La hija de la amante

Opinión:

Una novela que es todo un ejercicio de exorcismo. En la primera parte, titulada como el propio libro, la autora reconstruye el momento en que entra en contacto por primera vez con sus verdaderos padres. Ellen, la madre biológica, es una mujer excéntrica e infantil, que deposita en la figura de la hija reecontrada una serie de esperanzas que A. M. Homes siente como imposiciones y la alejan irremediablemente de ella, haciendo que la relación de las dos mujeres se halle marcada desde el principio por un doble impulso de atracción y rechazo que impedirá su normalización. Por su parte, la irrupción en escena de Norman, el hombre maduro y casado con otra mujer que dejó embarazada a Ellen, resulta también sumamente desestabilizadora, puesto que desde el principio adopta una actitud despótica y parece albergar intenciones turbias respecto a su nueva hija, con quien suele citarse de manera clandestina en bares omoteles de carretera. En este punto, el libro de A. M. Homes me ha recordado a "El beso", de Katryn Harrison, también publicado en Anagrama. Las protagonistas de ambos textos experimentan una necesidad casi rayana en lo servil de complacer a los padres alejados desde la infancia, al tiempo que estos parecen sentir una atracción sexual hacia la hija perdida, que llega hasta las últimas consecuencias en la novela de Harrison y se apunta sutilmente en La hija del amante.

Es un tramo intenso, el compuesto por esta primera sección de la obra, donde la narradora explora la desazón, las expectativas defraudadas, el desequilibrio permanente que generan en ella Ellen y Norman, dos fuerzas antagónicas, recién halladas y repentinamente posesivas. Son páginas en las que A. M. Homes cuenta cómo sus verdaderos padres se disputan su atención y tejen sus propias telas de araña para atraerla y retenerla a su lado, en las que indaga en su interior y explora sin pudor la vulnerabilidad del ser humano que concibe la esperanza de conocer sus orígenes, de dejar de ser solo la hija del amante, el producto de una relación adúltera y secreta. Esperanza que pronto queda frustada, por la muerte de Ellen y los desencuentros, cada vez más humillantes, con Norman.

En el libro segundo, dividido en cinco secciones diferentes, la autora experimenta de forma obsesiva la necesidad de reconstruir el pasado de sus padres, a los que da por perdidos en el presente. Con una intensidad que raya lo morboso, invertirá mucho tiempo y dinero en recolectar objetos e informaciones de ese tiempo anterior a su propia existencia, tratando de establecer sus raíces de forma perdurable. Sin embargo, la paz no llega a su vida a través de esa búsqueda desesperada, sino que después de muchos momentos de vacío y zozobra, reflejados sobre todo en el apartado Como un episodio de La Ley de los Ángeles, en el que muestra toda su rabia y su decepción hacia la figura paterna, A. H. Homes descubrirá que pueden ser otras, y muy alejadas de la fuerza de la sangre, las vivencias que le devuelvan la calma y la conciencia de su propia identidad.

Patricia Esteban Erlés