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Alas de ángel. Teresa Domingo Català

 

Ccuentos Autora:
Teresa Domingo Català (Tarragona, España. 13.9.1967)

Web Oficial: www.com

Participa con: "Alas de ángel"

 

Sobre Teresa Domingo Català :

Teresa pertenece a la tertulia que en Tarragona se llama "Mediona 15". Es poeta y en cuestión de narrativa (novela y teatro) insiste mucho en la comedia. Ha recibido dos premios de poesía y ha participado en charlas y como jurado en certámenes de Literatura. Su poemario "Loliloquios" ha dado lugar a representaciones teatrales, que se han llevado a cabo en Tarragona: Teatre Magatzem y Ateneo de la ciudad (2004)

Nació en Tarragona el año 1967. Es licenciada en Ciencias Políticas y en Sociología por la UCM, en el año 1992. Es copropietaria de la librería Ómnibus, en Tarragona, especializada en sensualidad y erotismo. Ha publicado tres libros de poesía, "Iris de Sombras", "Loliloquios" y "La nieve, los ángeles". Está incluida en las antologías hispanoamericanas compiladas por Leo Zelada y su obra, tanto poética como dramática, está publicada en distintas revistas virtuales.

 

Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos):

¬ La decisión de naufragar (varios autores, 2001)

¬ Iris de Sombras (2003)
¬ Loliloquios (2004)
¬ Nueva poesía hispanoamericana, 3ª edición (varios autores)
¬ Nueva poesía hispanoamericana, 4ª edición (varios autores)
¬ Sólo habitando la noche se vence la noche
¬ Nueva poesía hispanoamericana, 5ª edición (varios autores)
¬ La nieve, los ángeles
¬ Sonetilandia (2006, versión digital)

 * ver Teresa Domingo Català en Anika Entre Libros

 

Alas de ángel. Inédito

Lizaveta Nikolayevna

María decidió ir a la tienda de la esquina, la de Ramón el tuerto. Ramón decía a quien le quisiera escuchar que se había quedado así hacía muchísimos años, por un duelo de honor. Se había batido con un extranjero, decía, un hombre altísimo, muy rubio, de ojos grandes y verdes. La historia del supuesto duelo era tan conocida que por su cumpleaños muchos le regalaban un guante, sólo uno, recuerdo de las películas del Zorro que tanto amenizaron muchas infancias.

María era una mujer ni alta ni baja, ni gorda ni delgada, ni morena ni rubia. Pensaba disfrazarse para Carnaval con su grupo de amigas separadas y para ese año quería una máscara divertida, un disfraz capaz de conmover el corazón de Lucía.

Lucía era su hija, una niña que vivía apartada de la realidad. Su pasatiempo preferido era mirar la televisión, con los ojos fijos y obsesionados, sin comprender realmente nada de lo que sucedía en la pequeña pantalla. Ya tenía doce años y su cuerpo se había desarrollado convirtiéndola en una hermosa adolescente, pero su mente seguía encerrada en un gran silencio blanco.

María no perdía la esperanza, a pesar de los dictámenes de los médicos, de que Lucía un día entraría poco a poco en el mundo de la luz, en el mundo maravilloso del color y el movimiento.

Alfredo, su ex marido, intentaba todos los domingos entrar en el caparazón de aquella niña extraña, que odiaba salir a la calle, que odiaba el ruido y que sólo se extasiaba con la música barroca. María y Alfredo se habían separado a causa de Lucía. María, desde que la niña empezó a mostrar rarezas, no quería separarse de ella y Alfredo, diez años después del nacimiento, no pudo soportar más la situación y decidió irse a vivir solo. No por ello dejó de amar a Lucía, y cada domingo iba a la casa que también fue suya a jugar con su hija.

El juego preferido de Lucía era las canicas. Podía pasar horas viendo las bolitas, reteniéndolas en las manos y gritaba y chillaba cuando Alfredo intentaba hacer chocar las unas con las otras.

María entró en la tienda. Ramón le preguntó por Lucía y María respondió que estaba durmiendo, vigilada por la abuela. La abuela no era la madre de María ni la de Alfredo, la abuela era una viejita, vecina de María, que amaba a aquella niña de largos cabellos rojizos.

Qué quería, preguntó Ramón, que trataba de usted a todos sus clientes, a pesar de vivir en un pueblito, y también a pesar de que les conocía a todos desde hacía muchos años. No sé, dijo María, un disfraz para Carnaval, pero me gustaría algo que fuera especial, una cosa más atípica. De esas cosas yo no tengo, respondió Ramón, para eso debería usted ir a la ciudad. Pero no puedo ir a la ciudad, contestó María, Lucía no quiere que me vaya cuando no duerme. Pues se tendrá que conformar con lo que tengo, dijo Ramón. María miró por la tienda y lo que veía no le acababa de convencer. De monstruo no iba a disfrazarse. Lucía tendría miedo de las máscaras con protuberancias. De corista no tenía ánimos y de india tampoco, además, estaba ya muy pasado de moda.

Ramón afirmó: y estas alas no le gustarían a usted, cogiéndolas desde donde estaba de una estantería superior. María las miró. Eran hermosas, unas alas grandes y de color dorado, con una cenefa en los bordes de color azul cielo. Podían haber sido muy cursis por la mezcla de colores, sin embargo quien las hizo les dio un toque de alguna magia especial, algún pequeño hechizo. Me gustan las alas, dijo María, pero no quiero disfrazarme de ángel, es muy ñoño y yo ya tengo casi treinta años. Pues disfrace usted a Lucía, a ella, con el pelo rojo y la piel blanca, seguro que le quedan muy hermosas. No sé, a Lucía no le gusta el revuelo, para ella lo mejor que puede pasar es que no ocurra nada, su vida tiene que sucederse en una rutina sin cambios. Las alas las vendo sueltas, adujo Ramón, no tiene por qué disfrazarse de ángel. Y de qué podría disfrazarme con estas alas sino, pensó María en voz alta. Pues no lo sé, respondió Ramón al pensamiento. Me gustan, me las quedo, dijo María de repente. ¿Las envuelvo? Preguntó el hombre y María le pidió que las envolviera, sí, con mucho cuidado.

Cuando entró en casa, Lucía todavía estaba escapada en el mundo de los sueños y la abuela le informó de que la niña no se había despertado y ya eran las once.

María, con miedo, la despertó y Lucía protestó un poco, y se quedó en la cama un ratito más. La abuela se fue a su casa y María desenvolvió las alas y las puso encima de su cama, la cama de matrimonio que había compartido con Alfredo. Se las quedó mirando, sin saber muy bien porqué las había comprado. No iba a hacer nada con ellas, no le iban a servir para la noche de Carnaval, cuando la abuela se quedaría con Lucía y ella podría, una noche al año, salir con las amigas.

Mientras miraba oyó unos gritos, modulados en voz relativamente baja para lo que podían llegar a ser los alaridos de Lucía. Se giró y vio a la niña cogida al paño de la puerta de la habitación, mirando fijamente las alas.

Acércate, dijo María, ven a verlas, no te harán daño. Lucía ni siquiera la miró. Sus ojos estaban fijos en las alas, no apartaba la mirada de aquellas alas, doradas, con el borde de cenefa azul. Se dejó caer al suelo y desde el suelo seguía mirando las alas. María se acercó a su hija y le dio un beso en la mejilla. Lucía había dejado de gritar de aquella manera tan suya, con aquellos gritos emitidos en voz baja, que a veces dejaban paso a terribles alaridos. En silencio, se acercaba centímetro a centímetro a la cama, a las alas, arrastrándose por el suelo, asegurándose de que no corría ningún peligro, que aquel objeto tan llamativo no encerraba ninguna trampa. María salió de la habitación y desde fuera veía como Lucía, muy despacio, se iba acercando al objeto dorado que había comprado esa misma mañana sin saber muy bien porqué.

Lucía miraba a todos lados, y avanzaba lentamente. Todo su interés, su concentración, estaban dirigidos a aquel objeto extraño, que antes nunca había visto, totalmente desconocido para ella. Era amenazador, y a la vez le producía una sensación tan nueva que no sabía si podría evitar, cuando al fin llegara al borde de la cama, emitir aquellos sonidos que tanto desagradaban a su madre.

Para Lucía, el mundo, su madre y ella eran lo mismo. Estaba el hombre, estaba la viejita, pero ellos eran de fuera, aunque soportables. Lucía no comprendía que María no fuera ella misma, así, por esa misma razón, lo que llevara a casa María merecía una oportunidad, la oportunidad de ver, de tocar el objeto antes de llegar a la conclusión de que todo lo nuevo era peligroso. Lucía, por supuesto, no podía definir sus sentimientos. Ella no conocía la palabra peligro ni la palabra amenaza, pero ello no disminuía su capacidad de sentirlos.

Casi había llegado cuando envolvió un pie con el camisón, tropezó en el suelo mismo y se adelantó al borde de la cama unos veinte centímetros. Aguardó, abrazándose a si misma, algún desastre, con los ojos firmemente cerrados y, trascurridos cinco minutos de reloj, comprobó que nada malo le pasaba. María observaba la escena con lágrimas en los ojos. Después de doce años, cada día amaba más a aquella niña, tan peculiar, tan suya, tan sumamente dependiente. Alfredo no lo supo entender, pensaba María, no supo entrar en el lazo indisoluble que formaban las dos mujeres.

Lucía, ya muy cerca de las alas, se fue levantando, primero puso en posición un pie, después la rodilla, más tarde el otro pie, luego la otra rodilla, y se quedó allí, en cuclillas, otro buen rato. Finalmente se levantó y se sentó en la cama, al lado de las alas. Mucho tiempo después, quizá una media hora, se decidió a tocarlas.

Las encontró suaves, mullidas, pero no las tocaba con toda la mano, era sólo con el dorso de los dedos, lo iba pasando, poco a poco, encima del tejido artificial.

María lloraba mientras observaba a la adolescente acariciar las alas. Lucía, cuando era casi la hora de comer, se colocó las alas a la cintura, como si fueran un hula hop, y abrazó a su madre, mientras reía y reía sin parar.

María vio a su hija feliz, feliz con aquellas alas que había comprado sin saber porqué, y eran tan pocas las veces que la había oído reír que pensó que alguien, aquella mañana, la había guiado a la tienda y le había puesto en las manos las hermosas alas de ángel.

© Teresa Domingo Català



COMENTARIOS SOBRE EL RELATO

Joseph B. Macgregor

Un texto con corazón... hermoso de verdad, contado con un sentido del suspense excelente...

Es una narración profunda que pienso que nos habla de la necesidad / la obligación de reconciliarse con nuestra propia sensibilidad... La historia de unos padres que consiguen que una niña, algo autista, se conecte con el mundo de los sentidos (representado por unas alas de ángel)...

Un mundo que llama almíbar o azúcar a todo lo que tiene que ver con expresar sentimientos quizá necesite unas alas blancas, tocarlas y volver a experimentar sensaciones, para saber distinguir lo empalogoso de lo que no lo es; lo cursi o lo hortera de lo que es auténtico y de verdad en cuestión de sentimientos.

Mostar cariño o ternura no tiene nada que ver con el almíbar sino que forma parte del ser humano que se siente eso: verdaderamente humano.

La niña permanece aislada de ese mundo de los sentidos, alimentada por imagénes que reprimen su imaginación... La última esperanza: unas alas... un par de alas que la devuelven al mundo de las sensaciones, sepultadas por un mundo de imagénes sin imaginación.

Me ha tocado profundamente este cuento porque a partir de una anécdota que puede parecer algo sencilla, esconde entre líneas toda una parábola sobre la necesidad de que conectemos con nuestra sensibilidad para salvarnos de la mediocridad y la falta de imaginación que nos invade cotidianamente en casi todos los aspectos de la vida moderna.



Pilar López Bernués (pilarlb)

Una narración poética. En ocasiones el detalle más simple puede servir para despertar. En el caso de la niña enferma y ausente, esas alas de ángel abren su caparazón.

A mí, personalmente, me habría gustado más que la autora hubiera utilizado otro objeto cualquiera, o incluso una planta o mascota para lograr la misma función, porque eso de "alas de ángel" parece redirigir hacia una creencia o religión. Pero no deja de ser una opinión.

Saludos cordiales



Travis

A mí lo que me hubiera gustado es que al relato no se le hubiera puesto el título de "alas de ángel" ya que adelanta bastante lo que va a ocurrir desde que la madre entra en la tienda de regalos. Yo creo que hubiera sido mejor que la reacción de la niña ante el disfraz hubiera sido una sorpresa para el lector.

Al final casi pensé que la niña iba a ponerse las alas y salir volando como si hubiera sido un ángel caído que esperaba la oportunidad para escapar de la tierra; sabía que no iba a ser así pero tampoco me hubiera disgustado.

Por otro lado encuentro el relato demasiado extenso especialmente en la parte en la que se describe la reacción de la niña.



Anika

¡Qué ternura! Al principio el cuento me daba miedo, no sabía qué me iba a encontrar con esa descripción de María, pero en cuanto entra en juego Lucía, esa niña tan particular, la cosa cambia y ya en ningún momento pierde el interés de la narración.

Lucía llena el espacio, lleva el peso de la historia a pesar de que lo vemos todo con los ojos de la madre, María, y quizás es por eso que me ha dado muchísima pena "imaginar" a María llorando ante la reacción de su hija. Me ha enternecido muchísimo y he llegado a sentir un escalofrío (claro que a medias, porque tengo la ventana abierta y empieza a hacer fresquito, jeje)

Creo que la imagen que me he hecho de Lucía es una de esas que de vez en cuando volverán a mi cerebro y recordaré con detalle. Seguramente me preguntaré con el tiempo "¿dónde leí yo sobre esta niña?" (más que nada por mi falta de memoria) pero estará siempre en un rinconcito de mi cabeza y de mi corazón.

La única pega que he visto es el uso de algunas palabras que parecen inapropiadas en el contexto utilizado. Quizás se deba a que la autora es POETA, y que este relato es un reto para ella.

Gracias y felicidades.



Anika

Quote- pilarlb escribió
A mí, personalmente, me habría gustado más que la autora hubiera utilizado otro objeto cualquiera, o incluso una planta o mascota

Es curioso pero a mí las alas de ángel son lo que menos me ha importado en este relato. Es "Lucía", la niña, la que me ha llegado. Lo demás lo veía secundario. ¿Os habéis dado cuenta de lo bien que está descrita la escena en la que la niña va acercándose a la cama? casi podía visualizarla aun siendo consciente de que el tiempo, en el relato, debía ir mucho más lento.

¡Saludos!



Pilar López Bernués (pilarlb)

Es que a mí, eso de "alas de ángel" ya me dirige hacia algún lugar... En mi opinión, se trata de que la niña "despierta" a causa de alguna motivación externa, y asociar ese despertar con un ángel, pues...

Saludos cordiales a todos.



Miguel Angel León Asuero (maleon)

Muy, pero que muy emotivo.

Despertar la emoción en el lector es algo fundamental cuando intentas contar algo, y aquí la autora lo consigue desde el primer momento, al menos conmigo.

El dominio de la palabra está patente, y la forma en que se nos van presentando los personajes y sus circunstancias está muy medida y muy ajustada.

El final podría ser el que se nos expone o cualquier otro, pero lo importante es que el texto llega al corazón, y eso es un arte.

Enhorabuena y muchas gracias por esto...

M. A. León



Carobece

Excelente cuento. Muy detallado en sus explicaciones y con una historia muy interesante. La autora sabe entrar en el corazón del lector con un escrito emotivo, lo transporta a la vida sencilla de Lucía y lo hace comprender la compleja vida de María.

Muy buen título para la historia. Un 10.

Jajaja. A Travis no le gustó lo que a mí me encantó: el título y las descripciones detalladas que le da la autora al escrito. Esa parte de describir detalladamente, es lo que hace que el lector entre y se convierta en el personaje mirón del cuento.



Panzermeyer

Con mucho sentimiento. Me imagino a la pobre madre, ilusionada por llegar a una hija perdida en un mundo interior, el sacrificio de una dedicación absoluta, los pequeños detalles que le ayudan a seguir adelante. Muy tierno, pero también muy duro. Enhorabuena



Teresa Domingo Català

Primero, disculparme por no haber escrito antes. Estaba de viaje y he desconectado del mundo y no he mirado el correo electrónico hasta hoy.

Estoy encantada por vuestros comentarios. En efecto, como dice Anika, escribo fundamentalmente poesía y eso seguramente se nota en el cuento. Intentaba transmitir esa emoción, la de la madre y la de la niña, un cuento cotidiano, un cuento que reflejara el mundo de las enfermedades mentales, tan desconocidas y apartadas de nuestra realidad cotidiana.

Es cierto, el personaje central es Lucía, la historia gira sobre ella. Pienso que este relato no quiere crear suspense, por eso no importa desvelar detalles como el título, sino un proceso, por eso está escrito con tanto detalle.

En cuanto al aspecto religioso, aclarar que yo soy atea, pero utilizo la imagen del ángel como protector, como ese ser que vive o que representa, mejor dicho, la parte espiritual de la vida.

Gracias por ver profundidad y ternura en este cuento, que es mi preferido entre los que he escrito, y por eso, cuando Anika me pidió colaborar en este apartado, pensé inmediatamente en él.

Repito las gracias a todos y a todas.

Buenas noches.

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Comentarios de los lectores:

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