Comenta cuentos
Cuestión de camas. Jorge Gómez Soto
Autor: Jorge Gómez Soto (Madrid. España) Web Oficial: www.gomezsoto.com Participa con: "Cuestión de camas" |
Sobre Jorge Gómez Soto: |
Se ha especializado en novelas juveniles, un género que conoce bien. Su padre es el escritor Alfredo Gómez Cerdá, especialista en libros infantiles, sin embargo Jorge se ha introducido en el mundo de la literatura sin hablar de este parentesco para conseguir por sí solo lo que buscaba. Lo conocí, curiosamente, por ser un participante muy activo de Anika Entre Libros.
Estudió Ciencias Económicas en la Universidad Complutense de Madrid y publicó su primera novela, "Colgado del aire", en 1999.
Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos): |
¬ Colgado del aire, 1999
¬ La chica del andén de enfrente,
2000
¬ Se vende, 2004
¬ La última noche de la luna,
2005
¬ Respirando cerca de mí,
2006
* ver Jorge Gómez Soto en Anika Entre Libros
Cuestión de
camas
Era su quinto aniversario de boda. Uno. dos.. tres... cuatro....
cinco..... Ni más ni menos. Por ese motivo le había regalado a
Andrea una fantástica rosa de plástico perfumada, un poema de amor
escrito por él mismo (sus dos primeros versos rezaban Cariño
mio te quiero un monton / y es por eso que es feliz mi
corazon) y una noche sin fin en el mejor hotel de su barrio.
Aunque no era amigo de regalitos sorpresa, ni de gastarse dinero en
una cama teniendo una en casa, decidió que Andrea y él necesitaban
algo parecido. Cualquier cosa para escapar de ese túnel estrecho,
mal iluminado y con filtraciones de humedad en que se estaba
convirtiendo, si no se había convertido ya, su relación. Y eso que
cinco años antes, cuando comparecieron ante el altar, estaban
totalmente enamorados y convencidos de lo que hacían. «¡Quién si no
se iba a gastar un fortunón así sin estar convencido al cien por
cien!». Pero los días, como las palomas, volaban, dejando como
único recuerdo una magnífica cagada; y en cinco años hay muchos
días, se pueden echar cuentas.
Le deprimía mucho hacer balance de lo vivido porque lo único que
descubría era que en ese tiempo no había llegado a ser ni más
guapo, ni más sociable, ni más generoso, ni más afectuoso, ni más
rico, ni mas inteligente, sino todo lo contrario, y además casi no
le quedaban amigos a los que contárselo; y su mujer, más que
quererle, lo aguantaba; y con los compañeros del trabajo sólo podía
hablar de fútbol y del tiempo y... en fin, que llevaba cinco años
casado y le costaba alejar la sensación de que lo que iba a
celebrar no era su propio funeral.
La había citado en la puerta del hotel y allí esperaba él,
inquieto por estar a punto de encontrarse con la mujer de todos los
días. Qué absurdo, o quizá no. Tenía la impresión de que dependían
muchas cosas de aquel día, más de las que su abotargada cabeza
podía imaginar. Tras los quince minutos de cortesía, comenzó a
ponerse realmente nervioso, como un adolescente en su primera cita.
¿Dónde se habría metido? Tenía más que mirado ya al portero,
ridículamente disfrazado como de extra en una película de época,
pero éste no alteraba su semblante: quizá les saldría mejor
contratar una estatua. De pronto, un taxi se detuvo frente a la
puerta. Observó tras el reflejo de la ventanilla cómo Andrea le
largaba un billete al conductor y le hacía un gesto para que se
quedase con la vuelta. Cuando salió del taxi (sus largas piernas
por delante), olvidó el reproche que pensaba hacerle por ir dejando
propinas tan alegremente. La encontró espléndida. Se acercó hasta
él, sonriendo como sonríen las personas que son felices o que han
olvidado que no lo son. Sabía que la mujer con la que entraba al
hotel era su mujer, pero algo le decía que podría no serlo, o que
no lo era del todo. El recepcionista le preguntó que a nombre de
quién estaba la reserva:
-Antón López Bonilla.
Cuando recibió la llave-tarjeta se sintió hasta un tipo
importante: pocas veces había tenido reservado nada a su nombre, y
menos en un sitio tan refinado. Se le pasó en segundos, no
obstante, es difícil convencerse de algo cuando todo, absolutamente
todo, apunta a lo contrario. En la fugaz intimidad del ascensor, le
rodeó la cintura con un brazo y se quedó pensando en qué podía
decirle, algo brillante, impactante, demoledor, y al mismo tiempo
dulce, romántico y apasionado, que le hiciese aflojar todos los
músculos de su cuerpo hasta quedar colgada solamente de su
brazo.
Ding
Las puertas del ascensor se abrieron y, ante su pasividad, Andrea
le estampó un beso que, ese sí, aflojó hasta sus huesos. Avanzaron
por el pasillo como un solo cuerpo con cuatro piernas, dos cabezas
y carente de brazos. Entraron en la habitación a trompicones y,
tras una breve y satisfactoria inspección ocular, apagaron la luz y
se arrojaron a la cama. Ni copa ni conversación previa, no podían
esperar a que desapareciese el deslumbramiento. A cada grito de
Andrea le seguía una carcajada suya. Se revolcaban de un lado al
otro de la cama, peleándose a mordisco y a beso limpio, buscándose
en la oscuridad para no dejarse escapar. En un receso de la pasión,
ella se quedó inmóvil. Sin saber por qué, la imaginó mirando hacia
el techo.
-¿Sabes lo que más me gusta de ti? -se oyó en la penumbra
tranquila de la habitación. Su voz, en esos momentos, era la de una
persona enamorada; habría apostado todos sus bienes por ello, y
mira que él no era de apostar.
Un murmullo surgido entre su pecho y su garganta trató de expresar
la sorpresa por la pregunta y el absoluto desconocimiento acerca
del particular. Ella tomó aire y pareció que sonreía. ¿Y si todo
podía volver a ser como al principio, o incluso mejor?
-Que no sé exactamente qué es lo que más me gusta de ti. Que nunca
estás del todo y por eso no puedo cansarme de ti, que dudas hasta
del color de tus ojos, que lloras riendo y ríes llorando, que no te
gusta bailar pero sólo necesitas ver mi mano tendida hacia ti para
arrancarte, que soy la protagonista de tus más dulces sueños y tus
más abominables pesadillas. Me gusta perderme en el laberinto de tu
mente, adivinarte, imaginarte, inventarte, pensar que ahora estarás
pensando si toda esta perorata me la traía preparada o no, y sentir
cómo te escandalizas cuando te digo que lo único que traía
preparado para esta noche eran los condones de sabores.
-No sé que decirte -le respondió, y no para salir del paso, pues
eso era exactamente lo que sentía.
Tumbado en la oscuridad, con la única referencia externa de una
respiración cercana, no le costó sentir que estaba en la habitación
equivocada, compartiendo la cama con una desconocida que hablaba de
otro.
-También me encanta cómo escondes tu complejidad tras un
comportamiento burdo y llano, como de hombre normal y corriente. Sé
que te recorren fantasmas con la intención de no dejarte respirar,
pero tú te desembarazas de ellos poniéndote firme y llamando
hijoputa al árbitro o tía buena a cualquiera que vaya con minifalda
o escote. A veces puedes parecer un borrico, pero descuida, yo te
entiendo, sé por qué lo haces, tienes que evitar que tu abismal
mundo interior se apodere de ti.
-Pero... ¿de qué...? -le dijo su boca a su garganta.
Andrea se abalanzó felinamente sobre él. Se amaron como no
recordaba ni en esta vida ni en las anteriores si las hubo. Le
pareció el polvo del siglo, el del milenio, el de toda la historia
de la humanidad... Acabó exhausto, vacío, entregado y cayó dormido
bruscamente, como caería alguien al que le hubiese desparecido el
suelo. Y soñó, por una vez en su vida soñó, o se acordó del sueño
al despertar. Soñó que en realidad era todavía mejor que como
Andrea se había empeñado en verlo esa noche: complejo, interesante,
profundo, aventurero, espiritual, brillante, vegetariano,
comprometido socialmente, buen amante, culto... Todo era sublime en
sus vidas. Cada gesto, tocado con la varita de lo excepcional. Eran
la pareja estelar en cualquier reunión, familiar o de amigos, los
tíos favoritos de todos los sobrinos. Siempre tenían una anécdota a
mano (en los trenes de Bulawayo, en las casas flotantes de Manaus,
en las refinerías de azúcar de Suva...) con que abrir las bocas de
sus entregados oyentes. Tenían profesiones que, no sólo les
permitían viajar, sino que los obligaban a ello. Hoy aquí, mañana
allí, juntos, enamorados...
-¡¡Deja de roncar ya!! -el grito de Andrea le devolvió de un
puñetazo a la vida real.
La potente luz de los focos empotrados lo cegó por unos instantes
y, cuando recompuso la imagen, observó a su mujer (sí, ella, la
real, no la que antes lo había confundido), de pie frente a la
cama, vestida y con los brazos cruzados, en una pose pre-tormenta
que aunque le era familiar, no dejaba de amedrentarlo.
-Si no vamos a follar bien, que parece que no, por lo menos déjame
dormir.
Después de esa frase, supo con certeza que esa noche, en esa
habitación de hotel, no se iba a dormir, y que entrar en el cuarto
de baño, como se apresuró a hacer, no serviría más que para
retrasar unos minutos lo inevitable. Cerró el pestillo y le extrañó
no oír gritos de Andrea al otro lado. Encaró el espejo con furia,
tratando de encontrar en sus ojos un destello salvaje de vida, pero
no halló más ira en ellos que en los de una vaca pastando.
Derrotado, salió del cuarto de baño y se encontró a Andrea tumbada
en la cama, tratando de alargar el tiempo entre sollozos. Se acercó
a ella y le cogió un brazo con la mayor dulzura que permitía su
consabida torpeza para las situaciones delicadas. Pero ella se
revolvió, lo miró con asco y le dijo que ya bastaba.
-Llevamos cinco años y nada va a mejor, antes al contrario. No
eludiré mi responsabilidad, pero es que eres un verdadero huevón.
No te preocupas de mí, en realidad no te preocupas de nada. Eres
especialista en echar por tierra cualquier plan que me resulte
interesante. Es que hoy hay partido, es que estoy muy cansado,
si ya fuimos al pantano hace dos años, es que eso es muy
caro... ¡¡¡Dios!!! Los tienes de piedra, mamón, la foca monje
a tu lado parece un grácil cervatillo...
Y seguía... y seguía... y lo peor es que a medida que avanzaba, se
iba reconociendo más en ese ser monstruoso que pintaba con sus
palabras.
-... y el poema, ¡por favor! Lo único bueno que tiene es la
voluntad de haberlo intentado. Pero no has puesto ningún acento,
hay faltas ortográficas de las que sólo se pueden mirar con gafas
de sol, y además tiene tanta musicalidad como una pedorreta.
A las cuatro de la mañana abandonaron el hotel para sorpresa del
recepcionista. Poco más había que hablar o que hacer allí.
Caminaron hacia su casa mirando cada uno a un lado de la calle,
pensando ambos, aunque con distintas palabras, en los laberintos de
la vida, en lo imperceptibles que son algunas goteras y en el
agujero que pueden acabar haciendo, gota a gota.
Al llegar al portal, todo fue como si volviesen de dar un paseo.
Ella le dijo que si tenía las llaves a mano, para no sacarlas del
bolso, y él contestó que sí. Abrió y sujetó la puerta para cederle
el paso. Hizo lo propio con la del ascensor y con la de casa.
-Uff, qué cansada estoy -dijo, Andrea, mientras dejaba el bolso en
la mesita.
Se dieron el beso de buenas noches y se quedaron dormidos, cada
uno en su acogedor hueco de la cama, oyendo el tictac del reloj,
los engranajes de la rutina.
© Jorge Gómez Soto.
COMENTARIOS SOBRE EL
RELATO
Pilar López Bernués
(pilarlb)
Me ha gustado. Lo encuentro ameno y, a la vez, profundo. Parece
una reflexión sobre lo diferentes que son las dos caras de una
moneda, sobre hasta qué punto somos esclavos de las costumbres y lo
poco que nos conocemos y conocemos a los que están cerca. Y existe
ese sinsabor, que todos hemos experimentado alguna vez, cuando el
resultado de un esfuerzo, hecho con el corazón o porque se
considera oportuno, obtiene la burla, el desprecio o la
indeferencia.
César
Me parece un relato de fácil lectura y hasta divertido, pero
también muy serio. Reflejo de las realidades de muchas parejas de
antes, de ahora y de siempre, probablemente.
Lo único que no he llegado a comprender -es posible que no lo haya
captado o algo se me ha escapado-, es ese cambio tan drástico del
personaje de la mujer. En la primera parte, digamos que le pone por
las nubes adulándole... pero en la segunda le baja al terreno de
las lombrices... ese cambio me pareció demasiado extremista, no me
parecía muy normal o consecuente con esa primera parte. ¿A qué se
debe? ¿a que ya habían terminado de hacer el amor y con el orgasmo
se desinflan todos los globos de colores reflejos del deseo
sexual?...
He tenido que leerlo dos veces porque no comprendía ese cambio tan
radical, y creí que se me había perdido algo en el relato, incluso
pensé que él estaba soñando.
Bueno, sólo es una opinión y no precisamente de un crítico. Pero
desde luego se lee con mucho interés. Eso sí.
César
Pilar López Bernués
(pilarlb)
A mí me ha pasado un poco como a César, creo que me he dado cuenta
al leer su opinión. A pesar de que la historia me ha gustado
bastante, como he apuntado más arriba, ese cambio tan brusco en la
mujer se me "escapa" ¿Ha hecho farsa y no ha disfrutado? ¿Ya ha
tenido bastante y ve que el que está en el hotel es su marido,
"sólo" él?
César
¡Uf! menos mal que no he sido yo solo, Pilar.
Panzermeyer
Me pasa lo mismo que a vosotros, me da la impresión de que me he
perdido algo. Me quedo con la sensación de que en todos los
matrimonios a veces nos molestamos el uno al otro y parecemos como
cansados y hartos. Luego, la mayoría de las veces, las cosas se
arreglan. Otras veces la relación se va al cuerno.
Bueno, el relato está muy bien. Es creíble y real. Es bueno.
Enhorabuena
Athman
Pues me ha gustado mucho, pero también me quedé con la duda...
¿acaso el regalo de ella era ese momento de adulación y comprensión
profunda? Quiero decir, ¿le regala a él una versión sensual,
entregada, increíble de ella misma y una vez consumado "el regalo",
ya está, vuelta a la rutina?
Joseph B. Macgregor
Me ha parecido un cuento más o menos entretenido, pero que en
conjunto no me ha convencido demasiado... Creo que la idea es
buena: una habitación de hotel, un matrimonio y un par de
encuentros sexuales que no sólo sirven de defogue erótico-festivo
sino también soltar toda la mierda, todo lo que no se habían dicho
antes... pa desengrasar y volver de nuevo a la rutina... una
especie de catarsis a duo, pero sin dramatismo en plan Quién
Teme a Virginia Woolf o una película de Bergman sino en un
tono bastante divertido y desinhibido. De todos modos, el resultado
final no me ha llegado demasiado.