la muerte”, el único peligro que corremos es que nuestra predicción sea algo así como: risa; nos lo tomemos a coña, empecemos a carcajearnos y palmemos de eso, de un ataque de risa pero, ¿quién dijo que estirar la pata fuera una cosa seria?

Patricia Rubiera