"HOUELLEBECQ"
Álvaro Bermejo
La inminencia de Halloween sirve un buen pretexto para
hablar de Michel Houellebecq. El gran fenómeno de
las letras francesas después de Sartre, el escritor más relevante
del siglo XXI, según el Times Literary Supplement, asalta la
actualidad con dos películas acerca de sí mismo. Tal
como sucede en la novela que le valió el Goncourt,
El Mapa y el Territorio,
Houellebecq se desdobla en su biografía y en su personaje,
presentándose como un espejo roto, cruel a veces, otras
hilarante, donde refleja en dos lecturas, a cada cual más
corrosiva, la espléndida decadencia de nuestro
tiempo.
Si en el filme recién estrenado, El secuestro de Michel
Houellebecq, se interpreta a sí mismo jugando con el
terremoto mediático que siguió a su desaparición tras ganar el
Goncourt -¿la había secuestrado Al Qaeda por declarar que el Islam
es 'una religión imbécil'?-, en el que se estrenará este otoño
-NED, Near Death
Experience-, salta de la farsa autobiográfica al psicodrama para
contarnos la fuga de un insignificante empleado que decide romper
con todo y desaparecer.
Uno y otro no dejan de recordarnos a ese oscuro pasante de la
Asamblea Nacional que se dio a conocer llorando borracho en un
festival de poesía provincial. Desde entonces, al paso de libros
como Las
Partículas Elementales, Houellebecq no ha
dejado de construirse un perfil de escritor autodestructivo
perfectamente compatible con tiradas que superan los 400.000
ejemplares, con traducciones a más de cuarenta lenguas y con un
caché editorial estimado en dos millones de euros.
Nada de todo eso parece descomponer la excentricidad de
este provocador venerado como una estrella del rock, también
parodiado hasta la náusea, que atempera su desesperación con una
ironía suicida. Desde su imagen cadavérica de existencialista
terminal, Houellebecq se ríe de sí mismo tanto como de nosotros,
partículas elementales de un mundo abocado a la muerte de la
autenticidad, donde el dinero rey mata todo lo que toca.
"Mi vida se pudre", declara mientras mordisquea con desgana una
bandeja de embutidos industriales, "esto es el final". Un final tan
irremediablemente cómico como postapocalíptico.
La hoguera de las vanidades ha derivado en un burlesque global.
El mapa vale más que el territorio y la vida menos que sus
simulacros. El secuestro de Houellebecq parodia el
sinsentido contemporáneo. Nada más estimulante que un buen narrador
depresivo cuya lucidez nos recuerda, en lo mejor de la fiesta, que
no habrá una segunda oportunidad.
Álvaro Bermejo
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