Avaricia

Opinión:

Pese a lo que podemos pensar hoy en día, la avaricia no consiste en un mero deseo de posesiones, bienes y dinero, pues esto sería más bien propio de la codicia. Santo Tomás de Aquino definió la avaricia como un deseo inmoderado de tener ('inmoderatus amor habendi'), una inmoderación que sólo puede ejercerla quien ya ha reunido numerosas posesiones. Este es, pues, el punto de partida que asume Miguel García-Baró, miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y profesor de Filosofía en las Universidades Complutense y Pontificia Comillas, en su excelente ensayo sobre el pecado cardinal más asociado a la riqueza. A diferencia de otros libros de esta misma colección, el autor propone en "Avaricia" un recorrido exclusivamente filosófico por la evolución del concepto y por las implicaciones morales y prácticas que se han ido sumando en la paulatina configuración de su imaginario. Sin ignorar referentes literarios tan archiconocidos como el avaro de Molière o los famosos versos de Dante, García-Baró delimita una constelación de ejemplos que se inicia en los filósofos griegos y sigue a través de los padres de la Iglesia.

Tras unas primeras páginas dedicadas a situarnos entre los límites conceptuales de este pecado capital, el autor recurre a la Ética nicomáquea de Aristóteles y a los comentarios de Santo Tomás para valorar las primeras definiciones intelectuales sobre la avaricia. También la "filargyria" de la que habló San Agustín y la visión de San Isidoro contribuyen a perfilar este primer itinerario filosófico, con el objetivo de definir un vicio que tanto atenta contra el prójimo -en tanto que el acopio de bienes entre unos pocos hacen que a otros les falten- como contra uno mismo y contra Dios, porque el avaro pierde los bienes eternos. En páginas posteriores, García-Baró ofrece interesantes reflexiones sobre la avaricia a partir de los textos aristotélicos (el filósofo griego diferenció siete posibilidades dentro de este pecado, entre las que se cuentan la parquedad, la usura, el juego y el latrocinio). Todas estas consideraciones teóricas se cierran con el imaginario de la Comedia dantesca y preludian un nuevo recorrido, de mayor aprovechamiento, por la fenomenología de la avaricia.

En una nueva visita a los textos clásicos de Aristóteles, Cicerón y Lucano, entre otros, Miguel García-Baró trata de indagar acerca de los orígenes de una figura tan universal como es la del avaro, y también intenta reconstruir el perfil moral que se le ha asociado en cada momento. Es la ética de Aristóteles, ya en época helenística, el texto que mayores revelaciones proporciona en este sentido, pues en él se reflexiona sobre la prodigalidad y la falta y, al mismo tiempo, se acuñan bellos conceptos que inundan de matices el concepto de avaricia, como 'apeirokalía' y 'banausía' (que consistirían en no comportarse correctamente por falta de límites en el derroche o por la exhibición de las posesiones propias) o también 'mikroprépeia', que consistiría justo en lo opuesto. También los poemas filosóficos de Solón de Atenas y de Teognis de Mégara ofrecen interesantes reflexiones, como la asociación entre riqueza y perversidad o sus vínculos con el conocimiento.

El ensayo de Miguel García-Baró se cierra con un minucioso estudio de las representaciones que la avaricia ha recibido a lo largo de los siglos. El filósofo David Hume, por ejemplo, opone la avaricia a un sentido primigenio de justicia; un contemporáneo suyo, La Rochefoucauld, propone dos soluciones para la avaricia: una es la pereza y la otra es la humildad. En cuanto a la tradición literaria, desde la "Aulularia" de Plauto hasta el Harpagón de Molière y el padre avaro de Eugenia Grandet de Balzac, el recorrido filosófico que propone el autor cubre todas las aristas de un vicio universal que, en última instancia, se alía con la envidia y la ingratitud para hacernos peores personas. Así pues, García-Baró ha escrito un ensayo excelente, a medio camino entre erudición y pragmatismo, en el que la avaricia se desnuda al completo, desde sus raíces hasta sus consecuencias.

Darío Luque