Comenta cuentos
Las mujeres de la casa. Fernando Marías
Autor: Fernando Marías (Bilbao, España. 13 de junio de 1958) Web Oficial: www.fernandomarias.com Participa con: "Las mujeres de la casa" |
Sobre Fernando Marías: |
Fernando Marías reside en Madrid desde 1975, donde estudió Cine en la Facultad de Ciencias de la Información. Como escritor puede presumir de haber sido el primer ganador del Premio Nadal en el s. XXI con "El niño de los coroneles". Además, también es capaz de escribir para el público infantil y de trabajar para el cine. Su última novela (2005, "El mundo se acaba todos los días") es una revisión de la historia del dr. Jekyll y Mr. Hyde en el Madrid postcontemporáneo. Más información en su web oficial.
Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos): |
¬ La Luz Prodigiosa (1990) (novela, premio
novela corta Ciudad de Barbastro 1991)
¬ Esta noche moriré (1992,
novela)
¬ Páginas ocultas de la historia
(1997, relatos, con Juan Bas)
¬ Los Fabulosos Hombres Película
(1995, novela)
¬ El Niño de los coroneles (2000)
(novela, premio Nadal 2001)
¬ El vengador del Rif
(novela)
¬ La batalla de Matxitxako (2001,
novela)
¬ La mujer de las alas grises (2003,
novela)
¬ Invasor (2004, novela. Premio
Dulce Chacón de narrativa)
¬ Cielo abajo (2005, novela, premio
Anaya de Literatura Infantil y Juvenil 2005)
¬ El mundo se acaba todos los días
(novela. Premio Ateneo de Sevilla, 2005)
* ver Fernando Marías en Anika Entre Libros
Las mujeres de la
casa (publicado en la
revista QUO nº 117)
La casa Lambert se construyó en 1616, aunque naturalmente no
siempre ha estado como la ve usted ahora. Ha sufrido mucho a lo
largo de su existencia, casi trescientos cincuenta años. Un
incendio, guerras... ¿Sabe que un general de Bonaparte durmió aquí
cuando iba camino de Waterloo? ¡Sí, señor! Esta casa es el orgullo
de la familia. Es más, esta casa es la familia misma. Sus cimientos
resistieron y resistirán siempre. ¡Cimientos, señor Malet! ¡Esa es
la clave! Por esa razón no puedo darle lo que me pide.
León Lambert, al concluir, encoge sus anchísimos hombros en gesto
de impotencia y se atusa el gran bigote negro. Sus ojillos
entrecerrados podrían ser los de un hombre risueño, relajado,
amable, pero también los de una serpiente a punto de saltar. Es
rudo y corpulento, primitivo. Va en mangas de camisa y botas de
montar, y sostiene en la mano derecha un hacha de grandes
dimensiones con la que cortaba leña cuando le interrumpió el
visitante. Su aspecto contrasta vivamente con el de Monsieur Malet,
el joven tímido y lampiño que acaba de ocupar la plaza vacante de
maestro del pueblo, y que ha venido hasta la casa para convencer a
Lambert de que permita a su hijo de diez años, el pequeño León,
asistir a la escuela.
-Hay un mundo fuera que el niño debería conocer -argumenta el
maestro-. Tiene que sentirse muy solo aquí, tan aislado de todo.
Especialmente desde que su madre los abandonó. Hace ya tres años,
¿no? Me lo han dicho en el pueblo.
La cólera asoma en los ojillos de Lambert cuando oye nombrar a su
esposa. No escapa a la mirada del maestro que el campesino inspira
profundamente y aferra con fuerza el mango del hacha.
-¿Insinúa que no soy bastante bueno para educar a mi hijo? Ni yo,
ni mi padre, ni mi abuelo, ni mi bisabuelo, que se emborrachó con
aquel general que murió diez días después en Waterloo, fuimos nunca
a la escuela. Nuestros padres nos enseñaron todo lo que es preciso
saber sobre la vida y sobre la muerte, también sobre las mujeres. Y
lo mismo ocurrirá con el futuro señor de la casa, mi pequeño León.
¿Está claro, monsieur Malet?
Malet comprende que es inútil su esfuerzo. Extiende la mano hacia
Lambert, sintiéndose muy pequeño y desvalido cuando este la
estrecha, y sube a su bicicleta.
El pequeño León, oculto tras una pila de leños, ha escuchado toda
la conversación con el corazón bombeándole en el cuello. Él querría
salir de la casa, conocer a otros niños, pasear por el pueblo con
más tiempo del que le concede su padre cuando, una vez al año,
bajan con impaciencia de prófugos en busca de provisiones para el
invierno. Por eso el pequeño León ve renacer su esperanza cuando,
apenas ha recorrido unos metros, Malet se detiene y, apoyando un
pie en tierra, grita hacia Lambert:
-Hermosa laguna -dice señalando hacia la apacible masa de agua
situada a un kilómetro de la casa-. ¿También pertenece a su
propiedad?
-Sí, señor -proclama Lambert-. En verano mi hijo y yo subimos a la
barca, y pasamos el día pescando. Hay muchos peces. ¿Ve cómo no
necesitamos nada? ¡Tenemos hasta nuestro propio mar!
El pequeño León ve cómo Malet se aleja pedaleando mientras vuelve
a resonar en el aire el ritmo seco, regular, del hacha de Lambert
cortando troncos.
Atardece. Pronto, las sombras de la oscuridad se ciernen desde las
montañas, como todos los días. Pronto es de noche como todos los
días.
El pequeño León, entonces, coloca el perol al fuego de la chimenea
y dispone sobre la mesa platos, cucharas y pan. También, y sobre
todo, la botella con vino para su padre.
Lambert entra al rato, sudoroso por el duro trabajo. Parece feroz
incluso cuando no está de mal humor. Comen en silencio, patatas con
tocino y pan. Lambert termina el vino y pide más. El pequeño León
se lo sirve con gesto grave, esmerándose en ocultar su miedo, igual
que intenta siempre y solo a veces consigue.
Lambert, borracho como todas las noches desde hace tres años, se
instala frente a la chimenea, abrazado ahora a la frasca de licor
de cerezas, y se amodorra ante las llamas entre trago y trago. Hoy
está melancólico y por tanto inofensivo, piensa el pequeño, que ha
desarrollado un gran instinto de supervivencia. Vencido por el
licor, Lambert duerme pronto. Sus ronquidos son secos, regulares,
al niño le recuerdan los golpes del hacha, ese ritmo que está
enganchado a su cabeza como una obsesión.
El pequeño León sube a su habitación, en el segundo piso, y se
mete en la cama. Se acurruca bajo las mantas y oculta la cabeza
bajo la almohada, pero sabe de antemano, porque intenta la misma
estrategia cada noche, que será inútil: los ronquidos del borracho
suben las escaleras, se cuelan por la rendija de la habitación y
entran por los pies en la cama, subiéndole hasta las mismas orejas,
entrándole al cerebro y angustiándole el corazón.
Nada puede contener esos resoplidos. Han venido hasta él todas las
noches, desde que el niño tiene uso de razón. A veces, mientras su
madre aún vivía con ellos, eran bufidos de bestia embistiendo a la
presa indefensa; relinchos de animal salvaje paralelos al chirrido
de los muelles de la cama matrimonial, que se fundían con la
respiración femenina acongojada y temerosa, y concluían con un
largo lamento agónico de éxtasis diabólico que precedía al
silencio. También podían ser gritos de furia desatada y violencia,
insultos del hombre fuera de sí, a los que enseguida acompañaban
los golpes del cinto y las súplicas de la mujer, su madre, y en
ocasiones, no siempre, de nuevo los chirridos de la cama. Unos y
otros acontecían en la habitación del matrimonio, a la que el
pequeño León tenía terminantemente prohibido el acceso. De ese
dormitorio salió un día su madre para no volver jamás. Huyó de la
bestia con la que el cura del pueblo la había unido para siempre, y
allí lo abandonó a él, sin despedirse siquiera. ¿Cómo pudo privarle
del último abrazo, negarle la oportunidad de escapar con
ella?
Dejarlo solo para siempre, aterrado por la compañía de su padre,
ese hombre brutal que, según repetía continuamente, no necesitaba a
su esposa, como no habían necesitado a la suya ni su padre, ni su
abuelo, ni su bisabuelo...
-Tu madre ha huido de nosotros, pequeño León. Nos ha abandonado
como si fuéramos perros, ¡peor que perros! Cuando seas mayor, te
enseñaré cómo tratar a las mujeres, igual que me enseñó mi padre y
a él le enseñó el abuelo.
El pequeño León, acurrucado bajo la ropa de cama, a merced de los
ronquidos que invariablemente lo estremecen, tiembla de miedo al
pensar en su padre, que tras su amenaza blandía el cinto de pesada
hebilla metálica. Y entonces, con los ojos cerrados, el niño
susurra la misma palabra que susurró instintivamente la primera
noche de soledad y miedo. La palabra que, como todas las noches
desde entonces, viene a salvarlo:
-Madre.
Y su madre, como todas las noches, comparece. Y su madre, como
todas las noches, viene acompañada.
Primero, el rumor de tela mojada se adentra en la habitación por
la ventana que el pequeño León ha dejado premeditadamente abierta.
Luego, un cuerpo se sienta en la cama, a su lado, y hunde el
colchón con su peso. Entonces abre el niño los ojos.
Ante él está su madre, sonriéndole con ternura infinita a pesar de
que apenas queda adheridos unos jirones de carne sobre la calavera
desnuda, que oculta parcialmente la enmarañada cabellera. El largo
camisón blanco que vestía la última noche, completamente empapado y
con la tela podrida en algunas zonas, cubre el cuerpo muerto.
-Creí que te habías ido dejándome aquí... -dijo el niño entre
pucheros la primera noche de la visita de la muerta.
-No, hijo mío, mi amor. Yo nunca te dejaría, y menos con esa
bestia salvaje. No, mi amor, no...
Y entonces, aquella primera noche, la mujer muerta se tumbó al
lado del pequeño León como ha hecho todas las noches a partir de
aquel día; hoy también lo tranquiliza y conforta, y le da calor a
pesar de que su ropa se halla calada por el agua helada del lago, y
lo que queda de su carne tiene hace mucho la gelidez interminable
de la muerte. Así tumbada, le relató cómo el bestial Lambert la
había matado a golpes la noche maldita de tres años atrás,
arrojando el cadáver al fondo de la laguna para difundir, desde el
día siguiente, que la desdichada se había fugado.
-Pero allí nunca estuve sola -continúa contando la muerta a su
hijo; su voz tiene la dulzura del amor, una suavidad de afán
protector-. Al poco vinieron a acompañarme ellas, las otras mujeres
de la casa, tu abuela y tu bisabuela. En su día, también afueron
apaleadas hasta la muerte por sus maridos borrachos, y arrojadas
después al fondo de la laguna.
Entonces había visto por primera vez el pequeño León a los otros
dos cadáveres putrefactos; desde aquella primera noche vienen para
sentarse al calor del hogar, hasta que las luces del amanecer les
recomiendan regresar a su tumba bajo el agua.
-No quiero que te vayas, mamá -dijo el pequeño León cuando
terminaba la primera noche, y lo repite también hoy-. No me dejes
solo...
-Tu sabes que te amo, ¿verdad? Por eso he vuelto a ti. Quiero
confortarte, contarte cuentos, hablarte y abrazarte hasta que algún
día podamos vivir juntos de nuevo, para siempre.
-¿Cómo? -quiere saber el niño, sorbiéndose las lágrimas-. ¿Y
cuándo?
-Primero debes crecer y hacerte fuerte, y cuando lo seas debes
hacer lo que te he explicado. Solo entonces estaremos juntos, mi
amor.
El amanecer, como todos los amaneceres, sorprende al niño dormido.
Pero apenas abre los ojos, su energía y resolución se concentran en
conseguir un único y obsesivo propósito. Se pone en pie,
acariciando la humedad en forma de silueta humana, ya casi
evaporada, que a su lado impregna todavía la sábana.
Sale al exterior. Lambert no ha despertado aún.
El pequeño León toma el hacha y comienza a cortar troncos con
golpes rítmicos y secos, sin dejar de mirar a la laguna que le da
fuerzas. Ejercicio, entrenamiento... Su largo camino hacia esa
anhelada fortaleza física que le permitirá, un día feliz, matar a
hachazos a Lambert.
Y luego, por fin, podrá decir a las mujeres que ya pueden volver a
casa para siempre.
© Fernando Marías
COMENTARIOS SOBRE EL
RELATO
Travis
Me he quedado muy sorprendido con este relato, al principio
parecía la típica historia de estilo costumbrista del maestro que
quiere llevar al niño a clase para pasar luego a una historia de
brutalidad y malos tratos en el ambiente rural y terminar en una
pura historia de fantasmas con un ambiente extremadamente macabro.
De todos modos ese final no deja la sensación agridulce de otras
trick stories sino que el relato consigue variar de un estilo a
otro de forma elegante y natural.
Me ha gustado mucho ¿no sería un fantástico corto de terror?
Athman
Es muuuuy bueno, un giro genial...
Sólo una pregunta. ¿Este relato está publicado en algún lugar? No
quisiera equivocarme, y si es así pido disculpas, pero es que me
sonaba de haberlo leído hace tiempo, en algún recopilatorio de
relatos cortos o algo por el estilo...
De todos modos, una historia excelente...
Pilar López Bernués
(pilarlb)
Me parece una historia extraordinaria y muy bien escrita.
Lamentablemente, tiene también mucho de actual pese a estar situada
en una época lejana.
¡Felicidades!
Pilar
nalui
Es una historia impresionante, no me entiendo de literatura, pero
es del tipo de narración que captura y te hace pasar por todas las
emociones. Hasta el título me encantó, cuando lo lees antes parece
inofensivo, familiar, pero gana peso al final, le queda
perfecto.
¡Felicidades al Autor!
Travis
Si hay algo que te captura y te hace pasar todas las emociones
entonces sí que entiendes de literatura.
César
Me gustó el relato. Sí. Y mucho. Me ha ido enganchando según iba
leyéndolo. Me ha impresionado la descripción del padre, del bestia
del padre y de la cerrazón que tiene. Hasta el hecho de tener un
hacha en las manos ayuda a la descripción en cuanto a esa
brutalidad del personaje y como consecuencia de esa brutalidad, de
ese aislamiento, la también descripción de la soledad del niño y la
indefensión, ante sus razonamientos, del maestro.
El final está lo suficientemente oculto a la imaginación como para
sólo adivinarlo breves líneas atrás.
Me pareció, según iba leyendo, un relato elegante, en su
escritura, no rebuscado y muy natural, quizás porque todo lo
natural es elegante. De esos que se aprende.
César
P.D. Es que no suelo leer la opinión de los demás hasta después de
dar la mía, por eso lo digo ahora que me he editado después de
haberlas leído: Estoy de acuerdo con Pilar B., tiene mucho de
actual el relato.
Panzermeyer
Cuando he terminado de leerlo tenía el vello erizado. Muy bueno,
como han dicho otros comentarios el giro desde la entrevista con el
maestro rural es sorprendente. La actualidad del tema aunque lo
sitúe en otra época, es innegable. Desde luego daría para un corto
de terror fantástico. Genial.
Joseph B. Macgregor
Otro relato en donde forma y contenido se encuentran aferrados en
perfecta sintonía: descripciones cortas, muy bien dialogado,
mantiene la intriga maravillosamente y sabe captar la atención del
lector desde el principio.
La estructura de la historia me recuerda un poco a la de algunos
relatos de Chejov: comienza con un hecho que resulta ser sólo
anecdótico (la visita del hombre que desea llevar al niño a la
escuela) para, poco a poco, convertirse en cuento donde el realismo
mágico hace su aparición de manera sutil, sin subrayados ni "cargar
las tintas". La escena en la que la madre hace su aparición es
perfecta en ese sentido, en el de saber encuadrar una situación
mágica o fantasmagórica desde lo cotidiano o la naturalidad.
Lo dicho, una historia excelente contada de la mejor manera
posible. Un texto de corte clásico que sabe trasmitir, emocionar,
entretener...
Rosa Ribas
He disfrutado mucho leyendo este relato.
Me ha parecido excelente el giro que ha dado, sin efectismos. El
autor maneja muy bien sus recursos e imprime a la narración un
ritmo y una tensión crecientes que arrastran al lector.
Especialmente me ha gustado la naturalidad con que introduce el
elemento fantástico en un relato que al principio parecía de corte
costumbrista.
Durante la lectura me iba preguntando a qué mujeres se refería el
relato si sólo se hablaba de la madre. Dado que la clave nos llega
al final, el relato en su totalidad me pareció redondo.