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Viaje de vuelta. Jorge Eduardo Benavides

Ccuentos Autor:
Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú. 1964)

Web Oficial: www.jorgeeduardobenavides.com

Participa con: "Viaje de vuelta"

 

Sobre Jorge Eduardo Benavides:

Jorge Eduardo Benavides estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Garcilaso de la Vega, en Lima, ciudad donde trabajó dictando talleres de literatura, y posteriormente como periodista radiofónico, como jefe de Redacción de los noticieros de Antena Uno Radio, donde además llevaba un espacio cultural. Desde 1991 vive en España donde no paró de trabajar y además fundó y dirigió el Taller de Narrativa Entrelíneas. Ha colaborado con revistas literarias en España y en su país, y ha publicado varios libros. Actualmente sigue dirigiendo e impartiendo clases y asistiendo a conferencias.

 

Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos):

¬ Cuentario y otros relatos (1989) -cuentos
¬ Los años inútiles (2002) -novela
¬ El año que rompí contigo (2003) -novela
¬ La noche de Morgana (2005) -cuentos

* ver Jorge Eduardo Benavides en Anika Entre Libros

 

Viaje de vuelta

Depositó cuidadosamente la bolsa a sus pies y observó, aún jadeante por el esfuerzo, el perfil escarpado de la costa. Por fin había llegado hasta allí, luego de unas horas interminables de baches y zangoloteos que le hubiera sido imposible contabilizar con exactitud. Era curioso, pero apenas recordaba el mar así, manso e intensamente azul, casi maternal en su imperceptible vaivén, pensó dando unos pasos hacia la costa azotada por el viento que levantaba rizos de espuma de las aguas. Muchos meses después de haberlo cruzado aún despertaba a media noche con un brutal pavor que le revolvía las entrañas y le hacía castañetear los dientes como si aún estuviera allí, entre aquellas madera crujientes y olorosas a petróleo, incapaz de articular una sola palabra, escuchando los lamentos y las quejas, incapaz de olvidar los ojos enloquecidos de aquel hombre que cayó al mar -en realidad apenas fue el primero- y se ahogó sin un chapoteo, sin una sola queja, como si hubiera sido un fardo o como si en realidad hubiera comprendido antes que nadie que todo aquello no valía la pena, que la renuncia, ya con la costa dibujada en medio de la borrasca que los atacó sin previo aviso, era la mejor opción.

Sentado en una roca rebuscó en su macuto hasta dar con los cigarrillos y con el mechero de yesca, un regalo de Mircea, el rumano que compartió piso con él nada más llegar y que fue el primero en advertirle que las cosas habían empeorado tanto que ya casi no valía la pena quedarse en este puto país. Él volvería a Bucarest, qué carajo, apenas reuniera un poco de dinero para pagarse el billete de autobús, explicaba dando sorbitos a su café, allí en el bar de Alcalá donde a veces se encontraban, ya no valía la pena quedarse ni un minuto más aquí. Mircea rechinaba los dientes al decir este puto país, como si hubieran sido las primeras o las más importantes palabras que aprendió a decir, como si existiera una escondida y turbia afrenta personal en la situación que vivían todos, sudamericanos, árabes y eslavos: una afrenta que él vengaba con esas tres palabras preñadas de encono. Este puto país, y a veces escupía con rabia, transfigurado, los ojos de lobo brillando en la oscuridad de la habitación, y él lo escuchaba incapaz de atinar a responder nada, porque al principio, cuando recién lo conoció y lo oyó hablar de aquella manera, Mohamed pensó que Mircea era esa clase de hombre que hacía del mero hecho de vivir una especie de inaplazable ajuste de cuentas con el mundo, de manera que parecía entregarse con devoción al despropósito de las injurias para lavar una humillación tan intensa como abstracta. Pero no podía ser así, razonaba Mohamed mientras daba enérgicas chupadas al cigarrillo, puesto que en otro orden de cosas Mircea era incapaz de consumirse en el fuego lento de aquellos rencores y era más bien amable y pacífico, casi taciturno, con sus gafitas redondas de profesor anticuado y sus alborotados cabellos rojizos.

Lentamente, en el perfil acerado de la costa lejana, empezó a disolverse la luz limpia de la tarde y sigilosamente una bruma malva y exaltada teñía el cielo de colores pastel. Quizá, ensoñó, si aguzaba el oído podría escuchar el bendito rumor de la gente en algún zoco bullicioso, o el delicado zureo de las charlas sosegadas frente a una taza de aromático té. Quizá, se enfebreció de golpe, como atacado por una impaciencia repentina y feroz que le humedeció las manos, si esforzaba la vista, antes de que el sol apagara del todo los colores intoxicados de la tarde, podría contemplar el perfil impoluto de su ciudad: aunque sabía que era absolutamente imposible se aferró a aquel desvarío, hizo el amago de levantarse, las manos temblorosas y torpes buscaron otro cigarrillo que encendió con violencia, incapaz de apaciguarse. Realmente las cosas habían ido mal, mucho peor de lo que le advertían los que lo recibieron y cuyas alarmados consejos él interpretó al principio como una mezquina forma de desaliento, pero no era así, Mohamed, se dijo, y lo fuiste sabiendo poco a poco, consumido de suspicacia y desesperación, agotado de caminar temeroso, huido de cualquier mirada un segundo más larga de lo normal, paralizado cada vez que se cruzaba con una pareja de guardias civiles o de policías y el corazón parecía detenerse de golpe, hambriento hasta el vértigo cuando pasaban y pasaban los días y no encontraba qué hacer -sus pocos euros esfumados miserablemente-, a dónde dirigirse, a quién pedir ayuda, trabajo, un techo por esta noche, ¡una limosna!, se avino a decir al fin una tarde de muchísimo frío en aquella esquina hostil de Madrid, y hasta ahora le humilla haber tenido que entregarse a aquellas dos primeras palabras en castellano, como si hubiera pronunciado la clave nefasta que le abrió las puertas a ese futuro de perros que enfrentó desde entonces y hasta ahora mismo, cuando las sombras han ido ganando la batalla y ya el cielo es de un azul retorcido e intenso.

Se cerró la cazadora de cuero y frotándose las manos se arrebujó finalmente contra la roca. Pronto oscurecería y era necesaria buscar un rincón donde esperar, escondido.

© Jorge Eduardo Benavides



COMENTARIOS SOBRE EL RELATO

Travis

Quizás un relato corto no es el ideal para contar una historia como ésta y quizás por eso este tipo de relatos sean de los más dificiles de escribir. Me ha gustado sobre todo el penúltimo párrafo donde se resume en tan pocas palabras todo el miedo y la paranoia de un inmigrante sin papeles. También me ha gustado el final de la historia



Pilar López Bernués (pilarlb)

Coincido con Travis en que, quizá, un relato corto no sea el ideal para una historia tan compleja.

A mí, personalmente, las frases me han resultado demasiado largas y me han faltado diálogos, acción o algo que capte al lector. Pero, en conjunto, pienso que es un buen relato, del que se podría sacar mucho partido convirtiéndolo en una novela corta y explorando más a fondo las condiciones en las que viven los sin papeles, los "buenos" y los que se dedican al robo y la extorsión, pero esa es otra historia.

Saludos cordiales

Pilar



Athman

Es un buen relato, bien escrito e interesante el punto de vista que ofrece, pero pienso que sufre de falta de espacio. Me refiero a que, para que fuese redondo, necesitaría, porque lo pide, convertirse en una novela corta... Se desarrollaría con más comodidad y podría detallar más en su contenido... Pero repito que es un buen relato.



Panzermeyer

Entiendo el trasfondo de la historia. El inmigrante ilegal empujado por la necesidad o la esperanza de un futuro mejor, no así el hecho del regreso o vuelta, ¿adónde vuelve? ¿y para qué?. Lo he leído dos veces pero no me aclaro. El final no queda cerrado, ¿puede ser el principio de un relato más largo?



Joseph B. Macgregor

Un hermoso relato que habla de la nostalgia por nuestro lugar de origen, un tema que me toca más o menos directamente... no soy un inmigrante pero sí que he tenido que abandonar mi lugar habitual de residencia para marchar a un localidad que está a 500 km de la mía, sin coche y bueno... a varias horas de vuelta a casa. No es la misma problemática, lo sé... pero sí que el sentimiento de echar de menos a los suyos, y sobre todo, los rincones o lugares por los que se suele pasear, o que frecuentamos, nuestro barrio, la playa de Cádiz que no igual a la de Almería, el clima (que es parecido, pero no es igual), la gente, la ciudad en sí... en fin, que me siento algo identificado con esta marroquí que echa de menos el zoco... su país de origen. No ha tenido mucha suerte y decide volver...

Aparte de por la temática, pienso que es un relato en el que la forma y el contenido se encuentran perfectamente equilibrados. Se trata de contar una breve anécdota: alguien espera que le recojan, recuerda lo mal que le fue y su mejor amigo (los consejos de éste) y sólo eso. Quizás a alguien pueda dejar un cierto poso de insatisfacción, pero en mi caso... es que yo creo que un relato corto no es una novela resumida, sino una pequeña anécdota que se describe con la extensión más adecuada.

Me gusta mucho el cuidado exquisito por la forma, por cuidar cada uno de los párrafos. Es un relato que se desarrolla en un tiempo lento, reflexivo, mientras el protagonista fuma un cigarrillo, recuerda y luego otro...

Me ha gustado.

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