Pedro Terrón (¡Viven! Piers Paul Read)
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Pedro Terrón
(Escritor y Publicista)
¡Viven! Piers Paul Read
Tenía diecinueve años cuando mis padres, por cuestiones de trabajo, se marcharon a Madrid. Por aquel entonces, vivíamos a poco más de cuarenta kilómetros de Barcelona, en Sant Sadurní, la capital del cava. Un lugar que marcó una etapa importante en mi vida. Tanto, que no quería perderla, no quería desprenderme, como ya había hecho otras veces, de tantas cosas queridas. Y estaba dispuesto a apurar al máximo mi estancia. Así que, gracias a la hospitalidad de la madre de un gran amigo, mi hermano y yo conseguimos alargar la despedida viviendo durante varios meses en su casa.
En aquella época recuerdo que era un joven falto de esa sana y grata costumbre de leer a diario. Era muy inquieto y el nervio que bullía en mis venas me impedía sentarme a disfrutar de tan apasionante afición. Una tarde, ojeando los libros que había en una estantería de nuestro nuevo hogar, mis manos sostuvieron por un momento una obra que pesaba como una losa. Tras una portada de paisaje superficial se escondía una historia de profundo calado. Una historia dramática y real. Sobre todo muy real. Quizá fue esa la razón fundamental que me impulsó a leer la sinopsis con los ojos del que jamás ha vivido una epopeya semejante. Aquellos fragmentos de vida al límite se apiñaban bajo un título exultante: "Viven".
Conocía la odisea de los jóvenes jugadores argentinos que lucharon contra todo tipo de adversidades, una hazaña que me había sobrecogido tiempo atrás. Ahondar en sus experiencias podría suponer todo un aprendizaje, pensé.
Al principio, como el que transita por primera vez las calles de una ciudad inexplorada, avanzaba con una inercia desconocida. Leía sin pretensión, sólo por curiosidad. Ni tan siquiera fui consciente de que el dulce veneno de las letras penetra sin avisar, sin darte cuenta. Cuando me detuve a sopesar, habían pasado varios días y llevaba la mitad del texto devorado. Tenía poco tiempo pero fui constante. Mis ratos de lectura se reducían a las últimas horas del día.
Al final, la historia me atrapó casi tanto como la nieve a sus protagonistas. Recuerdo que seguía la historia acomodado en un sofá y que yo mismo estaba sorprendido de estar allí, sentado sin moverme, con la mirada fija devorando las hojas. Entonces supe que la literatura posee el maravilloso don de trasladarte a cualquier parte del mundo, de sentir y experimentar situaciones que no podrías vivir de ninguna otra forma. Aquel Viven lo que despertó en mí fue una intensa admiración y una enseñanza que, con el devenir de los tiempos, agradecí.
Mucho después supe que los renglones escritos con el corazón viajan con la fuerza impresa de su autor. Es así como experimentamos, en soledad, las experiencias ajenas convertidas en propias.
Viven me enseñó a vislumbrar que el valor se forja en la adversidad. Con los años, mis experiencias no resultaron tan dramáticas como las de aquellos intrépidos deportistas pero mantuvieron su dosis de dureza. Durante una mala racha tuve que tejer con firmeza el mismo adjetivo que se escondía entre las líneas de aquel libro: la fe.
Cuando defiendes un proyecto personal, una idea o un sueño difícil de materializar, hay momentos en los que todo parece ponerse en contra. Las dificultades se agolpan y puedes llegar a sentirte abatido, casi derrotado. Es ahí cuando te refugias y buscas salidas, algo de luz. Aquel Viven estaba repleto de llamaradas relucientes, sin embargo, fue mucho después cuando me percaté de ello.
A pesar de los años, su poso sigue intacto en algún lugar dentro de mí. Siempre estaré agradecido a esa primera lectura que me enseñó a sentir la tenacidad de los que jamás se rinden.
Firma: Pedro Terrón
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