Heinz Delam (Un mundo feliz. Aldous Huxley)
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Heinz Delam
(Escritor)
Un mundo feliz Aldous Huxley
Cuando me formularon la pregunta: ¿a qué te recuerda un libro? tuve que reflexionar un buen rato. ¡Son tantos libros y tantos recuerdos! Pero también me di cuenta de que yo suelo plantearme la cuestión a la inversa:
¿A qué libro me recuerda esto?
Me ocurre cada vez que un instante de realidad, ya sea un paisaje, una voz, un aroma o un pensamiento me retrotrae a una lectura, a menudo tan lejana que ya la creía olvidada. Parece ser que en mi caso son los libros los que gobiernan el laberinto misterioso de la memoria, como si el hecho de sumergirme en sus páginas hubiese invertido la importancia de la realidad frente a la ficción, dejando al contenido de la obra todo el protagonismo de ese instante. ¿Seré un caso aislado? Supongo que no, y que algo parecido les sucederá a los que, como yo, se hayan acostumbrado a vivir lo imaginario con más intensidad que la mismísima vida real. Una vez aclarado este punto, hablaré ahora de un libro que siempre asociaré al momento y lugar en que lo leí:
Empezaba el verano de 1968, yo tenía dieciocho años y volvía del Congo para pasar unas breves vacaciones en España. Dejaba atrás mi vida cotidiana junto a la selva y el gran río para sumergirme en las exquisiteces del «mundo civilizado». En mi equipaje de mano llevaba un libro de Aldous Huxley cuyo título original, Brave new world, aparecía en mi ejemplar traducido al francés como Le meilleur des mondes. Lo había comprado a toda prisa en una librería de Kinshasa, atraído quizá por una portada que sugería una entretenida novelita de ciencia-ficción, muy adecuada para distraerme sin compromisos durante el largo vuelo hasta Europa. Dicho vuelo nocturno entre Kinshasa y Madrid duraba alrededor de siete horas, y empecé mi lectura antes del despegue, en cuanto me acomodé en el asiento. Mi intención era conformarme con leer unas cuantas páginas hasta que con ayuda del rumor de los motores, la baja presión de la cabina y la luz atenuada, por fin me venciera el sueño. Pero a medida que me adentraba en las páginas de aquel libro me sentía cada vez más atrapado por una historia sorprendente que excedía con mucho el marco de un simple relato de ciencia-ficción... La luz de mi asiento fue la única que permaneció encendida durante todo aquel vuelo, y mientras bajo nuestras alas desfilaba un interminable mar de nubes que la luna convertía en fantasmagórico paisaje de ensueño, yo devoraba con avidez la trama ingeniosa, aderezada con gotas de crítica implacable al rumbo trazado por nuestro confortable egoísmo.
Mi experiencia con Un mundo feliz de Huxley no terminó al bajar de aquel avión, sino que se prolongó durante muchas horas, incluso días de reflexión. Comprendí que libro y avión me habían transportado juntos desde mi lejana «reserva» hasta la engañosa comodidad de un mundo que, salvando unos pocos detalles, coincidía de manera inquietante con la utopía que Huxley había anticipado con una lucidez y perspicacia asombrosas. Y la clarividencia de su planteamiento me sorprende todavía más en el momento de escribir estas líneas, dadas las tendencias actuales de nuestras sociedades avanzadas.
Todavía conservo ese ejemplar de tapas descoloridas y páginas amarillentas, editado en rústica en la colección Le livre de poche, y cada vez que lo observo dormitar en su estante me veo otra vez en aquel avión, único insomne en una silenciosa cabina de durmientes suspendidos a doce mil metros sobre el cielo africano. Me veo descubrir que viajo hacia una utopía absurda llamada «civilización».
Y también revivo el espanto de comprender que mi condición de «salvaje» jamás me permitiría integrarme del todo en ese artificial mundo «feliz».
Firma: Heinz Delam
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