Si un hombre maduro se empareja con una veinteañera será
considerado un rijoso (sea una relación esporádica o duradera en el
tiempo) y si una mujer madura hace lo mismo con un joven será
considerada una viciosa. También pueden ser más graves las
acusaciones: a un hombre de edad se le calificaría de inmaduro y a
una mujer de aprovechada. Ejemplos hemos conocido: María Kodama,
con Borges; Pilar del Río, con Saramago; Marina Castaño, con Cela…
Y lo mismo sucede con hombres mayores cuando se relacionan con
mujeres mucho más jóvenes. Pero, ¿a qué viene esa manía de juzgar?
¿Cuándo dejaremos en paz a los demás?
Acabo de ver una fotografía de Raquel Welch con Dalí, de 1965,
cuando ella tenía veinticinco años y él sesenta. Nada entre ellos, se supone, pero ¿acaso alguien tendría algo
que objetar si se hubieran embarcado en la nave de la lujuria? A
mí, esta fotografía, sólo me ha provocado envidia y lo más curioso
es que la siento por los dos. No por la lujuria, claro, sino por
haber podido conversar y aprender junto a cualquiera de los dos.
Impagable una velada de conversación con Dalí; estremecedora una
velada de confidencias con Raquel. Otra cosa es que, después, si la
cosa se hubiera puesto propicia, insinuara a la Welch algo más,
pero ello es una mera cuestión de heterosexualidad, no más.
En mi opinión no deben dejarse pasar ocasiones de disfrutar de
lo que la vida nos ofrece. Y en aspectos relacionados con el goce
sexual, retraerse es necedad. De igual modo que nunca hay que
rechazar leer una buena novela, ver una buena película o recrearse
ante la visión de una obra maestra de la pintura.
¿Qué tiene todo esto que ver con la edad? Nada hay desparejado
si así se decide. Libertad, santa palabra.
Antonio Gómez Rufo