Álvaro Bermejo

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Séneca como antídoto

 

 

Seneca

SÉNECA COMO ANTÍDOTO

Álvaro  Bermejo

 

El ritmo de nuestro tiempo es el de las grandes ciudades. Por ellas vivimos precipitados, desconcertados, insatisfechos.  En el Senado discursos huecos, sin norte ni contenido. Y en los ciudadanos, una mezcla de ambición y ceguera que no puede conducirnos sino al peor de los futuros. Todo esto, ¿lo dice algún iracundo profeta de la Posmodernidad? Ciertamente, podría parecerlo. Pero en realidad se trata de una reflexión que hoy cumple nada menos que dos milenos, Seneca1surgida de un filósofo más heterodoxo que estoico, de un hispanorromano que se sentía ciudadano del mundo, también  de un maestro que se hacía llamar Séneca, el Anciano, pese a que ya era considerado el árbitro moral de un imperio a la deriva, aún sin cumplir los cuarenta, cuando Calígula sucedió a Tiberio.

Hoy, Gilles Lipovetsky habla del Imperio de lo Efímero,  mientras Gianni Vattimo denuncia la omnipresencia del pensamiento débil. Séneca va un paso por delante sin perder la sonrisa irónica ante el espectáculo del poder, ni ante el tremendo Tiberio, ni ante el irascible Nerón. Ni siquiera después de muerto perdona a Claudio,  a quien satiriza presentándolo no ya convertido en dios, sino en una panzuda y cavernosa calabaza. ¿Por qué se atreve a tanto? Porque frente al pensamiento débil de su época creyó en el poder de convicción de un discurso fuerte, más a pie de calle que entre los mármoles. No le interesaban los sabios de gabinete, los animales lógicos, como llegó a ridiculizar la lógica declarándola no procedente para la sabiduría. Claro, porque ¿cuándo el mundo ha sido lógico?  Los romanos de la decadencia vivían en un estado de ánimo parecido al nuestro, sólo comparable, como repite Séneca con insistencia, a la locura.

También ellos se sabían saturados de conocimientos, de riquezas, de posibilidades que ni siquiera habían sido vislumbradas en épocas anteriores, pero carecían de la más mínima sabiduría. Séneca escribe a Lucilio: "Una cólera enorme desemboca en la locura furiosa. He aquí la razón por la que se debe evitar la cólera, no por un asunto de moderación, sino de salud".

 

 

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Séneca y Nerón

 

Igualmente hay que tomar a Séneca en dosis homeopáticas,  como su propio estilo nos invita a detenernos, a respirar con más calma, a reflexionar antes de actuar. Si pretendes estar en todas partes, no estarás en ninguna, nos advierte. Si aspiras a poseerlo todo, no poseerás nada: serás siempre esclavo de lo que todavía no posees.

 

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Por encima de todos los bienes, él poseía uno que no tiene precio: su fascinante perspectiva, su insobornable punto de vista. En esta sociedad no hace falta ser un líder de opinión. Basta con flirtear en los cenáculos del poder para sentir en la nuca el aliento y la tentación de su influencia. A Séneca le tientan desde todas las instancias, saben que le escucha el emperador. Pero bien lejos de dejarse corromper, a medida que la cúpula del  Capitolio se envilece, pone en escena sus sátiras más corrosivas y sus tragedias más drásticas. En ellas  plasma su concepción agónica de la vida del héroe, la tarea del sabio entendida como un combate donde aun si cae "lucha de rodillas". Si el emperador se enfurece,  escribe para él un libro Sobre la clemencia. Si la virulencia contra él llega a la agresión física, responde hablando De la tranquilidad del alma. Si le deportan, aprovecha el viaje para ensanchar su incesante curiosidad intelectual.

 

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Monumento A Séneca en la Puerta de Almodóvar, Córdoba

 

En su adolescencia siguió las enseñanzas de un discípulo de Pitágoras, Sotión, el cual prescribía, debido a su creencia en la reencarnación de las almas, una dieta vegetariana. Dado que nació un año antes que Cristo, la juventud de Séneca correspondió a tiempos de repliegue cultural, de dictadura, de profunda desconfianza frente a las ideologías exóticas. Los primeros cristianos iban a conocer esa atmósfera represiva, ese mundo de la sospecha y la delación, un poco más tarde. El padre del joven Séneca creyó que el hecho de adherirse a una doctrina filosófica y de no comer carne podría comprometer su futura carrera política. Primero le convenció de que debía renunciar a singularizarse, después decidió mandarlo a Egipto. De ahí en adelante, cada vez que regresaba a Roma y se veía involucrado en las luchas internas por el poder, conocía un destierro.

En gran medida, el lenguaje incomparable de Séneca, con su concisión, su eficacia soterrada, su elegancia y a la vez su fuerza, es producto de sus exilios. De esa distancia crítica, irónica, insobornable, que no abandona nunca

Como habla al político y al gobernante, habla al hombre en todas sus edades y en todos los tiempos. A los jóvenes, como si les invitara a una fiesta, les regala un libro plenamente contemporáneo, por su sencillez, por su estilo directo, como es La Vida Feliz. Para los adultos cegados por la preeminencia del tener sobre el ser, escribe sus Consolaciones. Más adelante, en su Epístola sobre la Vejez, donde habla de la cercanía de la muerte y de la mejor forma de encararla, cuenta el caso de un gobernador de Siria, Pacuvio. Este personaje, un libertino delirante, celebraba su propio banquete fúnebre todas las noches. Después de las libaciones, se hacía trasladar desde el comedor a su dormitorio en medio de los aplausos  y las enfervorizadas exclamaciones de sus favoritos: ¡ Ha vivido, ha vivido !

  

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Séneca y Montaigne

 

No pasaba un día sin que se enterrara, comenta Séneca. Lo que Pacuvio hacía por mala conciencia, agrega, habría que hacerlo por conciencia buena, dando cada día por vivido y pensando que el día siguiente es un beneficio suplementario. En su condición de narrador filósofo, Séneca adopta siempre una perspectiva propia, pero también un punto de vista sorprendentemente moderno, por cuanto prioriza el yo especulativo que descubriría Montaigne siglos más tarde, cuando escribió: soy yo mismo la materia de mi libro. Como Séneca es nosotros cada vez que nos habla, colocando su yo soy después del conocimiento, como si el conocimiento se adquiriera para olvidarlo, y en el umbral de la sabiduría.

Cada una de sus epístolas se presenta de esta forma como un diálogo a través del tiempo, sobre el que prospera una preparación para la filosofía que no se encuentra lejos de nuestra concepción del arte literario. La elegancia de la palabra es el equilibrio del pensamiento, como la buena literatura es una cuestión de oído, de ritmo, de organización sabia del lenguaje. Por eso la escritura de calidad no da notas falsas. Séneca sin embargo interpreta una melodía bien difícil: su sencillez es el arma de convicción de un compromiso sin excusas. En su tiempo, al ser descubierta la conjura de Cayo Calpurnio, dirigida contra el emperador con la finalidad, según muchos creían, de entregar el imperio a Séneca, éste fue condenado a muerte y no vaciló en cortarse las venas. Dos milenios después bebemos su sangre, su literatura, casi como un antídoto. Un tónico contra el vértigo de este fin de siglo, sin duda de gran valor intelectual y estético, al que se une, sabiéndolo leer, un incontestable valor de uso.

 

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La muerte de Séneca

 

 

 

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