La chica que llevaba una pistola en el tanga

Opinión:

Con un vocabulario localista y colorido, propio de cada escenario donde discurre la novela, el autor nos introduce en un mundo oscuro, sórdido, violento del que sólo se tiene noticias a través de los informativos. Es el ámbito del narcotráfico, redes de trata de blancas, prostitución y otras derivaciones, un mundo voraz que engulle a todo el que se acerca, una maraña que atrapa y son muy pocos los que pueden liberarse de ella y vivir aun para contarlo.

Una novela llena de vitalidad, veloz, violenta, con cambios de atmósferas rápidas, en constante movimiento, con algunas escenas breves, brutales, que solo hacen temer un submundo pútrido lleno de maldad. Porque donde hay dinero, nada está prohibido.

Personajes pincelados desde su manera de ser más que desde su forma física, podemos imaginarlos casi a gusto, aunque alguno se encuadra en el prototipo mental colectivo -sicarios, prostitutas, proxenetas, dealers-, pero cuya mentalidad es algo que ya está dicho y anclado a lo largo de la narración, van cumpliendo su función en la trama, insertos y convertidos en peones de algún pez mucho más grande que maniobra en las sombras las idas y venidas de todos ellos.

Es esta idiosincrasia la que provoca la vuelta al camino del personaje principal, que hace posible el giro drástico a toda la rutina, poniendo de revés su vida y la de su familia, debido a esta necesidad de remendar un error sin importar las consecuencias. Malas decisiones, buenas decisiones: delante de la balanza de la conciencia, como dicen los romanos, la suerte está echada.

Así, la trama policial que empieza con la muerte de una inocente, destapa una compleja red de tráficos diversos que abarca países como México, Rumania y España y una pareja de policías, donde no todo es lo que parece, que intentarán atar todos los cabos para resolver el caso, con un preludio final casi inverosímil, pero tan real como el mundo que habita la chica que llevaba una pistola en el tanga. 

Carol Inabé Barba