"LA LEY DE LOS
CAMBIOS"
Álvaro Bermejo
La irresistible ascensión de líderes como Albert Rivera o Pablo
Iglesias, tanto como la fulgurante caída de Rosa Díez o el declive
de PP y PSOE, tienen mucho que ver con dos estudios que comienzan a
hacer furor en Europa. El primero, sin embargo, viene de EE.UU. Lo
firma Jonathan Crary y su título no puede ser más
elocuente: "El capitalismo al asalto del tiempo".
Menos espectacular, pero quizá más certero, el sociólogo alemán
Hartmut Rosa habla de un mundo de hámsters atrapados en la rueda de
una aceleración progresiva, invasiva y global. Ambos abordan una
crítica social de la modernidad entendida como una extensión del
turbocapitalismo y de su exigencia sistemática de crecimiento e
innovación aplicada a todas las escalas de nuestra vida.
Hartmut Rosa
Desde la Transición venimos haciendo de la palabra
Cambio un mantra tan universal como abusivo. Jamás
contemplamos la posibilidad de que los cambios puedan ser a peor.
Basta con que las pantallas irradien caras nuevas y mensajes muy
dinámicos. La presión industrial por innovar ha
migrado de las esferas económicas a las políticas,
y también a la individual. Si en el ámbito científico ya nadie
recuerda el concepto de conocimiento como algo precioso que debe
ser preservado y transmitido de una generación a otra, en el mundo
de la cultura ya solo importa estar a la última, pues la novedad
permanente define la constante escalada de la modernidad.
No es preciso ser muy perspicaz para advertir que este modelo de
estabilización del vértigo genera sus propias tendencias
desestabilizadoras. Ya no se trata de la pugna entre actores
políticos más rápidos o más lentos -la velocidad de adaptación al
cambio define las nuevas ideologías-. La
desincronización entre economías -la especulativa y la
real-, o entre mercados y gobiernos, afecta a los procesos
democráticos de formación de voluntades y toma de decisiones. Por
su propia complejidad se vuelven más opacos, se ralentizan. Pueden
quebrar.
Sucede algo semejante con los individuos. Crary habla de las
nuevas patologías de la desincronización, como el burn-out o la
depresión. Rosa se pregunta: ¿Qué velocidad de cambios acelerados y
constantes pueden soportar los individuos antes de romperse?
Tal vez la velocidad y el cambio sean las dos formas de éxtasis
propias de nuestro tiempo. Según Kundera también
suponen el anverso de nuestro flagrante deseo de olvido. ¿Queremos
el cambio para olvidar o para seguir soñando? La pregunta, desde
luego, invita a detenerse. Aunque solo sea para pensar.
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