Comenta cuentos
La semilla de la duda. Jesús Caudevilla
Autor: Jesús Caudevilla (Sabadell, Barcelona. España. 16.11.1953) Web Oficial: www.caudevilla.com Participa con: "La semilla de la duda" |
Sobre Jesús Caudevilla: |
Jesús Caudevilla vive en Sabadell, y ahora mismo (2006) está realizando los últimos retoques a dos nuevas novelas, y gestionando su publicación, además de las diferentes colaboraciones que lleva a cabo en La Huecha y El Pregó. Miembro de la ACEC (Asociació Col·legial de Escriptors de Catalunya) y de CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos), entidad de autores y editores. Ha colaborado con el Diari de Sabadell escribiendo relatos de viajes (Cuba hoy; Salamanca, ciudad llena de encanto y de historia; Ámsterdam, una ciudad variopinta; La República Dominicana, esas vacaciones soñadas...)
Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos): |
¬
Amanecer en el Pacífico (1988)
¬ El castigo de un dios llamado Adis (1990)
¬ Soledades y Silencios (2002)
¬ El vuelo de Ícaro (2004)
¬ Las cañadas de Achinech (2005)
* ver Jesús Caudevilla en Anika Entre Libros
La semilla de la duda
Las sombras se habían apropiado de la aldea hasta fabricar una
densa oscuridad imposible de perforar por los ojos humanos. Los
objetos habían desaparecido de la visión aunque permanecían
atrapados en su propio espacio. Las colinas, huertos, viñas,
arboledas... La luna se encontraba agazapada a la espera de su
oportunidad para resurgir con renovada brillantez. Esa noche las
estrellas se habían solidarizado con ella y se revelaban remolonas
a la hora de lucirse. La vida en aquellos parajes se había
interrumpido casi por completo desde hacia un par de horas.
Únicamente los enigmáticos espectros de la noche iniciaban su
actividad.
¿Únicamente?...
Una figura permanecía estática, casi petrificada, con su recia
espalda apoyada en el rugoso tronco de un olivo. Las piernas
extendidas sobre la tierra y las sandalias rozando unos matorrales.
La brisa que se había levantado minutos antes agitaba levemente las
ramas del árbol cargado de años. Un árbol retorcido por la vejez y
por unas ansias de libertad. Un árbol de fuerte raíces e
innumerables historias sobre su mayestático porte. Los labios del
hombre sujetaban con indolencia una ramita de olivo. Hacía horas
que aquella persona no había cambiado de posición. Ni siquiera
había reaccionado cuando con la luz diurna alguna mosca pegajosa
jugueteaba con él sin ningún respeto Ni se percató del bisbiseo de
las libélulas que pasaron junto a él. ¿Quién era ese hombre? Y lo
más importante, ¿por qué se hallaba en esa situación de
postergación que asustaba?...
Aquel hombre, apuesto y varonil, con barba rala salpicada de nieve
miraba pero no veía, oía pero no escuchaba. Respiraba pero no
vivía... por lo menos en el significado amplio de la palabra.
Abrumado. Hundido por el peso del universo. La radical
transformación se había producido en unos instantes. La sonrisa se
le había muerto en los labios súbitamente. La anterior mirada
rebosante de dulzura que posaba sobre la figura amada se había
endurecido transformándose en punzante y acusadora. Todavía llevaba
virutas de madera sobre su ropa y sobre sus ensortijados cabellos.
Todavía su vestimenta exhibía el polvo acumulado después de muchas
horas de trabajo en su taller.
De nada le habían servido las excusas. De nada le habían servido
las palabras pronunciadas con sus bellos ojos verdes enrojecidos
por el llanto implorándole compresión. De nada le había servido
aquel rostro angelical que se disculpaba. De nada le había servido
que se arrodillara y que, con sus lágrimas, bañara sus polvorientos
pies. Él no era persona violenta, de eso podría dar fe la gente que
lo conocía. Tampoco se irritaba con facilidad. Poseía fama de
bonachón. Rehuía las peleas y las discusiones. No de ahora sino
desde pequeño. De infante recibió más de un golpe por rehusar
defenderse ante otros niños más agresivos. Cobardica era una de las
palabras más leves que llegó a escuchar dedicadas a su persona.
Pero eso a él no le importaba. No estaba hecho para peleas y
confrontaciones. No le gustaba jugar como hacían otros a coger un
escarabajo, atarle una cuerda y, después de prenderle fuego,
hostigarlo. Él se embobaba con el vuelo de una ave u observando las
volubles figuras de las nubes que cruzaban por el azulado cielo. Se
preguntaba el por qué de aquellas formas, de aquellas figuras que,
mayoritariamente, sobresalían por su belleza. Las consideraba un
regalo de Dios. Un hermoso regalo del Padre de la Creación. Sin
embargo, en aquella oportunidad, no logró reprimirse. El furor se
impuso a su carácter tranquilo. Había cerrado la puerta de un
portazo. Uno que hizo que las bisagras se resintieran. Uno que
resquebrajó el silencio del lugar. Uno que hizo que los pichones se
alterasen en el palomar. Pese a la ofuscación que le embargaba
todos los sentidos sus oídos captaron un entrecortado y angustioso
¡Señor, ayúdame! que pronunció su esposa en el interior de la casa.
Ayuda... Ayuda... A buenas horas imploraba auxilio al Altísimo, se
dijo arrojando espumajos por la boca.
En aquellos instantes se creía el varón más desventurado del
mundo. El ser más insignificante de todos los que poblaban la
tierra. Él que se consideraba un buen hombre, un artesano que
trabajaba de sol a sol entre sus maderas para ganarse el sustento
con su esfuerzo, con el sudor diario. Él no era amigo de fiestas.
Hogareño. Incluso rechazaba las invitaciones a los banquetes de
bodas y otras celebraciones similares. Sólo acudía cuando no podía
escabullirse, cuando su esposa se mostraba inflexible, cuando la
veía molesta por su negativa. Prefería meterse en su taller de
carpintería y durante horas crear con sus toscas manos objetos de
madera. La moldeaba igual que fuese arcilla. Dominaba la materia.
Se juzgaba artista. No era pintor ni escultor pero no por ello
menos artista. De poblaciones alejadas acudían para requerir sus
servicios. Su propaganda, el boca a boca. La muestra, su trabajo...
Detectaba al primer golpe de vista los deseos y las necesidades del
cliente. Pero la felicidad nunca puede ser completa. Siempre
aparece el negro nubarrón que enturbia el ambiente. Siempre algo te
recuerda que eres un simple mortal. Entonces no sirve para nada que
seas una persona honrada y trabajadora. Una persona amante de la
familia y sin vicios importantes sobre la conciencia.
Justo era reconocer, y él lo hacía, que ella siempre había actuado
con sinceridad. Hasta ahora nunca le había podido recriminar ningún
engaño. Rechazando a otros pretendientes había aceptado desposarse
con él aunque no era el más agraciado ni el más rico. En realidad
se trataba de un humilde trabajador. ¡Eso sí! Bajo la innegociable
condición de que respetase su cuerpo. Desde muchacha había
determinado mantener su virginidad intacta. Deseaba salvaguardar su
pureza como el tesoro más preciado. El tesoro que le había sido
concedido por el mero hecho de nacer. El atormentado marido
reprimía los naturales gritos de su cuerpo con el trabajo, la
meditación y los rezos. Meditaciones y rezos que mitigaban las
protestas de sus necesidades físicas y, por qué negarlo, mitigarlo.
Sus ansias de acechar escondido en busca de algún regalo visual que
le sirviese de desahogo.
En el fondo él, para qué engañarse, varón que se tenía por muy
hombre confiaba vencer las reticencias. Siempre supuso que con el
tiempo, el roce y el cariño creciente lograría hacerla modificar de
opinión. Él se derretía por cada centímetro de la piel de su
esposa... ¡Maldición! Nunca pensó lo que le aguardaba... Una
tortura. Ahora le venía con esa historia que lo dejó atónito. Una
historia que jamás se le hubiese pasado por la cabeza. Ahora le
venía con que esperaba un niño. ¿De quién? Él lo desconocía pero de
algo estaba seguro. Él no era el padre... Ni siquiera le había
permitido contemplar su cuerpo desnudo y eso que él lo había
intentado en momentos de flaqueza sólo superados con enormes
esfuerzos. Hubiese entregado parte de su existencia por contemplar
ese cuerpo amado, ese cuerpo deseado, ese cuerpo que según la ley
le pertenecía al desposase.
En su desasosiego barajaba las posibilidades. Obligaría a decir el
nombre del que había mancillado su honra para, así, ajustar a ambos
las cuentas. Además la repudiaría públicamente. Así aprenderá ante
el escarnio de la comunidad. En eso se mostraba intransigente. Sus
pupilas lanzaban en la oscuridad encendidas llamas que ponían en
duda su reconocida bondad. Una mirada que asustaba... si alguien la
pudiese observar en aquella oscuridad. Circunstancia que no
ocurría.
El torbellino de pensamientos que giraban en su cerebro se le hizo
insoportable y le provocó un sopor similar al sueño. Percibía un
intenso agotamiento. Él era un artesano, no un pensador. Los
párpados le pesaban como planchas de acero. Intentaba mantenerlos
abiertos pero no lo conseguía. Estaba prisionero del cansancio
mental. Cedió. Durante un tiempo que no consiguió precisar
permaneció en tinieblas. En la más absoluta oscuridad.
Inesperadamente un fuerte resplandor le deslumbró. De la nada brotó
una silueta, bella y perfecta, casi traslúcida. De todo su ser
emitía una energía gratificante. No podía concretar si se trataba
de un hombre o de una mujer. Quizás fuese una mezcla de ambos. Lo
cierto es que jamás había contemplado algo similar. En contra de lo
que pudiese parecer el aletargado varón se sentía sosegado.
Experimentaba una inmensa paz. Una sensación placentera. En esos
instantes milagrosamente había desaparecido cualquier rastro de
angustia.
El varón quiso preguntarle mil cosas, quiso entablar diálogo,
acallar su curiosidad, ahogar los gritos de dudas... pero no
consiguió articular palabra. Únicamente poseía consciencia para
observar con deleite aquel ser que le hablaba. Únicamente poseía
consciencia para escuchar a aquel ente que, con su mensaje,
intentaba descifrarle el misterio en el que se hallaba inmerso. Un
misterio demasiado embarullado para un simple carpintero.
- ¿Vienes a cenar? - le gritaron desde la casa con voz
dulzona.
Ese chillido le hizo salir de su estado. Al igual que se había
materializado, la deslumbrante imagen desapareció instantáneamente
en la oscuridad de la mente. De nuevo se encontró sólo con sus
pensamientos. De nuevo con las dudas. Sin saber si aquella visión
había sido real o se había tratado de una fantasía creada por su
imaginación. Fabricada por su propio inconsciente.
- ¿Vienes? - le volvieron a gritar sin perder la ternura en la
voz.
- Ahora voy... - respondió a su mujer después de unos segundos de
vacilación.
Fue el tiempo que necesitó para escabullirse de sus pensamientos
profundos. Con pasos dubitativos se aproximó a su hogar. La luz de
la lucerna de aceite que resplandecía en la distancia le indicaba
el camino aunque lo conocía de sobras. Cualquier ser vivo, aunque
sea un animal, sabe regresar a su madriguera.
Se autoconvenció de que no debía preocuparse más por la cuestión
que le atormentaba en las últimas horas. Haría caso a la
ensoñación. Era lo más práctico. Además, el tema quedaría entre él
y su mujer. Nadie más estaría al corriente. Nadie sabría que él no
era el padre. Eso último le provocó sosiego que se tradujo en la
suavización de sus facciones. No soportaría las habladurías que
pusiesen en duda su paternidad. Ansiaba, como cualquier hombre,
perpetuar su estirpe. Pero todavía deseaba más mantener intacto su
buen nombre dentro de la comunidad. No se le escapaba el excelente
concepto que tenían de él en el vecindario. En la aldea y fuera de
ella.
Mientras se aproximaba a la casa no olvidaba la escena soñada
minutos antes. Soñada pero que le había parecido real. Una escena
que se le repetía en su mente, y lo haría durante mucho tiempo. Una
escena que lo acompañaría hasta el lecho de muerte. José, hijo de
David - la voz había sonado con dulzura, cumpliendo la función de
bálsamo pero, al mismo tiempo, solemne - no temas recibir a María
tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su
pueblo de sus pecados...
María, ¿qué hay para cenar? - pronunció con tono calmoso al cruzar
el umbral de la puerta.
Lo hizo después de tocar una cajita rectangular de madera
introducida en una de las vigas de la puerta y posar los dedos en
los labios. En ese cofre custodiaba un diminuto pergamino con los
mandamientos de Dios. Unos troncos crepitaban al fondo de la
estancia creando calor al hogar, y calentando el agua que contenía
un balde. Sobre la mesa dos platos con pescado cocido rodeado de
guisantes y puerros, un buen trozo de pan y dos cuencos. Uno con
vino y otro con agua. Un montón de nueces aguardaban el momento del
postre. Ella le miró a los ojos y leyó en su limpia mirada que
había desaparecido cualquier recriminación. Sin embargo supo que en
la mente de aquel varón bueno, pero también humano, anidaba la
semilla de la duda. Esa sólo desaparecería con el tiempo ante la
labor realizada por el niño que germinaba en el vientre
femenino.
Pero esa es otra historia.
SÍ, ESA ERA OTRA HISTORIA.
© Jesús Caudevilla Pastor
COMENTARIOS SOBRE EL
RELATO
Pilar López Bernués
(pilarlb)
Me ha gustado mucho, Jesús. Lo veo muy logrado y, en mi caso, me
ha sorprendido. Quizá sea previsible que se esté narrando la
concepción de Cristo, pero yo no he caído en la cuenta hasta el
final, lo que ha mantenido mi interés.
¡Enhorabuena!
Saludos cordiales
Pilar
Travis
Yo sí me he dado cuenta desde el principio por esa combinacion de
olivos, sandalias y virutas de madera. Si el objetivo del cuento
era esa sorpresa final es muy malo que uno sepa desde el comienzo
de qué trata la historia poque quitando esa dicha sorpresa no hay
demasiadas cosas de interés.
Rosa Ribas
La idea del relato me ha gustado: presentar la reacción de José al
saber del embarazo de María, imaginarse cómo se pudo sentir.
No creo que el autor especulara con la sorpresa porque se sabe
relativamente pronto de qué se trata. Yo he entendido el relato más
bien como un intento de ponerse en la mente de un hombre sencillo
inmerso en una situación que escapa a sus posibilidades de
entendimiento. Se presenta a José como un hombre que a duras penas
resiste la abstinencia sexual forzosa y a quien le preocupa el qué
dirán ante el embarazo de su mujer.
Pero la realización no me ha convencido. Al principio me han
molestado las interrogaciones con las que el autor quiere crear
expectativas en los lectores. Me han parecido superfluas, no crean
tensión, sino que, al contrario, distancian al lector de la
historia; en la primera lectura del relato les he encontrado una
comicidad que después ha resultado involuntaria.
La tensión narrativa se pierde al final. El cambio de actitud del
marido no se entiende, resulta poco convincente. Con todo, esos
apuntes de vida cotidiana, la voz de la mujer llamándolo a cenar, a
comida sobre la mesa, etc. me parecieron logrados por cuanto dan
verosimilitud a la situación. José no es un sabio, sino un hombre
común.
Por lo que respecta al estilo me ha parecido desigual. A veces muy
lírico, otras veces aparecen palabras que desentonan en el entorno:
"apuesto y varonil", "bonachón", "dulzona", por ejemplo, me parecen
elecciones algo desafortunadas en el contexto en que las usa.
También el exceso de adjetivos antepuestos me parece un recurso que
carga las frases sin aportar nada.
En resumen, una buena idea que flaquea en la plasmación
narrativa.
Miguel Angel León Asuero
(maleon)
Me parece estupenda la idea de enfocar una historia conocida por
todos desde el ángulo de visión de quien menos ha sido tratado por
las Escrituras (y que también debía tener su corazoncito).
A medida que va avanzando el relato, te vas haciendo una idea del
fondo, pero es muy interesante el ponerte en el pellejo de
José.
Me ha gustado.
Enhorabuena.
M. A. León
Carobece
¡¡¡Pero qué buena historia!!!
Nunca se me ocurrió que se tratase de la historia de María y
José... jejejeje... ¡¡¡Muy buen argumento!!!
¡¡¡Estaba odiando a la mujer que se había negado a satisfacer
sexualmente a su esposo y se había entregado a otro hombre del que
esperaba un hijo!!! jejejejeje... Me dió mucha rabia y sentí
lástima por el pobre hombre, pero ahora no puedo más que quedar
encantada de la creatividad del autor al recrear esta historia tan
conocida por todos, ¡¡¡con un nuevo argumento que no sea el de la
Biblia!!!
Muy bueno.
Jesús
Caudevilla
Tomando como punto de partida lo que relatan los Evangelios creí
interesante desarrollar lo que debía pensar José cuando le
comunicaron que su mujer estaba embarazada y él jamás había tenido
relación carnal con ella. No he pretendido ocultar la identidad de
los personajes. No he buscado eso. Desde el inicio se dan pistas
inequívocas de sus protagonistas. Unos lo habrán descifrado en las
primeras frases, y otros leyendo más. En definitiva sólo he
intentado buscar un enfoque diferente a una historia que, la
creamos o no, la hemos escuchado infinidad de veces desde pequeños.
Una historia que si sucedió como nos la han explicado debió
provocar muchas dudas en el marido. Como es lógico habrá lectores
que no les habrá gustado nada, otros un poquito y algunos
bastante.
Con este relato he colaborado gustosamente en este foro como se me
pidió. Si por lo menos he conseguido que alguno de los foristas se
evade durante unos minutos de los problemas cotidianos ya me doy
por satisfecho.
Un saludo para todos los foristas.
Carobece
Gracias Jesús por compartirnos tu relato y por tomarte el tiempo
de registrarte en el foro...
A mí me encantó tu relato... Reitero: ¡¡¡MUY BUENO!!!