los libros de plomo

Opinión:

Aunque la obra es la crónica ficticia de una emergencia nacional, resulta difícil concebir que tantas calamidades se den cita en una misma ciudad y al mismo tiempo. Por ello, desde el primer instante, el lector necesita asumir tal posibilidad para extraer todo el jugo de esta obra.

Nada más abrir el libro encontraremos un plano de Granada y otro de la Alhambra, un detalle siempre de agradecer, que nos sitúa directamente en el lugar donde los acontecimientos se desbordarán.

Narrada desde diversos puntos de vista, con un tratamiento que me recuerda a las crónicas periodísticas, asistiremos a las denodadas investigaciones tanto de la Brigada Provincial de la Policía de Granada como del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), incluso con el asesoramiento -y algo más- de los omnipresentes americanos a través del FBI. Tendremos acceso a informes policiales, recibiremos novedades de última hora y saltaremos de uno a otro escenario como ocurriría en un reportaje especial televisivo que cubriese una catástrofe. Ese enfoque poliédrico de la narración permite conocer las reacciones de los distintos elementos sociales ante la agresión fanática, que a todos espanta y ocupa de manera diferente.

El difícil equilibrio de las dos culturas, islámica y cristiana, planea en cada escena y en cada diálogo, como si ése y no otro fuera el problema de fondo, el verdadero tema de la obra.

Debo decir que durante su lectura me vino a la mente con frecuencia la novela de Lorenzo SilvaLa estrategia del agua, tanto por el similar tratamiento de las figuras de los policías como por la afición que uno de los personajes principales demuestra hacia el ideario del estratega chino Sun-Tzu, sin que esto pretenda significar nada más allá de la mera anécdota, bien que curiosa.

Personajes típicos de novela negra, con policías y miembros de los servicios de inteligencia en su papel de héroes urbanos de carne y hueso, llenos de flaquezas, que se juegan sus vidas sin saber bien por qué, y que aparentan estar de vuelta de todo. Frente a ellos, un amplio elenco de "villanos" que parece llamado a frustrar las expectativas del lector más optimista ante el futuro de una situación crítica. Los terroristas, Luciano el Mesías, el Matador o el Emir, cada uno con su particular y desquiciado propósito, diluyen un tanto la atención y se reparten el dudoso honor de ser considerados los más dañinos de todos. Difícil, por tanto, asignar el papel protagonista a alguien, excepción hecha de la propia ciudad. Su casco antiguo, el Albaicín, el Sacromonte y la propia Alhambra concitan especialmente la atención del autor, que consigue un escenario verosímil e irrepetible: la auténtica Granada. Para mí, el ente protagónico absoluto en esta obra es la universal e histórica plaza andaluza, que asiste desde su letargo de siglos a las miserias y grandezas de esa especie desdichada que no parece que vaya a cambiar jamás: los seres humanos.
 
José Antonio Carbonell Pla