Comenta cuentos
Perdida. Laura Gallego
Autor: Laura Gallego (Quart de Poblet, Valencia, España. 11.10.1977) Web Oficial: www.lauragallego.com Participa con: "Perdida" |
Sobre Laura Gallego: |
Sus obras están dirigidas especialmente a los lectores más jóvenes, desde primeros lectores hasta adolescentes y adultos con un peter pan en su interior. Empezó a escribir a los 11 años y a los 21 publicó su primer libro, "Finis Mundi", que resultó ser el ganador del premio Barco de Vapor. Desde entonces no ha parado ni para, sus colas para las firmas de libros son de las más extensas y su público es ferviente admirador de los personajes que Laura crea en sus novelas, especialmente la trilogía "Memorias de Idhún". Pasa gran parte del curso viajando por España dando charlas en colegios e institutos donde los alumnos han leído sus libros.
Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos): |
¬ Finis Mundi (1999)
¬ El Valle de los Lobos
(2000)
¬ El cartero de los sueños
(2001)
¬ Retorno a la Isla Blanca
(2001)
¬ Las hijas de Tara
(2002)
¬ La maldición del Maestro
(2002)
¬ La leyenda del Rey Errante
(2002)
¬ La llamada de los muertos
(2003)
¬ Mandrágora (2003)
¬ ¿Dónde está Alba?
(2003)
¬ El coleccionista de relojes
extraordinarios (2004)
¬ Fenris, el elfo
(2004)
¬ Alas de fuego (2004)
¬ Memorias de Idhún. La Resistencia
(2004)
¬ La hija de la noche
(2004)
¬ Max ya no hace reír
(2005)
¬ Alba tiene una amiga muy especial
(2005)
¬ Un fantasma en apuros
(2005)
¬ Memorias de Idhún. Tríada
(2005)
* ver Laura Gallego en Anika Entre Libros
Perdida
(aparecido en El País Semanal, especial Navidad, 2004)
Estaba perdida.
O, al menos, eso le pareció a Manuel.
Llevaba un buen rato observándola con desconfianza, esperando que
se marchara sin causar problemas. Era la víspera de Navidad, y de
momento la tarde se estaba desarrollando sin incidentes. Pero aún
quedaba un rato antes de que las tiendas empezaran a cerrar, y toda
la noche por delante.
Estaba de mal humor. Le había tocado trabajar en Nochebuena, y
aquella extraña muchacha que iba de un lado para otro haciendo
cosas raras no contribuía a mejorar su estado de ánimo. Parecía una
indigente, aunque no molestaba a los clientes pidiendo limosna, ni
tampoco estaba buscando comida, o al menos a Manuel no le dio esa
sensación. Vagaba desorientada por el centro comercial, un
maremágnum de gente, de ruidos… de luces.
Las luces le llamaban la atención. Bombillas multicolores en los
escaparates de todas las tiendas, disfrazando los muros de los
grandes almacenes en un mosaico que atrapaba su mirada una y otra
vez.
Y daba unos pasos en una dirección, hacia el brillante cartel que
anunciaba "Feliz Navidad" sobre la puerta de una tienda de moda;
pero se detenía a mitad de camino, y entonces daba media vuelta y
avanzaba con timidez hacia un Papá Noel que presidía otro de los
escaparates, y cuyo gorro rojo estaba cuajado de bombillas que, de
nuevo, atraían su atención. Se daba cuenta entonces de que no era
eso lo que buscaba, y seguía dando vueltas, desconcertada y
confusa.
Manuel observaba sus pasos vacilantes, desde su puesto cerca de la
entrada principal del edificio. No sabía si echarla o no. De
momento, la chica no hacía nada malo.
Llevaba ya muchos años trabajando como guardia jurado, y por norma
general no intervenía si no lo consideraba necesario. Aunque eso no
impedía que estuviera alerta, vigilando con atención a todo el que
pudiera causar algún conflicto en un momento determinado.
Deseó, de todas formas, que la chica se cansase de dar vueltas por
allí y se marchara a cualquier otra parte. Lo último que quería era
tener problemas la víspera de Navidad.
La gente andaba muy atareada aquellos días. Todos con prisas, de
una tienda a otra, eligiendo regalos, cargados con bolsas, y con
aquel aspecto agobiado. Algunos sí se habían quedado mirando a la
chica que deambulaba desorientada por los pasillos; contemplaban,
con lástima o con reprobación, sus ropas ligeras, viejas y
gastadas, sus pies descalzos. Pero sus ojos resbalaban sobre ella y
la olvidaban enseguida, hechizados por las luces, la música, el
ajetreo de la zona comercial. Si la hubieran observado con
atención, se habrían dado cuenta de que aquella muchacha no parecía
sentir frío, y apenas era consciente incluso de que llevaba ropa
encima. Vestía de forma descuidada, como si cubriera su cuerpo más
por imitación que por verdadera necesidad de taparse. Eso intrigaba
a Manuel. ¿De dónde habría salido aquella muchacha? No pasaría de
los diecisiete o dieciocho años; y, sin embargo, parecía actuar
como una niña de cinco.
La vio sentarse en un rincón, exhausta, y echar un vistazo
desalentado a su alrededor. Daba la sensación de que ni siquiera
sabía cómo había llegado hasta allí. La atraían las luces, eso
estaba claro. Era como si buscase una en particular, pero no la
encontrase en medio de aquel estallido de reflejos y
destellos.
Manuel sacudió la cabeza, perplejo. Abandonó su puesto junto a la
puerta para acercarse un poco más a ella y vigilarla discretamente
desde la entrada de la pizzería. Prefería no perderla de vista, y,
por otro lado, si ella se daba cuenta de que el guardia estaba
pendiente, tal vez se pusiera nerviosa y se marchara.
No obstante, la muchacha no hizo nada de eso. Permaneció allí,
sentada en el suelo, abatida, y no le prestó más atención que al
resto de las personas que recorrían el centro comercial.
Alguien dejó caer una moneda frente a ella. Manuel pensó que tal
vez sí había ido a mendigar allí. En tal caso, se dijo, tendría que
echarla.
De nuevo, la actitud de aquella chica lo sorprendió. La vio coger
la moneda y contemplarla con curiosidad y cierta perplejidad, como
si no supiera qué clase de objeto era aquél. La olió y hasta se
arriesgó a mordisquearla. Descubrió, obviamente, que no era
comestible, y la tiró a un lado, con indiferencia, un poco
decepcionada. Una señora, que la observaba, exclamó:
-¡Será desagradecida!
Manuel empezaba a pensar que la muchacha simplemente estaba loca.
Tal vez se había escapado de algún psiquiátrico. Se retiró un poco
para hablar con uno de sus compañeros a través del walkie:
-Oye, Luis, que tengo a una tía un poco rara por aquí.
-¿Cómo de rara?
-Pues parece una indigente, pero hace cosas que… Más que una chica
parece un perrillo perdido, va de un lado a otro un poco
despistada… No sé si tirarla, macho, es que me da pena. Fuera se va
a congelar de frío, y de momento no da guerra.
-Ya, pues como la vean los jefes… A los chuchos perdidos también
los echamos, por muy bien que se porten, ¿no?
-No te pases, tío, que es una mujer, no un perro.
-¿Le has dicho algo?
Manuel abrió la boca para contestar, pero se calló lo que iba a
decir: que no quería acercarse mucho a ella por temor a asustarla.
Pensó que aquello era un poco estúpido, de todas formas.
-No, ahora voy. Cortó la comunicación y se acercó a la muchacha,
inseguro.
Entonces vio que de pie, junto a ella, se había detenido una niña
que parecía una mullida pelota, envuelta en un grueso abrigo rosa,
con un gorro y una bufanda que le tapaban la cara casi por
completo, dejando ver solamente unos expresivos ojos
castaños.
Las dos se miraron. La chica perdida sonrió a la niña y le tendió
la mano, tal vez ofreciendo su amistad, tal vez implorando ayuda.
La niña nunca llegó a saberlo, porque su madre tiró de ella para
alejarla de aquella extraña joven. Manuel oyó aún su voz,
protestando:
-¡Era un ángel, mamá!
No pareció que la muchacha entendiera sus palabras ni se diera por
aludida. Manuel la contempló un momento.
Un ángel…, qué imaginación tienen los niños. Pero Manuel pensó de
pronto, que, desde luego, aquella chica resultaba lo bastante
peculiar como para no parecerse a ninguna otra que hubiera
conocido.
Se inclinó junto a ella; la muchacha levantó la cabeza para
mirarlo con unos enormes ojos oscuros, abiertos de par en par,
curiosos y sin asomo de temor.
-¿Te has perdido? -le preguntó Manuel, con el tono de voz que
habría utilizado para hablarle a un niño pequeño.
Aun así, la muchacha lo miró sin comprender.
"Vaya por Dios", pensó el vigilante. "No habla mi idioma".
Seguramente sería una de esos inmigrantes que venían de Europa del
Este o de algún sitio similar. Lo intentó de nuevo, gesticulando
mucho:
-¿Tienes hambre? ¿Quieres comida?
Calló enseguida, sintiéndose ridículo. La chica lo contemplaba
fascinada y divertida, con sus grandes ojos fijos en la boca de él,
como si le resultara chocante oír salir de ella aquellos sonidos
tan curiosos. Definitivamente, o estaba loca o era muy, muy
rara.
-Bueno, espera aquí -farfulló-. Veré si puedo traerte algo de
comer, ¿vale?
Ella le dedicó una radiante sonrisa, que iluminó su rostro sucio y
cansado.Veía algo en ella, tal vez ingenuidad, inocencia… algo
encantador, diferente, que hacía que Manuel sintiese ganas de
protegerla.
La dejó allí, sentada en el suelo, y se dirigió a la bocatería más
cercana.
Cuando volvió a salir, momentos más tarde, con un bocadillo de
jamón y un botellín de agua, la chica se había marchado.
Maldiciendo por lo bajo, Manuel recorrió todo el pasillo,
buscándola, hasta desembocar en la plaza principal del
complejo.
El centro comercial estaba construido en torno a un inmenso árbol
centenario que no habían derribado porque los ecologistas de la
región pusieron el grito en el cielo. De manera que allí se quedó,
y las tiendas crecieron en torno a él, dejándolo en el centro del
complejo, como punto de referencia. Ahora estaba engalanado con
todas las luces y adornos de Navidad, y una enorme estrella relucía
en su rama más alta.
Y la extraña chica estaba allí, al pie del árbol, contemplando,
extasiada, aquella orgía de luces, luces rojas, azules, verdes,
amarillas… todas tan brillantes, que parpadeaban, y se encendían, y
se apagaban, y bañaban su rostro con su suave resplandor.
Manuel se detuvo a pocos pasos de ella y la miró. Se leía en su
expresión una huella de profunda nostalgia, como si el árbol, o las
luces, o tal vez ambas cosas, le recordaran a algo perdido tiempo
atrás, que añorara con todo su ser. Alzó la mano, maravillada, y
rozó las ramas bajas con profunda ternura. Después tocó una de las
luces rojas con la punta del dedo, con precaución, como si esperara
quemarse. Pareció sorprendida al comprobar que no era así.
Cogió la bombilla con los dedos y tiró de ella. Se resistía a
separarse del árbol, por lo que tiró con más fuerza. Contempló,
fascinada, la sarta de luces que salían detrás de la primera.
Manuel reaccionó y se apresuró a acercarse a ella.
-¡Eh, eh! ¿Qué haces? ¡Deja eso!
La muchacha lo miró sin comprender, e insistió en tirar de las
bombillas. Manuel la agarró del brazo y trató de arrebatarle las
luces. La chica gimió, angustiada, y se debatió con la
desesperación de un animalillo atrapado en una trampa. Manuel la
soltó, un poco intimidado. Ella dio un fuerte tirón y echó a
correr, llevándose la ristra de bombillas detrás.
Manuel corrió tras ella, enfadado y desconcertado. Algunas
personas se habían parado a contemplar la escena, y el vigilante se
sintió muy ridículo y furioso consigo mismo por no haber echado a
aquella chica del centro horas atrás.
Al cabo de unos momentos se detuvo, frustrado. La había perdido de
vista.
No volvió a toparse con ella en toda la tarde, y abrigó la
esperanza de que se hubiera marchado. Aquel día, las tiendas
cerraban mucho antes que de costumbre. Manuel asistió, con
amargura, a la marcha de los clientes y de los dueños de los
comercios, que regresaban a sus casas para celebrar la Nochebuena,
y los envidió en silencio.
Cuando el centro comercial quedó en calma, solitario y a oscuras,
Manuel hizo una nueva ronda por los pasillos. Le dolía la cabeza,
seguramente a causa de aquel disco de villancicos que había estado
sonando por megafonía toda la tarde, machaconamente. Se consoló
pensando que una de las ventajas de hacer el turno de noche era que
no tendría que soportar aquella música. Estaba pensando en ello
todavía cuando volvió a ver a la chica.
La descubrió al pie del árbol centenario, bailando en torno a él.
Manuel se quedó mirando, fascinado, cómo sus gráciles pies
descalzos se deslizaban sobre las raíces sin tropezar con ellas,
casi como si flotaran. Contempló sus movimientos, aquella danza
salvaje y exótica que no se asemejaba a nada que hubiera visto
antes, pero que parecía tener su propio ritmo, el ritmo de todas
las cosas, un ritmo que incluso los latidos del corazón del
vigilante parecían seguir. Todavía estaba enredada en la sarta de
bombillas que se había llevado un rato antes, y resultaba una
imagen chocante, con su cabello flotando en torno a ella, bailando,
envuelta en inútiles bombillas apagadas. Debería ser un espectáculo
grotesco, y no lo era; la chica debería parecer ridícula, pero
Manuel la encontró más encantadora que nunca.
Y entonces vio, turbado y estupefacto, cómo ella se arrancaba las
bombillas, deshaciéndose de ellas como de un molesto estorbo, y
acto seguido se quitaba la ropa, sin dejar de bailar, hasta quedar
desnuda bajo las luces del árbol de Navidad.
"Ahora sí que sé que está completamente loca", pensó Manuel,
aturdido, sin saber muy bien si acercarse o no a ella.
Sin embargo, enseguida sucedió algo que lo hizo decidirse: porque,
antes de que Manuel se diera cuenta, la chica se abrazó al tronco y
comenzó a trepar por él con envidiable agilidad.
-¡Eh! -le gritó él, perplejo y alarmado-. ¡Baja de ahí! ¡No puedes
hacer eso!
La muchacha no lo escuchó. Estaba ya a una altura considerable e
iba directa a la estrella que brillaba en lo alto del árbol. "La
luz", pensó Manuel. Estaba claro que era eso lo que le llamaba la
atención; pero estaba demasiado alta, era una locura. Maldiciendo
por lo bajo, corrió hacia allí y se dispuso a trepar tras ella para
obligarla a bajar.
Al llegar junto a las raíces descubrió, estupefacto, algo
extraordinario: de la tierra nacían docenas de pequeñas flores
blancas, flores que antes no estaban allí, que parecían haber
brotado bajo los pies descalzos de la muchacha perdida que había
estado bailando, momentos antes, en torno al árbol
centenario.
"Estoy soñando", se dijo Manuel, muy confuso. Pero la chica seguía
trepando por las ramas, y se concentró en detenerla como fuera,
antes de que resbalara y cayera al suelo.
Nunca llegó a saber cómo demonios consiguió alcanzarla. El árbol
era enorme y altísimo y, aunque no resultaba difícil ascender por
sus ramas, sí era peligroso. Sin embargo, Manuel fue sin dudarlo en
pos de la muchacha perdida, y logró agarrarla por el tobillo cuando
ella ya alcanzaba la estrella.
-¡Baja de ahí! -le gritó, aun a sabiendas de que ella no podía
entender sus palabras; esperaba, al menos, que captase la
intención-. ¡Vas a hacerte daño!
Ella apenas lo escuchó. Cogió la estrella y tiró de ella.
-¡No, no hagas…! -empezó Manuel.
Demasiado tarde. La estrella chisporroteó y se apagó. La chica la
dejó caer, indiferente; el objeto chocó contra el suelo, varios
metros más abajo, y se rompió en mil pedazos.
En esta ocasión, Manuel no dijo nada.
Porque la muchacha se había encaramado a la rama más alta y miraba
hacia lo alto, y su rostro mostraba una dulce y radiante expresión
de éxtasis, como si hubiera encontrado algo largamente anhelado.
Manuel comprendió enseguida qué había atrapado su atención.
Era la luna, su tenue disco plateado presidiendo el cielo.
La luna, que relucía sobre ellos, bañando sus rostros y el cuerpo
desnudo de ella. La muchacha dejó escapar un curioso sonido, entre
gorjeo, risa y gemido. Sacudió el pie, y Manuel le soltó el
tobillo.
-¿Es la luna? -le preguntó, sintiéndose, sin embargo, un poco
estúpido-. ¿La luna es la luz que estabas buscando?
Ella no contestó. Seguía contemplando la luna como si fuera lo más
hermoso que hubiera visto jamás. Y, en su expresión de júbilo,
Manuel vio reflejada su propia añoranza, algo que había estado
oculto en su corazón, la luz de la luna, de aquellas estrellas que
tachonaban el cielo, y que las luces artificiales de la ciudad se
esforzaban tanto por ocultar.
Volvió a la realidad cuando ella se puso en pie sobre la rama, aún
con los ojos fijos en la luna, y abrió los brazos.
Manuel entendió enseguida lo que iba a hacer.
-¡NO! -pudo gritar, antes de que ella diera un salto y se arrojara
al vacío, como una hoja en otoño.
Manuel se lanzó hacia adelante, manoteó en el aire, tratando de
agarrarla antes de que cayera. Consiguió abrazarla. Pero perdió el
equilibrio, y tuvo la suerte de que una rama lo retuviera allí y le
impidiera caer al suelo.
Se dio cuenta entonces de que ya no tenía entre sus brazos a la
chica perdida. Jadeó, atónito y aterrado, al ver lo que estaba
aferrando: una piel, una piel humana, la piel de la muchacha, que
ahora no parecía más que un inútil disfraz desinflado. Con un
pequeño grito de horror, Manuel dejó caer aquella piel, que se
deshizo entre sus dedos, transformándose en un fino polvo dorado.
Sintiéndose inmerso en un extraño sueño, el vigilante, todavía
temblando entre las ramas, miró en torno a sí.
Y entonces, la vio.
Estaba suspendida en el aire, frente a él. La luz de la luna
bañaba su verdadero cuerpo, luminoso, sobrenatural; sus delgadas
alas transparentes, que temblaban a su espalda como gotas de rocío;
sus inmensos ojos rasgados, negros, todo pupila, tan profundos,
sabios, eternos, que lo miraban fijamente. Manuel no se atrevió a
moverse. La contempló, fascinado, preguntándose si estaba
soñando.
La criatura rió, feliz, y fue una risa cantarina y musical, que
coreó el susurro de la brisa en las hojas del árbol centenario. Se
acercó un poco más al vigilante, que quiso retroceder, intimidado,
pero no fue capaz. Y depositó un suave beso en los labios de él,
apenas un roce, y después, hizo vibrar sus alas y echó a
volar.
Manuel la vio dar un par de vueltas en torno al árbol, quizá para
despedirse, jugando con las ramas, acariciando sus hojas, fluyendo
en el aire nocturno como un suave aroma arrastrado por el viento; y
después la contempló, maravillado, mientras se elevaba sobre el
centro comercial hacia el cielo nocturno, como una estrella fugaz
que regresara a lo más profundo del cosmos.
Y ella desapareció, de vuelta a su hogar, dondequiera que éste
estuviese. Y de aquella noche no quedó más que el círculo de flores
que nacieron en pleno invierno, en el corazón del centro comercial,
en torno al árbol centenario, bajo los pies del hada que había
bailado allí, a la luz de la luna.
Y Manuel se acurrucó allí, entre las ramas, y lloró como un
niño.
© Laura Gallego García
COMENTARIOS SOBRE EL
RELATO
Travis
Mmmm un cuento de Navidad, me gustan aunque sólo sea por el
ambiente y únicamente por eso ya tiene el relato algo de mi
simpatía. Lo que más me ha gustado ha sido el estilo tan dinámico
de contar la historia con esos párrafos tan cortos, se lee con
mucha facilidad.
Me ha gustado un poco menos a partir de la irrupción de lo
puramente fantástico (esas flores que nacen en la tierra que ha
pisado la criatura) lo que incluye lógicamente la resolución del
cuento aunque quizás sea porque no me gusten los cuentos de hadas,
me quedo simplemente con la historia de una chica rara perdida en
el centro comercial.
Anika
Los cuentos de Navidad tienen que ser muy especiales para mí
porque de lo contrario son siempre "uno más", y eso no me ha pasado
con éste (me refiero a que no es uno más). Por eso me ha gustado,
por su originalidad.
Pero me ha gustado mucho más un simple detalle: la contraposición
de caracteres, lo bien definidos que quedan ambos personajes: el
guarda jurado y la chica perdida. En él se ve al humano con sus
dudas, su confusión, sus observaciones (¿una loca?)… en ella se
percibe una ingenuidad más propia de un niño, unas actuaciones más
propias de un enfermo mental, unas decisiones más alocadas que las
que tomaría una persona normal, es decir, en ella ves a "otra
persona" distinta, totalmente distinta, sobre todo comparándola con
el guarda. Es como si algo no encajara en ella, y en efecto, eso es
lo que Laura nos descubre más adelante, cuando la niña (escena que
me ha encantado cómo está descrita) le dice a su madre que es un
ángel.
A partir de ahí la historia es más fantástica, llega la magia, la
autora se toma todas las licencias del mundo en un relato de
fantasía y nos lleva a un final poco típico. La parte que menos me
ha podido gustar ha sido cuando describía la escena de la subida al
árbol, no lograba visualizarla bien, no obstante me quedo con lo
que más apruebo: la diferencia bien marcada de ambos personajes,
sus actuaciones, cómo los percibes a cada uno casi viendo sus
movimientos (más rígido el de él, más etéreo el de ella)…
Joseph B. Macgregor
Como sucede en un film de reciente estreno que no me gustó nada
(La Joven del Agua) nos encontramos con un elemento fantástico (la
niña perdida) en un entorno cotidiano (el ambiente urbano de unas
fiestas navideñas). También hay un hombre que es testigo
privilegiado de una historia mágica. Sé que las comparaciones son
odiosas, pero si hago esto es para decir que Laura Gallego si
consigue triunfar en el arriesgado empeño de contar una historia de
estas características porque se preocupa de dar a su personaje
rasgos, actitudes, reacciones sobrenaturales o mágicas. Sin
embargo, el director del film enunciado, desde mi punto de vista,
fracasa estrepitosamente por razones contrarias. De igual modo,
intenta crear un cierto suspense, los datos no se dan del tirón, de
un modo brusco si no poco a poco, sin prisas… intentando contar
cosas, mantener en todo momento el interés o intriga del lector.
Pienso que en esto también falla el film americano ya que el
elemento mágico surge demasiado bruscamente. No hay una evolución
ni un proceso que nos lleve hasta lo mágico.
El texto tiene ritmo, se sigue bien, no aburre ni se hace pesado.
Está muy cuidado y es fácilmente asimilable, escrito en un lenguaje
sencillo para llegar mejor al mayor número de personas posible. Los
ambientes están excelentemente descritos, logrando imágenes (sobre
todo en la última parte) de un enorme poder visual. Son imágenes
preciosas, llenas de sensibilidad y buen gusto, de gran imaginación
que el lector puede ver en su mente perfectamente.
El único pero que le pongo es la frase final… Creo que la
experiencia por la que pasa el sujeto es fuerte pero ¿tanto como
para llorar?...
Quote- Travis escribió
Me ha gustado un poco menos a partir de la irrupción de lo
puramente fantástico (esas flores que nacen en la tierra que ha
pisado la criatura) lo que incluye lógicamente la resolución del
cuento aunque quizás sea porque no me gusten los cuentos de hadas,
me quedo simplemente con la historia de una chica rara perdida en
el centro comercial
Creo que si fuera sólo eso, la historia no tendría el más mínimo
interés. Creo yo, vamos...
fisire
¡Qué bonito!
Un cuento dulce pero impregnado de una profunda tristeza, la de un
guardia de seguridad que se preocupa de la niña porque no tiene de
quien preocuparse. (A mí me da esa impresión).
No tengo nada más que decir, solo que es un cuento dulce, sencillo
y bonito.
Un detalle que me ha encantado es que de la boca de la chica no
sale ni una palabra.
También me ha recordado a las fiestas de los druidas, bailando
bajo la luna alrededor del árbol.
El ambiente, tan familiar pero desde un punto de vista atípico
(excepto para los vigilantes de seguridad, claro), también me
parece que contrasta maravillosamente bien con el final.
Saludos y espero volver a leerte pronto.
David Jasso
Es un cuento navideño muy emotivo. Se lee con agrado y está bien
escrito. La historia interesa y los personajes están bien
dibujados. Me ha gustado especialmente que el guarda sea muy humano
y no el típico guarda prepotente, este detalle me ha sorprendido y
es lo que me ha hecho seguir leyendo.
Puestos a buscar algunas cosillas mejorables (bajo mi humilde
punto de vista) creo que en algunas frases la autora parece
sentirse insegura y remarca algunos aspectos que no sería necesario
subrayar. Por ejemplo:
Quote- Laura Gallego
escribió
Al llegar junto a las raíces descubrió, estupefacto, algo
extraordinario: de la tierra nacían docenas de pequeñas flores
blancas, flores que antes no estaban allí, que parecían haber
brotado bajo los pies descalzos de la muchacha perdida que había
estado bailando, momentos antes, en torno al árbol
centenario.
En este párrafo parece insistir demasiado, creo que tiende a la
redundancia aunque sea formalmente correcta. No sé si me explico,
es como si la autora creyera que tiene que dejar bien claros
algunos aspectos importantes, remarcarlos, sin embargo el lector ya
los ha asimilado, una mera sugerencia hubiera sido suficiente.
Hubiera bastado con decir:
"Al llegar junto a las raíces descubrió, estupefacto, algo
extraordinario: de la tierra nacían docenas de pequeñas flores
blancas."
Otra tonteriíta: No sé qué ha pasado con el bocata y la botella de
agua, en un momento dado el guarda los llevaba en la mano y luego
ya no se sabe nada de ellos. Es un detallito sin importancia, pero
a mí me ha dado la sensación de que se esfumaban en el aire.
El final me parece logrado, un poco tendente al "melodrama" pero
muy adecuado.
Un interesante relato con una fuerte carga de poesía, aunque
pienso que podría haber sido un poco menos explícito y algo más
sugerente.
David Jasso
Hey, una aclaración, en el mensaje anterior, cuando he dicho "Otra
tonteriíta", me refería a otra tonteriíta de las mías (a una de mis
manías raritas), no a que sea una tontería del relato (que no tiene
ninguna tontería).
Panzermeyer
Qué bonito. No había leído nada de Laura Gallego, pero me parece
que me voy a aficionar.
Fantasía como a mí me gusta. Qué fácil de leer, qué ameno y qué
interesante. Me ha arrastrado y no me ha soltado hasta la última
línea. No podía ni parpadear. Me ha gustado el detalle de la niña,
la única que se da cuenta de la verdadera identidad de la chica
perdida. Con relatos así da gusto. Enhorabuena.
Anika
Como creo que es justo me gustaría comunicaros que Laura Gallego
va a estar de gira y no va a poder postear hasta después de
Navidades en este post. Es posible que luego viéndose más relajada
y en casa, pueda entrar a dejaros comentarios.
Me parecía que debíais saberlo.
Gracias a todos los que de momento habéis opinado. Está claro que
el relato está gustando mucho.
Manel Sparks
El relato es una contraposición de imágenes constante. La primera
es la de una mujer ajada, pobre, en un centro comercial. Ella va
desnuda, con vestimentas rotas y se pasea en un lugar donde está
lleno de tiendas y la gente tiene un montón de capas de ropa
encima. Además estamos en Navidad y la imagen de esta muchacha,
joven, en estas fechas siempre tiene una carga más dramática.
Otra cosa es el árbol. Me gusta la imagen de construir un centro
comercial respetando la naturaleza, el árbol centenario.
Y el argumento: un guardia de seguridad que seguramente no es
feliz en su vida personal, ve a esa muchacha y en vez de deshacerse
de ella rápido, la mira y aguarda.
Ella quiere llegar a la luna, quiere marcharse. No sabemos qué ha
venido a hacer aquí, quizá sea un ángel caído. La niña pequeña que
en un momento dado se acerca a ella dice: "es un ángel, mamá".
Quizá no sea un ángel caído y sencillamente ese árbol centenario
sea algo más que un simple árbol, y sea la puerta de comunicación
de las hadas y los ángeles.
En cualquier caso, sólo son suposiciones. Pero el relato es
encantador, no es un típico cuento de Navidad con Papa Noel y los
regalos y bla, bla, bla... De hecho, que sea Navidad es una excusa,
ni siquiera es el motor. Pero la navidad son fechas que dan más
cobijo a este tipo de relatos.
Y en cuanto al bocadillo y la botella de agua... ¿dónde han ido a
parar? Pues la verdad es que no lo sé. No sabemos si lo ha tirado o
lo ha dejado en algún sitio, pero desde luego no le ha dado tiempo
a comérselo. De todas maneras, no todo debe ser explicado, hay
cosas que basta con que nosotros las demos por hechas, porque sino
acabamos por leer detalles innecesarios.
En fin, que me ha gustado mucho el relato.
Miguel Angel León Asuero
(maleon)
Es un auténtico cuento, y por eso tiene magia.
Me ha gustado bastante la forma en que se han descrito los hechos
y el ambiente, todo muy sencillo pero al mismo tiempo
trabajado.
No veo que sobre ni falte nada. Cuenta lo que se quiere contar y
de la forma en que quiere contarse. Llega directo al lector, sin
artificios ni construcciones raras que le hagan a uno releer un
párrafo para entenderlo.
Gracias, Laura, y enhorabuena.
Maleon
Pilar López Bernués
(pilarlb)
Es un relato muy bonito. Me ha gustado especialmente la segunda
parte, cuando la muchacha deja de ser un ser real y se adivina que
procede de un mundo mágico. Creo que Laura ha conseguido colocar
muy bien ese trozo de poesía en medio del consumismo navideño y de
la artificiosidad de un centro comercial.
¡Enhorabuena!
Saludos cordiales
Delta
Pues me ha gustado mucho, sí, porque empieza como una historia
más, solo que te engancha, y luego ir viendo, a la vez que el
guarda, que hay algo diferente en la chica, y luego, para nada me
esperaba que fuera a ser así el final, y yo no suelo leer cuentos
de hadas, pero éste me ha gustado
Sophia
Me ha gustado mucho y no me esperaba ese final para nada, me ha
sorprendido... pero me ha hecho sentir muy triste leer la historia,
no sé porqué... me hace pensar en la soledad...
Miguel Angel León Asuero
(maleon)
Laura: Tal vez no sea el lugar adecuado, pero aprovecho este foro
para decirte que mi hijo (13 años) está leyendo MEMORIAS DE IDHÚN,
y le está encantando. No veas cómo se ha puesto de contento cuando
le he dicho que los dos participamos en este invento de
ANIKA.
Creo que tienes otro fan, y hasta me ha pedido la forma de poder
enviarte sus comentarios, así que le he dado el enlace a tu
entrevista en esta página. Tiene mi mismo nombre y apellidos, así
que lo conocerás cuando decida lo que quiere decirte...
Saludos.
M. A. León
Laura
Gallego
Hola,
¡muchas gracias a todos! Siento haber tardado tantísimo en pasarme
para contestar. De octubre a enero estuve con la gira de
presentación y luego volví reventada y se me olvidó completamente.
¡Lo siento mucho!
Muchísimas gracias por leerme. Me alegro de que os haya gustado.
Es la primera vez que caigo en la cuenta del detalle del bocadillo
y la botella de agua, gracias por señalármelo. Y mira que lo
revisaron varias personas antes de que saliera publicado (en El
País Semanal, especial navidad 2004) y nadie se dio cuenta. Buena
vista.
Comentaros solamente que el relato saldrá publicado en una
antología de Literatura para Jóvenes publicada por la editorial
Castalia. No sé si corregirlo para entonces o dejarlo así, y que
los chavales se devanen los sesos preguntándose qué fue del
bocadillo... ¿vosotros qué pensáis?
Una última puntualización: la chica no es un ángel, es un hada. La
afirmación "Es un ángel" proviene de la boca de uno de los
personajes, que puede estar equivocado o no. En este caso, el
narrador es el que tiene la última palabra, y desvela el misterio
al final.
Una vez más, muchas gracias por leerme.
Manel Sparks
Laura, yo diría que el bocadillo era de mortadela y que lo tiró
porque no le gustaba...