La plenitud del vacío

Opinión:

"Todo lo que me fue concedido / en estos versos / me ha sido arrebatado, / y ya sólo me queda / abandonarme a esta última palabra", escribe Juan Antonio Masoliver Ródenas en uno de los más de cien poemas que contiene "La plenitud del vacío". Con esta obra, el poeta -conocido sobre todo por su profusa crítica literaria en La Vanguardia- añade un nuevo hito a su trayectoria lírica, que venía cobrando fuerza con obras tan hermosas como "Sònia" (2008), "Paraísos a ciegas" (2012) y "La negación de la luz" (2017), preludiadas por una "Poesía reunida" (1999) de juventud. Para quienes conozcan la obra memorialística del autor -no hace mucho nos deleitó con sus recuerdos juveniles, "Desde mi celda" (2019)-, hallarán ecos de sus reflexiones y vivencias, así como de su estilo, en estos poemas que aquí se reúnen. El paisaje del Masnou y la compañía de Sònia, así como la tierna aparición de amistades y recuerdos, son algunas de las constantes que unen a estos poemas.

El oxímoron del título, "La plenitud del vacío", preludia una tensión entre dos opuestos que se extiende por todo el poemario: plenitud y vacío se describen como las dos caras de una misma moneda, que es la vida, pero también la poesía. Quizás uno de los poemas más memorables, por las claves metapoéticas que ofrece, es el dedicado a Andrés Sánchez Robayna, donde se oponen los "poetas de la esencia / que afirman la vida" a los "poetas de la vida / que niegan la esencia". En esta misma línea, sorprende gratamente un poema que recupera algunos míticos versos de "Arde el mar" de Pere Gimferrer: en este caso, Masoliver Ródenas se apropia de aquel mar veneciano del novísimo, y lo convierte en una imagen mucho más cercana al Mediterráneo de Cavafis: "Regreso a la superficie / y veo como una ofensa / la tierra a la que no pienso regresar". El paisaje marítimo es, ciertamente, una constante en los poemas aquí recogidos; pero no se trata de cualquier costa. El amor que el poeta siente por la localidad catalana del Masnou, con los acantilados costeros del Maresme y sus caminos reales, aflora en muchos de los poemas hasta convertirse no sólo en escenario poético, sino en un personaje más del imaginario lírico. Sirvan sus versos para comprobar la hondura de este paisaje y su vinculación con los temas mencionados: "Y yo desciendo / al precipicio, a todo su vacío, / al abrazo sin brazos. / Y veo el mar que se esparce / en la plenitud de lo nunca amado".

Unos de los versos más duros de todo el poemario dicen: "He sufrido la muerte / de tantos muertos anteriores a mí. / Juntos sufrimos la vida, / la negamos, y nos dolió / perderla tan anónimamente". Y es que, en efecto, la muerte también despliega sus alas sobre "La plenitud del vacío" en forma de presencia angustiante. Una imagen que se repite en no pocos poemas es la del llanto y la comunicación frustrada ("He llamado insistentemente / a una puerta / en la que no vivía nadie", o "Lloro cuando llamo a la puerta / de mi casa y nadie / me abre la puerta"). En cambio, contrasta con esta soledad la fascinación por el cuerpo femenino, que parece anclar al poeta en un presente pleno de gozo: "Y un seno en la ventana / que se abre / y vuelve a deslumbrarnos".

Una y otra vez, a lo largo de este centenar de poemas, Juan Antonio Masoliver Ródenas nos pasea por un nutrido corpus de imágenes poéticas que alimentan esa oposición entre vacío y plenitud, entre vida y muerte, entre soledad y erotismo… una oposición lírica que hace de estos versos un deleite universal.

Darío Luque