La emperatriz de la luna

Opinión:

En esta segunda parte de la historia que comenzó en la novela titulada "El palacio de la luna", la protagonista sufre las rencillas y las luchas por el poder tras la muerte del emperador, lo que le obligará a luchar por la supervivencia, lo que le permitirá alcanzar el poder de la corte imperial china.

La autora, como en su otro libro, consigue que comprendamos mejor ese universo cerrado, extraño, peligroso, de una corte dominada por una cultura que resulta difícil de imaginar a una mentalidad europea. Ese universo donde una música, un poema, un dibujo, pueden ser armas tan poderosas como un estilizado puñal.

Un eficaz retrato de una antigua China en el la lucha del poder era sin cuartel, donde los errores de cálculo se pagaban con la muerte, y con sofisticadas conspiraciones que obligaban a escoger un bando no siempre longevo en su absoluto dominio del poder.

Weina Dai Randel nos ofrece una segunda novela de la historia de este entrañable personaje, que se lee con gusto, sin excesivas pretensiones literarias ni concesiones a una técnica para los lectores más exigentes que esperan una complejidad mayor en términos narrativos. Esta obra cumple perfectamente con su objetivo de novela histórica que se disfruta con facilidad, porque ofrece un relato ágil de lectura sobre una época tan lejana como fascinante, tan extrema como insinuante de una cultura que algún rastro se vislumbra en determinadas situaciones del presente del coloso asiático.

Una obra además interesante porque retrata la lucha de dos mujeres que aspiran al poder absoluto, en un mundo de hombres, de soldados, de cortesanos y sinuosos funcionarios. Una lucha en la que el amor, la familia, los sentimientos, son cuestión de Estado, sin resquicio alguno para la flaqueza o la duda que pueden pagarse con la propia vida. Un libro, que como el anterior, es especialmente recomendable para aquellos que gusten de tramas históricas dominadas por las pasiones, las conspiraciones y las venganzas, en una encarnizada lucha por el poder.

Jorge Riet