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La gruta de los lamentos. Joaquín Londáiz

Ccuentos Autor:
Joaquín Londáiz Montiel (Madrid, España. 1979)

Web Oficial: www.joaquinlondaiz.com

Participa con: " La gruta de los lamentos"

 

Sobre Joaquín Londáiz:


Licenciado en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad Pontificia Comillas - ICADE (2002). A sus 27 años ha conseguido publicar, de la mano de Editorial Montena, su primera novela: "Elliot Tomclyde". En marzo de 2007 está previsto el lanzamiento de su segundo libro: "Elliot y el Limbo de los Perdidos". Sus libros sobre Elliot están dirigidos a un público jovencito y tienen mucho que ver la hechicería y los elementales (hechiceros de los elementos: Tierra, Agua, Fuego y Aire).

 

Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos):


¬ Elliot Tomclyde (2006)
¬ Elliot y el Limbo de los Perdidos (2007)

* ver Joaquín Londáiz en Anika Entre Libros

 

La gruta de los lamentos

Cuentan los lugareños que hace mucho, mucho tiempo existió una pequeña y apacible aldea situada al norte de España, a las faldas de los inmensos Picos de Europa. Su entorno estaba plagado de árboles que se reproducían como setas y crecían hasta tocar el cielo con sus puntiagudas copas. Cuentan que en una de las casitas de adobe de la aldea vivía un muchacho llamado Crispín, huérfano de madre, junto a su padre y sus dos hermanos menores. Alto y desgarbado, a sus quince años tuvo una disputa con su padre. Tras gritar con todas sus fuerzas que no quería volverlos a ver, dio un fuerte portazo y abandonó la vivienda que hasta entonces le había cobijado.

Era invierno y el frío era intenso. Deambuló dos días sin rumbo fijo por el bosque que rodeaba la aldea procurando ignorar su conciencia. Pasó las noches a la intemperie, tiritando, encaramado a algún árbol para evitar toparse con los lobos que merodeaban por la zona. No importaba el frío ni los peligros que acechasen; su orgullo le impedía volver a casa.

Al atardecer del tercer día de su fuga, la lluvia hizo acto de presencia. Crispín se había alejado más de una treintena de kilómetros de su familia. Había serpenteado siguiendo el curso de varios riachuelos y había dado tantas vueltas, que se había desorientado. Por los rayos del sol sabía que se había dirigido al oeste, pero poco más.

La noche se le estaba echando rápidamente encima cuando avistó a unos escasos doscientos metros una abertura en la roca. Con paso decidido se dirigió a la gruta. <>, pensó Crispín.

La cueva resultó tener más profundidad de lo esperado. Crispín se adentró un par de metros tratando de alejarse lo suficiente de la humedad que flotaba en la entrada. Dejó su petate a un lado para utilizarlo como almohada y se acurrucó junto a un saliente de la rocosa pared.

El constante silbido del viento y el golpeteo de las gruesas gotas de agua le impidieron conciliar un sueño profundo. Y en ese duermevela escuchó unos murmullos a su alrededor.

- ¿Quién... qué sucede? -preguntó Crispín. Se irguió sobresaltado y apenas pudo hacer frente a las criaturas que lo rodeaban.

Los fugaces rayos plateados que hacían frente al encapotado cielo apenas lograban traspasar la entrada de la gruta. Sólo tuvo tiempo de ver su silueta antes de que un mugriento y apestoso tejido de esparto cayese sobre su cabeza. Poco después notó cómo unos robustos brazos lo alzaban como un saco de patatas. Las protestas y pataletas terminaron con un fuerte golpe en su cabeza que le hizo perder el conocimiento.

Crispín nunca llegó a saber cuánto tiempo permaneció inconsciente. Sin embargo, nunca olvidaría aquel brusco despertar, con un chorro de agua estancada y maloliente sobre su cabeza, al tiempo que a sus taponados oídos llegaban unas voces que parecían muy lejanas.

- Pobre muchacho...

- Una verdadera lástima...

El joven tardó unos segundos en abrir los ojos y otros tantos en conseguir enfocar la imagen. ¿Acaso era la misma caverna? Las antorchas que crepitaban con lentitud al fondo iluminaban los rostros de casi cuarenta personas. Crispín estimó que todos ellos superarían el centenar de años a tenor de sus arrugados rostros y sus consumidos cuerpos. Parecía un grupo de esqueletos andantes.

- ¿Dónde estoy? -preguntó Crispín con cierta ansiedad.

- En la Gruta de los Lamentos -respondió uno de los ancianos al que le faltaban la mitad de sus dientes-, a la que vienen los que lo piden y de la que nunca se sale.

- Pero... yo no he pedido venir aquí -repuso Crispín cada vez más agobiado por la cercanía de los ancianos.

- Sí lo hiciste -puntualizó otra de las cadavéricas personas-. Tus desesperados gritos llegaron a lo más profundo de la gruta.

- ¿Gritos? ¡Estaba durmiendo! Y nunca he hablado en sueños... -Crispín dijo esto último sin mucha convicción.

- No es necesario gritar en voz alta. Tu mente era un torbellino de ira y lamentos, y el eco de la gruta lo captó.

Crispín estaba cada vez más angustiado. De pronto comenzó a acordarse de su padre y sus hermanos. ¡Cuánto los echaba de menos! Ellos estarían tranquilamente en casa, cenando una sopa caliente acompañada de una hogaza de pan, a escasos metros de la confortable chimenea. Él llevaba sin probar un bocado caliente desde que abandonase su hogar. De pronto, sintió ganas de llorar.

- Si me habéis traído hasta aquí, habrá un camino de vuelta -aventuró Crispín, decidido a salir de aquel lugar.

- No hemos sido nosotros quienes te hemos bajado a las entrañas de la montaña -anunció un tercer anciano que se encontraba a su derecha-. En su día, nosotros cometimos el mismo acto que tú al despreciar a nuestras respectivas familias.

- Fueron los gruñolls -puntualizó otro de ellos.

Crispín no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Qué clase de pesadilla era aquella? ¿Qué era eso de los gruñolls? Seguro que despertaría en algún momento y todo habría sido fruto de un mal sueño. Las frías paredes de roca seguirían ahí, las antorchas serían los relámpagos... y un pellizco de uno de los fantasmagóricos hombres le devolvió a la cruda realidad.

Todos los presentes comenzaron a contarle a Crispín cómo habían llegado a aquel lugar. Los relatos eran muy similares entre sí y Crispín descubrió muchas coincidencias con su propia historia. Todos ellos habían abandonado sus casas siendo tan jóvenes como él tras pelearse con sus respectivas familias, haría unos diez años (Crispín quedó sorprendido por el demacrado aspecto físico que presentaban). Curiosamente anduvieron perdidos por el bosque durante aproximadamente tres días hasta ser devorados por la famosa Gruta de los Lamentos. Todos ellos mostraban un sentimiento común hacia sus familias: odio y rencor, pues por su culpa habían llegado a aquella situación.

- No hay manera de salir de aquí, no señor -dijo el que le faltaba un buen puñado de dientes-. Ellos no te dejarán salir.

Sin embargo, Crispín echaba de menos a su familia. Había hecho mal en enfadarse con ellos y se mostraba arrepentido. Sabía que su padre confiaba en él y le dotaba de gran responsabilidad desde el fallecimiento de su madre, cinco años atrás. Crispín le había fallado. Su corazón palpitó con fuerza y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. ¡Volvería y le pediría perdón! ¡Y a sus hermanos también!

Crispín se puso en pie con aire decidido.

- Mi padre me necesita para cuidar a mis hermanos pequeños y para muchas cosas más -anunció en un tono de voz firme, tan alto que resonó por las paredes-. No puede apañárselas sin mi ayuda. Es cierto que dije que no quería volverle a ver nunca más... pero me equivoqué. Estaba demasiado enfadado y dije cosas que debía haberme callado. Iré y pediré perdón.

Apenas terminó de decir estas palabras, resonaron en el ambiente unos golpes secos. Los rostros de los jóvenes ancianos se desencajaron al mirar más allá de las espaldas de Crispín. Éste se dio la vuelta con parsimonia y su vista se cruzó con una enorme criatura peluda. Sus melenas deslavazadas cubrían la totalidad de su cuerpo. De su cabeza salía una cornamenta idéntica a la de un muflón. Sin abrir la boca, dirigió sus afiladas garras en dirección al muchacho.

La mayoría de los ancianos se tapó los ojos con sus huesudas manos, pero al no oír gritos ni forcejeos, nuevamente prestaron atención a lo que estaba sucediéndole a Crispín.

Vieron al chico a lo lejos, sobre el hombro de la temible criatura, mientras ascendía lentamente por uno de los túneles de salida de la Gruta de los Lamentos. Crispín apenas tardó cinco minutos en ser expulsado de la cueva y volver a ver el cielo. El horizonte comenzaba a clarear, en tonos rojos y anaranjados. Era el amanecer más bello que había visto en toda su vida. El sol comenzó a surgir entre las montañas, anunciando la llegada de un nuevo día. Era, al fin y al cabo, un renacer.

Crispín echó a correr con plenitud de energía. La ilusión de reencontrarse con su familia y recuperar su vida perdida le llenaban por dentro. Al recordar los diferentes relatos de los prisioneros de la Gruta de los Lamentos, rápidamente dedujo por qué no habían logrado salir de allí. El orgullo y el rencor se lo impedían. No habían tenido la humildad ni el valor suficientes para retractarse y mostrarse arrepentidos, y eso les corroía por dentro hasta el punto de parecer ancianos. Pero Crispín había sido consciente de su error y decidió subsanarlo a tiempo. Tales eran sus ganas de regresar que aquella misma noche, sin importarle los aullidos de los lobos, llegó a su casa y se fundió en un abrazo con su padre.

Y precisamente en el mismo instante en el que Crispín se reconcilió con su padre, los prisioneros de la Gruta de los Lamentos lloraron amargamente. Por eso recibe este nombre, pues lamentaron profundamente haber perdido diez años de sus vidas -que pesaban como un centenar- por el orgullo y el rencor.

Al ver su arrepentimiento, los gruñolls los expulsaron rápidamente de la cueva dejándola completamente vacía. Todos ellos salieron en dirección a sus respectivas aldeas a recuperar el tiempo perdido y rehacer sus vidas.

Cuentan los lugareños que la Gruta de los Lamentos sigue escondida en algún recóndito lugar de las escarpadas montañas de los Picos de Europa, esperando a que los orgullosos pidan a gritos a los gruñolls que los encierren de por vida si es preciso. Porque pedir perdón es costoso, pero más costoso es perder una relación por no hacerlo.

FIN

© Joaquín Londáiz Montiel, Abril 2005



COMENTARIOS SOBRE EL RELATO

Panzemeyer

Es bonito, sencillo y claro. La historia bien contada y la moraleja estupenda. Con relatos así nos damos cuenta de que realmente apreciamos las cosas cuando las perdemos.

Que siga escribiendo este hombre por favor. Enhorabuena



Pilar López Bernués (pilarlb)

Me ha gustado mucho la historia y, por supuesto, el mensaje que conlleva. Y no únicamente ése implícito de "pedir perdón y arrepentirse" si no ese otro de que hay que creer en uno mismo para vencer los propios demonios sin creer ciegamente en las afirmaciones de los demás.



César

Lo que más me ha gustado es la mágica sencillez con la que está escrito este cuento. Saca, con esa magia, al niño que todos llevamos dentro, y me encantó la lección que da, que no por sabida es menos lección ya que al verla representada en personajes escritos te hace ser más consciente de ella, al menos hasta... que se olvida y otra vez viene alguien, bien de carne y hueso a manera de ejemplo viviente o bien en forma de cuento, y te la recuerda, te recuerda esa lección de perdón y humildad que nos hace ser más personas.

Me ha gustado mucho y ¡se lee tan bien y con tanto interés!

César



Athman

Como cuento y fábulas infantil, con su dosis de moralina, está muy bien. El problema viene cuando ves que es una historia mil veces vista. Aun así, felicitar al autor, por el saber plasmarla de un modo tan sencillo y fácil de leer.



Manel Sparks

Estoy de acuerdo con todos vosotros. El cuento se presenta como una fábula infantil, pero con la moral "para todos los públicos". Abunda la sencillez en el relato, lo que facilita que vayamos directos al mensaje.

Y es que es verdad, ¿por qué nos discutimos con amigos y les dejamos de hablar cuando sabemos que en el fondo queremos que sigan a nuestro lado? Deberíamos utilizar mejor esa razón que dios (o la naturaleza) nos ha dado y ser más prácticos, enterrando el orgullo que a los primeros a los que perjudica es a los que nos mostramos tercos.

En fin, que me ha gustado mucho el relato y que voy a llamar a una amiga, que me enfadé con ella hace meses y no hemos hablado desde entonces.

Por cierto, qué imagen la de la cueva llena de ancianos desdentados lamentándose de su situación.



Joseph B. Macgregor

Un relato de gran imaginación y que transista los territorios de la fantasía para trasmitir una cierta moraleja que, en este caso, no "molesta" demasiado porque nos hemos entretenido mucho con las cuitas de Crispin, por lo que todo el tema de que hay que pedir perdón pues queda finalmente como algo un poco más secundario, al menos para mí.

Otra cosa digna de destacar, es que el tono narrativo no en exceso grave o severo; muy al contrario la historia está contada con simpatía y un cierto sentido del humor (los nombre de los habitantes de la Gruta por ejemplo), es decir: resulta muy agradable de leer.



jlondaiz

Hola a tod@s:

Antes que nada, quiero agradecer el esfuerzo que ha hecho Anika para que nuestros textos viesen la luz en este Cuentacuentos virtual. Creo que es una iniciativa estupenda que no hace sino fomentar la lectura...

Por otra parte y, entrando de lleno en mi relato, me alegra saber que os ha gustado. Es cierto que está narrado de una forma simple pero, pienso, muchas veces es la mejor forma de que las ideas lleguen claras al lector. De hecho, puesto que escribo novela juvenil, no he querido alejarme de ese público que por el momento me lee. En cuanto al mensaje transmitido, sé que no es una novedad pero nunca está de más recordarlo...

Por aquí estaré, para cualquier cosa que queráis...

¡Un saludo!

Joaquín.

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