Diarios. A ratos perdidos 5 y 6

Opinión:

"Un escritor es solo su imagen, su utilidad como garrote contra el enemigo, lo que en el fondo habla de las diferencias tan leves que separan a los enemigos entre sí", escribe Rafael Chirbes en las primeras páginas de "Diarios. A ratos perdidos 5 y 6", a propósito de las diferencias entre la obra de Álvaro Pombo y la de Arturo Pérez-Reverte. Desde la primera entrega de estos diarios hemos podido comprobar cómo Chirbes escribe a menudo desde el resentimiento, desde una posición incómoda que difícilmente podría haber hecho pública en vida. Las críticas que en los libros anteriores hacía contra novelistas e historiadores permanecen en este último volumen, pero la madurez trae consigo también una revalorización del tiempo: sin ignorar la obra de sus coetáneos (como Andrés Barba o Miguel Sánchez-Ostiz), el autor concentra sus esfuerzos en la relectura de títulos clásicos, como las novelas de Ramón J. Sender, William Faulkner, Miguel Delibes, Honoré de Balzac, Tolstói y Émile Zola. Al mismo tiempo, las propias dinámicas de su trabajo empujan al autor hacia lecturas mucho más profundas y analíticas con el objetivo de escribir prólogos, artículos y conferencias, como el interés por la literatura bélica que despierta un encargo en torno a Sender y que se extiende por todo el libro, así como la relectura de los clásicos del Siglo de Oro.

Como recordarán los lectores que hayan seguido la publicación de estas obras, en la primera entrega de estos diarios encontrábamos un ambicioso esfuerzo de reescritura y literaturización de ciertas vivencias personales y cotidianas, muchas de ellas ligadas al deseo homoerótico; en la segunda entrega, en cambio, el ámbito de lo personal quedaba sepultado bajo una mayor conciencia autorial, dirigida ahora hacia la construcción de un discurso crítico respecto a la cultura y a la política. En este tercera entrega, escrita ya en la madurez del autor (las entradas de estos diarios están fechadas entre principios de 2007 y junio de 2015, un mes y medio antes de su fallecimiento), encontramos un equilibrio excelente entre la confesión de lo personal y la exhibición de lo intelectual. No en vano, en estas páginas el autor se nos presenta despojado de ambiciones; su relación con la escritura se ha convertido en un tormento, así como su relación con el mundo literario. La consagración definitiva de Chirbes con la publicación de "Crematorio" y "En la orilla" es vivida por el propio autor como una especie de tortura, pues se siente incapaz de valorar esas obras que reciben premios y elogios de críticos y lectores.

Esta crisis personal del autor respecto a su propia labor de escritura, ya anunciada en los volúmenes anteriores, coincide en estos "Diarios. A ratos perdidos 5 y 6" con el declive físico que trae la madurez: vértigos, insomnio y una angustia que pronto se revela como cansancio de vivir. La muerte acecha al autor tras cada página de estos diarios: primero en la pérdida de amigos cercanos; luego, en la figura de Paco, con quien convive en la casa de Beniarbeig y cuya salud merma día a día; y, finalmente, con su propio cuerpo, que ya no responde de la misma manera y empieza a dar signos de cierta decrepitud. En este sentido, la lectura de algunos pasajes confesionales es absolutamente desoladora, pues asistimos al desencanto del autor con su propia madurez en lo físico, en lo mental y en lo emocional. Tampoco escatima Chirbes en estas páginas sus ácidos comentarios políticos, a menudo dirigidos contra los mandatarios valencianos o contra las altas esferas del poder en España, con quienes el autor nunca llega a estar de acuerdo, aislado en una posición casi anárquica.

A lo largo de las más de novecientas páginas que conforman este tercer volumen de sus diarios, Rafael Chirbes divaga en torno a política, cine y literatura, y con ello nos ofrece una de las miradas más críticas y sinceras de todo el panorama contemporáneo. No obstante, creo que el auténtico valor de estos diarios reside en las páginas de autoanálisis, en aquellos pasajes donde el escritor no puede evitar comentar su propia obra, lamentarse por lo publicado, enorgullecerse ante los elogios y retarse a sí mismo en una competición que no tiene vencedor. Con esta última entrega, acaso la mejor de las tres, se cierra uno de los ejemplos más valiosos dentro de la literatura diarística contemporánea, un ejercicio de sinceridad y crítica que acompañó al autor durante gran parte de su vida adulta y que ahora, por fin, está completo en manos de los lectores.

Darío Luque