Ira

Opinión:

El lector que ya haya tenido la suerte de adentrarse en alguno de los nueve libros de esta colección, se sorprenderá cuando en las primeras páginas de "Ira" se encuentre con varios capítulos que, lejos de conceptualizar el pecado capital a través de Dante o de Santo Tomás, se detienen en hechos históricos de gran relevancia. De hecho, algunos de ellos pueden resonar en la memoria del lector contemporáneo, como la historia de Jo Berry y Pat Magee -él, responsable de un atentado del IRA; ella, víctima que perdió a su padre en dicho atentado- o el camino emprendido por Camilo Torres y Gaspar García Laviana, dos sacerdotes que se unieron a las guerrillas y a la violencia indiscriminada en los movimientos revolucionarios de Nicaragua y Colombia, respectivamente. Se trata en todo momento de ejemplos paradigmáticos de la deshumanización que induce la ira, a menudo en complicadas situaciones sociopolíticas donde el ser humano es capaz de cualquier caso con tal de caminar hacia una utopía soñada. No obstante, al situar el punto de partida del ensayo en la ira revolucionaria, Narbona también se ve en la necesidad de ofrecer a lo largo del discurso a su contraparte, la resistencia sin odio que encarnarían Malcolm X, Borís Pasternak, David Shulman o el Dalai Lama.

Con ello, Rafael Narbona consigue delimitar desde el principio un imaginario ético que, de lo contrario, sería fácil de deformar por medio de extremismos y situaciones radicales. Una vez dibujados los marcos de esos límites -la revolución violenta, por un lado, y la revolución pacífica, por otro-, el autor asume el cometido de reconstruir, desde la filosofía moral, una serie de propuestas para enfrentarse a la ira o, como mínimo, para resistir los impulsos que suelen caracterizar su dinámica violenta. Para ello, el autor tiene claro que la única solución pasa por la humanización del otro, es decir, la consideración del prójimo como un humano con tanto valor como uno mismo o, en palabras de Lévinas, "la posibilidad humana de otorgar una prioridad al otro por encima de sí-mismo". Este capítulo central del libro no deja de ser, en verdad, una acertada síntesis de la filosofía de Lévinas, puesta en relación con otros pensadores similares, como Emmanuel Mounier: ambos consideraron crucial una interpretación del ser humano que acentuase su dignidad, de tal forma que se revalorice la comunidad social.

En cualquier caso, Narbona es consciente de la necesidad de caracterizar el pecado de la ira para poder continuar con su reflexión moral. Por ello, los siguientes capítulos del ensayo exploran la representación que distintos autores han hecho de este vicio a lo largo de la historia literaria, desde Dante en adelante, con especial énfasis en dos escenas mitológicas: la figura del Minotauro, por un lado, que tan bien quedó retratada en "La casa de Asterión" de Borges; y el mito de Caín y Abel, por otro, en la prosa de Miguel de Unamuno. Mención aparte requieren las páginas dedicadas a dos inolvidables personajes de Herman Menville: el capitán Ajab, un hombre corrompido por la moral y que busca venganza en una ballena descomunal; y Bartleby, dominado por una pulsión negativa y entregado al nihilismo más absoluto, consecuencia última de la ira. Tras ello, dos últimos capítulos retoman la línea de reflexión moral que el autor había emprendido junto a Mounier y Lévinas -en mi opinión, la mejor parte del ensayo-; sirviéndose ahora de Ödön von Horváth, del cine y de los textos bíblicos, Rafael Narbona cierra su interesante acercamiento al fenómeno de la ira con una magnífica reflexión sobre el perdón y la conciencia.

Darío Luque