Amores enanos

Opinión:

¿Cómo empezar una historia? ¿Cómo narrar los hechos sin irse por las ramas, siguiendo las normas, acotándonos a lo que nos han pedido? Era algo que teníamos que poner en práctica en la escuela, cuando se nos pedía una redacción de un tema y una extensión en concreto. Pues bien, como si de un ejercicio se tratara, aunque en este caso no es la profesora, sino una autoridad un poco más uniformada y con la capacidad de utilizar la violencia por ley quien lo exige, Milagro se pone a escribir.

Con una estructura de capítulos cortos que hacen que las páginas casi vuelen entre tus dedos, la historia de Milagro va cobrando forma, adentrándonos en un mundo que a los más altos de metro cuarenta y siete nos puede resultar extraño, pero que, al final, acaba demostrando que, en el fondo, seamos altos, bajos, gordos o flacos, todos somos humanos y tenemos más o menos los mismos problemas. Sobre todo cuando tenemos que aprender a convivir.

La premisa de estos "Amores enanos" es curiosa desde el inicio. Sabemos que ha ocurrido algo, aunque no sabemos qué; sabemos que Milagro debe explicarlo, pero que en vez de ir al grano, intenta ponernos en antecedentes. Y esos antecedentes son memorables: dos enanos de circo acaban trabajando de strippers en un local nocturno; ganan mucho dinero y, movidos por una idea de una periodista de las altas, Eliana, deciden crear un barrio cerrado de enanos. A simple vista podría parecer sencillo. Como Eliana misma dice, podría ser casi como una recreación de esa Blancanieves y los siete enanitos mítica, salvo que los enanitos del cuento son personajes planos, buenos por todas partes… y los de Federico Jeanmaire no lo son tanto, porque son más humanos, como la Blancanieves periodista.

Al tratarse de una novela corta, no llega a las 200 páginas, es fácil acabar hablando demasiado del argumento y destrozar la fascinación que conlleva leer el libro, por lo que intentaré no ir mucho más allá en lo que a trama se refiere. Lo que sí se puede decir es que esta pequeña novela es una especie de fábula sobre la convivencia, sobre lo que uno imagina en la teoría y lo difícil que es llevarlo a la práctica, sobre todo cuando los sentimientos y los calores de la entrepierna entran en juego. Poner límites es fácil sobre el papel, pero el ser humano, sea del tamaño que sea, es eso, humano, y destila debilidades y pasiones por cada poro de la piel.

Encontramos entre estas páginas una crítica a una sociedad establecida por y para unos cuantos, donde los distintos no tienen sitio, a no ser que sea como divertimento y espectáculo exótico (o erótico, en este caso). Una crítica a un mundo que no ve más allá de su propio ombligo y que castiga a la invisibilidad y a la indigencia a aquellos que no entran en la etiqueta de normales (y aquí no sólo hablo de enanos, sino de todos aquellos distintos que, aunque hayan cambiado de nombre, siguen siendo eso, distintos, no normales). También encontramos reflexiones diversas, una gran dosis de humor, con toques que a veces resultan incluso corrosivos, y una voz narrativa en primera persona que funciona muy bien, te lleva de la mano hasta la última página con una elegancia y sencillez que son de agradecer.

No conocía a este autor, pero debo reconocer que atrapa de una extraña manera desde la primera página, con una prosa ligera pero a la vez profunda, cáustica y embustera, que demuestra que el arte de irse por las ramas puede ser muy útil para dejarte llevar, para entrar en una historia. Porque quizás, en el fondo, aunque no de la misma manera que a Cristina, uno de los personajes de esta fábula, a todos nos gusta que nos engañen un poco para sorprendernos después.

Inés Macpherson