La gran paradoja es que vivimos una época en que se simultanea
una hipócrita ola de conservadurismo con una desmedida fiebre por
lo sexual. Mientras hoy "La rodilla de Claire" no hubiera podido
hacerse, o no se habría publicado "Lolita", ni Fellini hubiera
podido hacer bastantes de sus películas, a la vez triunfan los
libros y películas en las que el sexo explícito es su atractivo
principal.
Da igual que se vistan de simple erotismo o de cuestión social:
el caso es que "La vie d'Adele", o "Ninfomanía", si hablamos de
cine, o los libros más buscados, las novelas tipo Grey, son un
atractivo reclamo para espectadores y lectores.
A la vez, y eso es lo paradójico, las autoridades y colectivos
más concienciados imponen normas y sanciones de todo tipo si se
abordan o defienden aspectos que no son "políticamente correctos"
de la vida cotidiana, sea en relación con los menores, la mujer, las razas o las religiones. De
tal modo que hay que tener mucho cuidado con convertir en
literatura o en imágenes ciertos placeres, algunas situaciones y
determinados comportamientos.
Hay que buscar fórmulas para romper con la hipocresía impuesta.
Basta ya de rasgarse las vestiduras por la "perversidad" de la
pornografía, la "enfermedad" de la homosexualidad, el "delito" de
alabar la belleza adolescente o el "crimen" de las conductas
diferentes, porque ni la naturaleza ni el mundo de los deseos son
materias a prohibir, entre otras cosas porque se puede poner un
semáforo en un cruce, pero no impedir la libertad de pensar.
Y menos mal que nos queda la literatura; menos mal que ya no se
queman los libros.
Antonio Gómez Rufo