La pequeña librería de Stefan Zweig

Opinión:

El relato de Francisco Uría ofrece un enfoque original, un singular vínculo de Stefan Zweig con una España recién entrada en su cruenta guerra civil. Una relación efímera pero a la vez intensa de un librero con el famoso escritor, cuyas palabras en ese sorprendente diálogo sugieren una reinterpretación de nuestro pasado, más ambiciosa, más europea, más internacional, que el limitado recurso al odio entre hermanos y vecinos, o las viejas rencillas de clase social.

Un diálogo improvisado, inesperado, que revisa nuestro conflicto civil como un terrible presagio del precipicio al que empezaba a asomarse Europa, que cobra un sentido más profundo bajo el prisma de la obra y pensamiento de Zweig. Un horror moral del escritor que se materializa en una pequeña librería de provincia, habitada por el miedo, los libros prohibidos, las conversaciones vigiladas, los ecos de la represión, como un testigo mudo y consciente de una democracia destruida por un golpe autoritario.

Una librería convertida durante unas pocas horas en un precario refugio en una de las noches más oscuras de la historia de los españoles, que permitiría al escritor confirmar sus más terribles sospechas de una deriva continental que le aprisionaba el alma y alimentaba sus peores temores.

Uría plantea el relato como un diálogo perfectamente ajustado a la personalidad del famoso escritor, despojado del púlpito de la fama en una situación cotidiana, en un deambular solitario, en una tímida entrada en una pequeña librería, en un austero diálogo con un humilde librero, en una improvisada hermandad erigida sobre el amor a las letras, al conocimiento, al pensamiento, a la libertad de credo y el derecho a la diferencia, aherrojados por el miedo que por aquellos días sometía sus almas.

Uno de los aciertos del relato es la normalidad de la historia, su ambiente, esa sobremesa familiar dominada por un recuerdo doméstico, íntimo, discreto, que el paso del tiempo concede especial relevancia por la dimensión universal del protagonista, cuyo viejo y olvidado diálogo resiste confirmando la vigencia de su lección moral y humana, en una aproximación de su figura y pensamiento a nuestra propia historia, presentada como un capítulo anticipatorio de los peores años del siglo XX.

Esa cotidianidad décadas después que contrasta con la conversación amenazada por el tiempo, por esas horas fugaces constreñidas a las labores inevitables del barco en una escala técnica, que actúan como un paréntesis de libertad, de aire para respirar, de reencuentro con lo mejor del ser humano, como un suave alivio en medio de la tragedia.

Es un relato de memoria, de viejas querencias, sentimientos y emociones, del valor de la palabra como parte sustancial del código moral que define una sociedad justa y libre. De la importancia de la cultura como pegamento de una comunidad, de los libros como hilo invisible que liga valores entre individuos que se desconocen, de las letras como arma frente a la miseria moral y la injusticia, de la intimidad cómplice que se puede desparramar sobre el diálogo sin censura.

Una novela que acerca a Stefan Zweig a nuestra propia historia más allá de la anécdota, porque ese diálogo actúa como un retrato de nuestro pasado, inserto en nuestra tradición y vocación cultural europea. Una novela que ayuda a comprender mejor al famoso personaje, a su mensaje y su tragedia, su pesimismo en unos años que le golpearon hasta que lo perdió todo. Un libro para reconocernos en valores hoy tristemente en desuso, que nos advierte de ese pasado nefasto que debiera ser sepultado pero no olvidado. Un libro recomendable en estos tiempos tan espesos que vivimos.

Jorge Riet