El mundo acabará en viernes

Opinión:

Manuel Moyano ha demostrado, a lo largo de su ya amplia bibliografía, una capacidad inusual para moverse entre géneros sin perder una voz propia, reconocible y sorprendentemente versátil. Autor de ficciones tan imaginativas como "El imperio de Yegorov" (finalista del Premio Herralde), "La coartada del diablo" (galardonada con el Premio Tristana) o "La hipótesis de Saint-Germain", siempre ha destacado por la originalidad de sus textos y por el tono, a menudo irónico y juguetón. En los últimos años, además, ha explorado con excelente pulso la no ficción, tal y como demuestran "Polvo en los zapatos" y "La frontera interior", esta última cercana al relato de viaje. Que su nueva novela, "El mundo acabará en viernes", abrace una distopía apocalíptica en clave de humor no debería sorprendernos, pues Moyano vuelve a desplegar imaginación desbordante, sentido del ritmo y un humor que atenúa, sin restarles gravedad, las sombras del fin del mundo.

La historia se articula en cuatro líneas narrativas que se entrelazan con creciente intensidad. Por un lado, John Ekaverya, psiquiatra con ancestros vascos instalado en Idaho, se topa con el caso más extraño de su carrera: un hombre que no solo cree ser Ernest Hemingway, sino que parece ser Ernest Hemingway, literal y desconcertantemente resucitado. En Tel Aviv, Myryam Shejav, asistente en la producción de Eurovisión, intenta sortear los preparativos del festival en plena plaga bíblica de langostas mientras la aparición del enigmático Yeshua desencadena una revelación sobre el inminente fin de los tiempos. A las afueras de Londres, el paparazzo Mihir Boshu persigue la exclusiva definitiva cuando Lady Di vuelve a la vida, un acontecimiento que le abre la puerta a jugosos y peligrosos encargos del todopoderoso Boris Woon. Y, en paralelo, la pensadora Ronia Sharabi, formada en Oxford y especialista en religiones, se ve arrastrada al centro mediático del apocalipsis cuando Woon decide entrevistarla para interpretar el caos global.

Lo más admirable del libro es cómo Moyano consigue equilibrar una trama absolutamente disparatada con un estilo claro, fluido y cercano, que convierte lo excepcional en verosímil y lo apocalíptico en pura diversión literaria. La novela funciona tanto por su humor, entre sutil y grotesco, como por la solidez de su construcción, pues cada línea narrativa aporta un matiz distinto a este fresco del fin del mundo, desde la sátira mediática hasta la reflexión religiosa, pasando por la parodia del thriller y el guiño metaliterario. A ello se suma una prosa que avanza con naturalidad, sin digresiones inútiles, sostenida por diálogos vivos y descripciones que equilibran precisión y ligereza. Se nota que el autor ha disfrutado escribiéndola, combinando referentes culturales, situaciones absurdas y un timing cómico impecable. Ese disfrute, contagioso, convierte la lectura en una experiencia fresca, ingeniosa y sorprendentemente luminosa para tratarse de una novela sobre el apocalipsis.

*Publicada por Menoscuarto Ediciones.

Darío Luque