Desde mi celda

Opinión:

Juan Antonio Masoliver Ródenas se propone en "Desde mi celda" una labor que nunca antes había proyectado en su escritura: "escribir estas memorias sin prejuicios, sin intención de ofender pero sin por ello negar el rencor, más cercano a la verdad que el halago" dice en las primeras páginas. Cobijado en la atalaya de su celda íntima y singular, El Masnou, el crítico literario retoma el mismo título que Gustavo Adolfo Bécquer puso a sus prosas más personales para, en este caso, rendir una especie de ajuste de cuentas, si es que sus novelas y su poesía, siempre pendientes del componente autobiográfico, no eran ya una digna confesión de quien nunca supo guardarse las palabras.

No son unas memorias lineales ni, de hecho, tampoco aparecen muchas referencias temporales. Pero, como no podía ser de otra manera, Masoliver Ródenas se siente impelido a arrancar el relato en sus inicios vitales: el nacimiento tras la Guerra Civil, la convivencia con cinco hermanas y dos hermanos o el paso por la Academia Balmes, de donde saltaría a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. Allí conocería a poetas y escritores, como Carlos Barral, Gabriel Ferrater o Jaime Gil de Biedma, que ya empezaban a destacar en el panorama intelectual de la ciudad. Al mismo tiempo, cosecharía grandes amistades con compañeros de curso tan interesantes y variopintos como Clara Janés, Salvador Clotas, Helena Valentí o Miquel Barceló. Vale la pena destacar también las páginas que Masoliver Ródenas dedica a hablar de sus maestros, grandes intelectuales tan apreciados e inolvidables como Martín de Riquer, Antonio Vilanova, José Manuel Blecua, Sergio Beser o Juan Antonio Gutiérrez-Larraya, de quienes se hace relatos de gran valor.

Siguen a estas experiencias los viajes del escritor al extranjero y, en especial, sus largas décadas como profesor en el Reino Unido, donde trabajaría primero como lector en el King's College y luego en Dublín, para más tarde iniciar una flagrante carrera como profesor universitario en los cimientos de la University of Westminster. En estas crónicas inglesas, Juan Antonio Masoliver Ródenas alternará el recuerdo (y la crítica) al hispanismo extranjero con la evocación de numerosos escritores y amigos que conocería en aquellas tierras, entre los que ensalza a Vargas Llosa, Cabrera Infante y Monterroso. De gran valor para el sistema universitario me parecen los comentarios del autor y sus recuerdos sobre actitudes y prácticas docentes que fue viendo a lo largo de los años en compañeros de departamento. De hecho, numerosas páginas de "Desde mi celda" se convierten en una defensa férrea de su labor docente, primero en Inglaterra y más adelante en el Máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra.

El complejo entramado de vínculos y relaciones -bien intelectuales o bien personales- que Juan Antonio Masoliver Ródenas teje en estas memorias demuestra la importancia de figuras como la suya, agentes internacionales para propagar y defender la cultura hispánica. Además, "Desde mi celda" se erige como una bella crónica del mundo cultural español del último medio siglo, con un valor equivalente al que tendrían las memorias de miembros de la generación anterior como Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral o Juan Goytisolo.

Darío Luque