"ROSETTA"
Álvaro Bermejo
Con la salvedad del "encuentro
cósmico" Zapatero-Obama, hace un par de semanas, y por primera vez
desde el lanzamiento del Sputnik, una sonda espacial consiguió
posarse sobre la superficie de un cometa. Para consumar esta cita
galante Rosetta ha necesitado diez años de viaje y un delicado
ballet previo al acoplamiento final sobre el helado tálamo de
67P/Churyumov.
Hoy el sistema solar alberga una nueva pareja de hecho, una
quimera integrada por un viejo testigo del Big-Bang y un artefacto
concebido por la más avanzada tecnología humana. ¿Surgirá asimismo
una nueva mitogénesis susceptible de revocar las complicadas
relaciones entre la humanidad y los cometas?
Desde la noche de los tiempos se imputa a estos cuerpos celestes
como anunciadores de desastres y maravillas. La muerte de
César y el nacimiento de Cristo, la prefiguración de guerras y
diluvios apocalípticos, y hasta la extinción de los
dinosaurios, se vienen atribuyendo a estos astros errantes
formados al mismo tiempo que el Sol. Quedaba por demostrar si fue
uno de ellos quien aportó a la Tierra buena parte del agua de los
océanos, así como las moléculas orgánicas necesarias para la
emergencia de la vida.
Rosetta y su pequeño robot,
Philae, cuentan con menos de un año para revertir
la escritura del Génesis. En agosto de 2015 el cometa 67P pasará
muy cerca del sol y es posible que de nuestra dama no quede
más que polvo de estrellas.
Para entonces habremos averiguado mucho sobre la formación del
sistema solar y sobre el origen de la vida en nuestro planeta.
Pero, hoy mismo y en virtud de esta gesta galáctica, hemos
comenzado a vislumbrar la cara oculta de Europa.
Sin la mediación de rusos o americanos, millares de científicos
del viejo continente se han concertado en una proeza tecnológica
excepcional, tanto por su longitud como por la distancia recorrida
hasta los confines del espacio.
Todo esto ha surgido de una comunidad de naciones carente de
proyectos y aun de identidad, en plena recesión económica y
defenestrada del liderazgo mundial. Se diría que, pese a todo ello,
Rosetta nos ha descubierto algo no menos relevante que la
composición del cosmos, y esto es todo aquello que puede poner en
pie una presunta Europa en decadencia.
Tal vez, vistos desde allá arriba, no estamos tan muertos como
temíamos. Tal vez, desde allá arriba, hasta podamos extraer alguna
lección política que nos toca muy de cerca. Puede que las raíces
sean muy importantes, pero progresamos más, unidos, mirando hacia
las estrellas.
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