LA DESNUDEZ TOTAL
La literatura se alimenta de la imaginación; los escritores, de
lo imaginado. Para describir un asesinato no es preciso matar, ni
para narrar los instantes finales de un moribundo es necesario
morir. Pero, al contrario de esas escenas literarias, para
transmitir las emociones de un orgasmo es imprescindible haberlo
sentido. La literatura es, casi siempre, imaginación, pero el
orgasmo es un paraíso que se tiene haber visitado.
En estos días de estío, cuando el calor invita a deshacerse de
ropas y mostrar cuanto se ha ocultado durante tantos
meses invernales, es común desprenderse de velos y
cubiertas, de modo que las calles se abarrotan de piernas, brazos,
vientres, escotes y miradas, todos visibles, todas desnudas, y a la
imaginación de los escritores le queda muy poco por descubrir. Y
aun así los ojos siguen cumpliendo su función escrutadora para
desentrañar los misterios que quedan ocultos en los cuerpos humanos
en cuanto se despierta el verano.
Y, por si quedara algo por desvestir, la moda ha impuesto
retirar las cortinas del único secreto que la mujer guarda
celosamente en nuestra civilización: ese cortinaje que impidió
durante siglos que ella, incluso sin ropa, estuviera desnuda por
completo, y que hoy es retirado o moldeado según el gusto de cada
cual. Tienen denominación: ingle brasileña, pubis acorazonado,
hormiguero, perilla, mosca… Un trabajo de orfebrería que sólo se
muestra en el zenit de la ofrenda amorosa como se obsequia una flor
tras las rejas del cortejo, como se rinde una puerta retirando la
cancela y el visillo de la intimidad.
La imaginación de los escritores puede fabular con las formas
del monte de Venus y sus frondas silvestres o mimadas por los
jardineros de la depilación. Pero ahora es mejor suponer en él
desiertos, porque tendrá muchas posibilidades de acertar.
Lo único que cabe preguntarse es si esa desnudez total es
capricho femenino o generosidad de mujer para satisfacer caprichos
masculinos. Yo creo que hay de todo, pero, como en todo lo demás,
tampoco estoy muy seguro.
Antonio
Gómez Rufo (texto y foto)