diario de invierno

Opinión:

Paul Auster se hace mayor y cada vez parece menos interesado en la ficción, o como él mismo ha confesado en entrevistas, está menos satisfecho de las nuevas historias de ficción que se le ocurren. En anteriores reseñas realizadas en esta web, ya comentamos que en los últimos años (y en los últimos libros) daba la impresión de que el autor daba más importancia al propio hecho de escribir (como necesidad) que a la propia historia que contaba, e incluso comprobamos en algún que otro experimento  (pienso por ejemplo en el interesante comienzo de “Un hombre de la oscuridad”) que era incapaz de rematar historias muy prometedoras, como aquella que hablaba de una nueva guerra civil americana en el presente.
 
Tal vez por eso ha optado en este nuevo libro (y probablemente en el próximo, según podemos entender por comentarios del autor) por hablar de sí mismo. En rigor, no es la primera vez que lo hace, ya que en el inclasificable “La invención de la soledad” ya hablaba de su padre, y también era autobiográfico el libro “A salto de mata”. O incluso “El cuaderno rojo”, que relataba historias verídicas relacionadas con el azar. Pero “Diario de invierno” es diferente. Porque por primera vez, al menos de una manera evidente y sin tapujos, Auster habla de la muerte. No sólo de la muerte de su padre o de otros, sino de la posibilidad de la suya, por lo que en este libro parece querer rendir cuentas con su pasado y hablar de recuerdos, de conductas o de personas que antes no había confesado. Y lo hace sin pudor, con total naturalidad, con la honestidad y la indiferencia del que sabe que si la vida son cuatro estaciones, él ya se encuentra en el invierno. Claro que teniendo en cuenta que en otro libro anterior (de nuevo, “La invención de la soledad”) ya confesó el truculento episodio real en el que su abuela paterna había asesinado a su marido, nada de esto nos debería extrañar.
 
Auster nos habla de dolor y placer, de muerte y amor, de amistad, de sexo, de familia, de viajes, de su estancia en Francia, de cine (otra de sus pasiones), del paso del tiempo, y lo hace con ritmo musical, encadenando temas, recuerdos, sensaciones. Con esa manera tan personal y atractiva de narrar, que provoca que no puedas dejar de leer.
 
De entre todas las partes del libro, que son muchas porque Auster no escatima en temas, épocas o recuerdos, destaco sobre todo las dedicadas a su madre y a su actual esposa. A su madre, una persona mucho más presente e importante en su vida que su padre, que le hace reflexionar sobre sus reacciones ante la muerte de seres queridos: no con tristeza y dolor inmediatas, sino con el bloqueo y el pánico, como si su propio cuerpo reaccionara ante lo que él mismo no es capaz de reaccionar.
 
Y sobre Siri Hustvedt, cuyo panegírico confiesa Auster que tuvo que contener para no destruir el contenido del libro, nos regala alguna de sus páginas más tiernas y cariñosas. E incluso divertidas, como ese episodio que relata sobre las reuniones de comunidad de vecinos en las que su esposa ejerce de secretaria y redacta irónicos y entretenidos informes de juntas.
 
En definitiva, se trata de un libro imprescindible para los incondicionales de Paul Auster, que disfrutarán y se sorprenderán con más de un dato que aporta en el libro (y es que por mucho que hayamos leído sobre él, quedaba y queda mucha información por conocerse) y una curiosidad para todos los demás, que se lee en un suspiro, y que nos ayuda a conocer mejor a uno de los escritores actuales más reconocidos y mediáticos. Al menos en Europa.
 
A modo anecdótico, informar que en el libro se indican las direcciones completas de todas las casas que el autor ha habitado durante toda su vida (las veintiuna viviendas, incluidas las francesas), salvo la actual, que se limita a apuntar: “En cierto lugar de Park Slope (Brooklyn)”. Será para evitar incómodas visitas de fanáticos. 
  
Jorge Borondo