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Las luciérnagas. Eloy M. Cebrián

Ccuentos Autor:
Eloy M. Cebrián (Albacete. España. 1963)

Web Oficial: www.eloymcebrian.com

Participa con: "Las luciérnagas"

 

Sobre Eloy M. Cebrián:


Se licenció en Filología y actualmente enseña inglés en un instituto de su ciudad y da algunas clases de Literatura en la UNED. Mientras tanto se ha dedicado a escribir con unos resultados magníficos. Sus relatos han aparecido en revistas de creación literaria y antologías, ha colaborado en la prensa de su ciudad y en el periódico de tirada nacional El País, y ha publicado libros que le han aportado bastantes premios. Eloy codirige desde el año 2000 la revista de creación literaria El problema de Yorick.

 

Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos):


¬ Memorias de Bucéfalo, el reinado de Filipo (1998)
¬ Memorias de Bucéfalo, la conquista de Asia (2001)
¬ Bajo la fría luz de octubre (2003)
¬ Vida de Alejandro, por Bucéfalo (2005)
¬ El fotógrafo que hacía belenes (2005)
¬ Las luciérnagas y veinte cuentos más

* ver Eloy M. Cebrián en Anika Entre Libros

 

Las luciénargas

Acaba de despertarse y tiene frío. Ya es octubre. Debería usar un pijama para dormir, pero no quiere resignarse a la victoria de este largo y oscuro otoño. En otro tiempo habría buscado el cuerpo de su mujer bajo las sábanas, se habría ceñido a él para volver a adormecerse a su abrigo. Ahora ya no le tienta la idea. Tampoco siente el impulso de buscar los pies de ella con los suyos. Ése era el juego favorito de ambos: cuatro pies buscándose en la tibia penumbra de la cama, jugando a hacerse cosquillas, como una camada de cachorros. Pero sabe que si ahora lo intenta, su mujer se apartará, probablemente con un gruñido de disgusto. Además, los pies de ella parecen haber perdido el calor de otro tiempo. A veces los toca por casualidad y le parecen dos trozos de mármol. La oye roncar suavemente a su lado, con un sonido agudo y sibilante, como el vapor escapando de una olla a presión. Se encuentra en lo más profundo de su sueño. Prefiere no molestarla.

Se levanta y busca a tientas las zapatillas y la bata. Se estremece de frío. La ventana está cerrada a cal y canto. Así y todo, nota la habitación surcada por corrientes de aire, como si la habitaran fantasmas. La sensación de frío aumenta conforme avanza por el pasillo a oscuras. Conoce a la perfección cada centímetro de su casa. Podría recorrerla hasta en sueños sin tropezar una sola vez. Pero la oscuridad, apenas atenuada por la débil luz rojiza que se cuela desde la calle, es muy densa esta noche, tanto que las sombras parecen a punto de condensarse en cuerpos sólidos. Por eso, mientras recorre el pasillo, su mano derecha se agita delante de su cara, igual que la de un ciego despojado de su bastón. Con la izquierda tantea la pared y cuenta los vanos de las puertas, una... dos... tres... hasta llegar a la cocina.

Piensa que no debería beber tanto. Así al menos se ahorraría esta sed que lo abrasa, este sabor a podredumbre que le llena la boca cuando despierta en mitad de la noche. Abre la nevera y le azota la cara un hálito frío impregnado de olor a moho. Mientras traga medio litro de agua helada, recuerda que de joven nunca se despertaba por las noches. Su sueño era entonces uniforme y profundo, un largo espacio negro que se prolongaba hasta bien entrada la mañana siguiente. Ahora la noche es para él una sucesión de avatares, breves períodos de agitada duermevela que se alternan con pesadillas, episodios de angustia que sirven de preámbulo a prolongadas crisis de insomnio. Una vez lo consultó con su médico. Le recetó un somnífero, pero el prospecto desaconsejaba su ingestión con alcohol, así que decidió no tomarlo. El agua helada le provoca un pinchazo de dolor en una muela cariada. Se le escapa un gemido. Después se encamina hacia el cuarto de baño para orinar. A mitad del camino, suena el timbre del teléfono.

Se sobresalta y el corazón empieza a latirle muy deprisa. Golpea como un tambor contra sus costillas y casi puede notar las pulsaciones en la garganta. No hay ruido más funesto -piensa- que el de un teléfono que suena en mitad de la noche. Son alrededor de las cuatro de la mañana (no ha mirado el reloj, pero el alcohol siempre le hace despertar en torno a esa hora). Se dice que lo mejor es no contestar. Con toda seguridad se trata de algún imbécil que se ha equivocado. Pero los timbrazos perseveran y su sonido se hace cada vez más acuciante. Su mujer va a despertarse y le pedirá explicaciones. Corre hacia el teléfono y levanta el auricular, pero no dice nada.

-¿Antonio? -oye preguntar. Es una voz femenina, joven, esperanzada.

Se dispone a contestarle que se ha equivocado de número. También piensa añadir algún comentario sobre lo torpe que hay que ser para molestar a la gente a las cuatro de la mañana. Pero ella no le deja hablar.

-Cariño mío -le dice-, sé que estás ahí, te oigo respirar. No hace falta que me digas nada. Todavía puedo sentirte a mi lado. Parece que no te hayas ido, que aún estés conmigo, cubriéndome de besos y caricias. Aún te noto dentro de mí, amor. No, no digas nada. Quería sólo darte las gracias y decirte lo feliz que soy, lo hermoso que ha sido follar contigo esta noche.

Él cuelga el teléfono muy despacio. Mientras lo hace, puede oír todavía la voz de la muchacha, como un dulce zumbido que se aleja. La cara le arde de vergüenza. Durante largos segundos observa el aparato. Se da cuenta de que está a la espera, anhelando que vuelva a sonar. No ocurre nada. Entonces mira hacia abajo y contempla la triste erección que asoma entre los faldones de su bata.

La cajetilla está escondida tras el quinto tomo de la enciclopedia. La dejó ahí hace un año, cuando dejó de fumar, pensando que sería una buena forma de probar su fuerza de voluntad. Extrae un cigarrillo y se lo lleva a la boca, donde lo nota como un cuerpo extraño. Comienza a salivar casi al instante. La cerilla arde con un chasquido y una pequeña nube tóxica. Cuando está a punto de encender el pitillo, lo piensa mejor y sale a la terraza, pues no quiere que su mujer lo cubra de improperios al notar el olor del tabaco.

El frío afuera es casi intolerable y él comienza a tiritar violentamente, pero eso le trae sin cuidado. Prende por fin el cigarrillo y aspira la primera calada. El humo le hace sentir un suave mareo, una placentera sensación de abandono. Apoya los codos en la barandilla y fuma en silencio mientras recuerda la voz y las palabras de la chica.

En otros balcones y ventanas, como una bandada de otoñales luciérnagas, relucen las ascuas de docenas de cigarrillos.


© Eloy M. Cebrián.



COMENTARIOS SOBRE EL RELATO

Manel Sparks

Eloy M. Cebrián tiene ese estilo suyo que ya de por sí hace interesante lo que escribe. Además es un escritor que sabe ser consecuente con sus escritos, sabe por dónde tiene que llevar al lector. A pesar de ello, a medida que leía el relato dudaba de si me iba a gustar, porque veía que el final se aproximaba y realmente no ocurría nada, simplemente se contaba la vida de un infeliz que muy a menudo bebía alcohol.

Pero todo cobra sentido con las últimas dos líneas. Es ahí donde vemos la fina ironía del autor. Eso se debe, pienso yo, a que Eloy M. Cebrián ha sabido reflejar perfectamente esa sensación de tedio y agobio que envuelve al protagonista, para luego sorprendernos con un ingenioso final. ¡Bravo, Eloy!

He tenido la oportunidad de leer "El fotógrafo que hacía belenes" y ahora este relato y la verdad es que uno agradece este humor brillante (un poco de humor negro, también) cuando lee un libro o un relato. En cuanto al argumento: ¿Qué ocurre en esa comunidad de vecinos que provoca que todos estén en el balcón fumando debido a esa llamada? ¿Quién hace esas llamadas? ¿Son todos los vecinos del mismo perfil que el protagonista del relato? ¿Es una broma de mal gusto? ¿Hay algo más en el fondo? Que cada uno piense lo que quiera. Estamos, en cualquier caso, ante un buen relato porque al final te deja con una sonrisa en la boca y con la mente pensando.

¡¡Y yo qué ganas tengo de leer "Los fantasmas de Edimburgo", su última novela!!



Carobece

Muy buen cuento. Me dejó con los mismos planteamientos de Manel...

¡¡¡Anótate un 10!!!



Pilar López Bernués (pilarlb)

Me ha gustado mucho el relato, Eloy. Veo un reflejo de la soledad que solemos sentir todos en más o menos grado a lo largo de la vida y el deterioro de la vida de pareja a medida que lo cotidiano se impone y resta interés e ilusión; hasta esos "secretillos" inconfesables que pertenecen a la parcela propia y nadie quiere compartir. ¡Real como la vida misma! Saludos cordiales



Eloy

Acabo de ver mi cuento publicado en el foro (muchas gracias, Anika, una vez más) y no estaba muy seguro de si participar o no. Me he decidido por dos motivos. Primero para agradeceros el tiempo que habéis empleado en leerme y en escribir los comentarios. Después porque creo que la participación del autor, incluso si es discreta, puede enriquecer la actividad. Este cuento es uno de esos temidos "cuentos por encargo" a los que todos los que escribimos nos enfrentamos de vez en cuando. Mi amigo Arturo Tendero dirige una estupenda revista de creación titulada "La siesta lobo", cuya principal singularidad consiste en que sus números son monográficos. Hace unos tres años "La siesta" le dedicó un número al otoño, y Arturo tuvo la amabilidad de solicitarme una colaboración (la cosa viene a ser como cuando a uno le mandaban redacciones en el cole, para entendernos). Yo por entonces estaba entusiasmado con Carver (todavía lo estoy) y decidí escribir algo en ese estilo urbano y desolado, un cuento de estos en los que parece que no pase nada, pero en los que el lector intuye muchas más cosas de las que se dicen. El resultado fue "Las luciérnagas", en el que, como en casi todo lo que escribo, incluyo un cierto componente autobiográfico, mucho del mundo de Carver y una anécdota que me contaron hace años. Fue en Edimburgo durante un cursillo de inglés. Un simpatiquísimo compañero japonés me contó que en Tokio abundaban los maridos-luciérnagas, tipos a quienes sus compañeras obligan a fumar en la ventana para no contaminar el aire de los diminutos pisos de allá. En fin, que por las noches uno se asoma a la ventana y ve relucir las ascuas de los cigarrillos. La cosa me pareció muy divertida y la he contado como anécdota en numerosas ocasiones. Sin embargo, a la hora de escribir este cuento, se transformó en una metáfora de la soledad y la incomunicación. Es curioso como los materiales de nuestra vida nutren lo que escribimos. Y más curioso aún cómo los metabolizamos según nuestras necesidades. Todo el cuento estaba encaminado hacia esta imagen final de las luces brillando en las ventanas. La incomunicación compartida. Lo demás es casi todo Carver. Y muchas gracias otra vez.



Travis

El otoño es una estación del año y tamibén una estación de la vida y esa parece ser la metáfora de este cuento o al menos esa parece ser la intención de las primeras linea del relato donde se describe de forma meticulosa la decadencia física y emocional del protagonista y todo ello en el marco fantasmagórico de un mañana de otoño que es descrito con algunas frases que pienso conservar como "la oscuridad, apenas atenuada por la débil luz rojiza que se cuela desde la calle, es muy densa esta noche, tanto que las sombras parecen a punto de condensarse en cuerpos sólidos".

A pesar de ello el brusco giro que da la historia con la introducción el elemento extraño y misterioso de la llamada telefónica consigue integrarse en el tono del relato sin problemas de no ser porque la expresión "lo hermoso que ha sido follar contigo esta noche" resulta un contraste demasiado fuerte con el lenguajo usado hasta ese momento, salvo, claro está que la intención fuera precisamente que se produjera ese contraste.

Me uno a las alabanzas que ha recibido la conclusión del relato y me emociono al recordar que yo mismo fui en el pasado un "marido luciernaga" aunque claro si esas luciernagas hubieran tenido las vistas de Santa Cruz de Tenerife desde un decimo piso quizas no se hubiesen sentido tan desgraciados.



Anika

Ese inicio presentándonos el abandono mutuo de los cónyuges da pena, sensación de soledad y amargura. No suelen gustarme ese tipo de historias a menos que ocurra algo especial. Y ocurre, una simple llamada telefónica que le descubre al hombre que aún está "vivo". Porque eso es lo que "veo y leo" yo en esta historia, un hombre que convive con su antaño esposa-amante y que ahora ambos han muerto como pareja, por ende él se ve igualmente muerto como hombre. Pero esa voz femenina le devuelve a la realidad, está "vivo", siente, reacciona....

Lamentablemente vuelve a ser aquel al que se ha acostumbrado y es entonces cuando descubre que no es el único.

Un buen cuento que mejora con fuerza casi al final. ¡Lo que me hubiera gustado que esa llamada hubiera dado más de sí!.

Un buen cuento, sí señor.

¡Gracias por él!



Miguel Angel León Asuero (maleon)

La forma en que se cuenta esta historia es muy interesante. Se usa el tiempo presente, en lugar del tiempo pasado, que es el más habitual al escribir.

Me ha gustado muchísimo, y ese final me ha parecido estupendo, porque nos hace ver que, de una forma u otra, los humanos tenemos mucho en común.

En un texto no muy corto, han aparecido la rutina del matrimonio, el problema del alcohol, la tenaza del tabaco, la angustia de sentirse oprimido por tantas cosas y el encuentro con la realidad del "mal de muchos"...

Mi enhorabuena al autor y mi agradecimiento por esta historia tan genial...

M. A. León



Panzermeyer

Me ha gustado mucho, tan real, tan cercano; Podría ser la vida de cualquiera, de hecho ahí nos lleva el final del relato, a que podemos ser cualquiera, o todos nosotros. Muy sencillo, muy contundente y muy, muy bueno.



Rosa Ribas

Para empezar: me ha gustado mucho. La imagen final con los hombres-luciérnaga es de las que se graban en la memoria y eso no pasa todos los días.

Ya me gustó el principio, los pocos apuntes con los que se ha presentado toda la rutina y el desamor de esa pareja. Cuando sonó el teléfono temí que fuera a ser una historia de un malentendido llevado al extremo, pero el final cierra esta narración de un modo tan brillante que me quedé fascinada por la excelente construcción de la historia.

Coincido con Travis en que hay un elemento que chirría que es la frase " y decirte lo feliz que soy, lo hermoso que ha sido follar contigo esta noche". A mí tampoco me encaja en el lenguaje que la chica ha empleado durante todo el tiempo.

Pero es mi única objeción. El relato me ha parecido soberbio.



Travis

Sin embargo estoy convencido de que esa frase está puesta con toda la intención ¿es así?



Eloy

Ya sé que esto es un poco "destripar" el relato. Y no me refiero a contar el final, que todos habéis leído ya, sino a destapar la maquinaria interna del cuento, su "trampa". Desde el principio imaginé la llamada como un sueño, la formulación de un deseo. Probablemente la chica que se equivoca de número no usaría el término "follar". Pero el cuarentón insatisfecho, casi con toda seguridad, asociaría esa palabra a una voz femenina y joven que susurra en la noche. El uso de "follar" es sin duda chocante, pero la idea era precisamente que lo fuera, y que de ese modo el lector piense "esto no lo diría una chica que llama a su amante, por lo menos no una que se expresa de un modo tan tierno". La llamada sería, pues, una especie de sueño erótico y sólo ocurriría en la mente calenturienta del protagonista. Aunque quizás esto no esté muy claro, con lo que el recurso no sería eficaz. De todos modos, creo que el cuento hace referencia a otras cuestiones además de la frustración sexual del personaje central. De nuevo muchas gracias por vuestros amables comentarios y por permitirme reflexionar sobre mi trabajo a través de vuestros ojos.



Miguel Angel León Asuero (maleon)

Pues al leer el relato se me viene a la cabeza que sería un argumento genial para un cortometraje...

Maleon



Joseph B. Macgregor

Soy de la opinión de que cuando un texto se centra en narrar una anecdota muy concreta o lo que es lo mismo algo que acontece durante un breve lapso de tiempo, la narración debe ser muy descriptiva y que esta descripción debiera hacerse en dos niveles para que quede equilibrada... esto es, tanto en lo externo a los personajes como en lo interno (lo que sienten, piensan o padecen). Y pienso que es fundamental conseguir que ambos niveles estén lo más equilibrados posible para que no se nos trasmita la sensación de que "no pasa nada" mientras leemos.

En ese sentido, creo que Eloy Cebrian lo consigue bastante bien: la doble descipción está bastante conseguida / equilibrada, porque un texto no es sólo lo que se cuenta sino como lo cuenta y los recursos que el autor utiliza para narrarnos su historia. Creo que, en este caso, los tiene y bastante abundantes.

¿Cómo saber cuando se ha conseguido ese equilibrio? Cuando en esa narración en la que aparentemente no pasa nada uno no se aburre con lo que está leyendo, le parece bonito como todo está descrito y además se nos tramisten emociones diversas o variadas (desde el aburrimiento hasta la extrañeza, desde la soledad hasta la falta de comunicación). Esto es lo que me ha pasado a mí.

La acción de un relato no sólo es externa. Habitualmente y casi siempre en la mayor parte de los libros que se leen ocurre externamente a los personajes. En este caso, ocurre en el interior (es lo que los entendidos llaman accion interna) y aunque parezca que no pasa nada, efectivamente afuera de los personajes apenas pasa nada pero dentro de ellos ocurren muchas cosas que el ánimo morboso del lector invita a descubrir.

Me ha gustado bastante por todas las razones apuntadas en los párrafos anteriores.

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Comentarios de los lectores:

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