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¿Puede la acetona disolver el arcoiris? José Luis Saorín
Autor: José Luis Saorín (Cartagena, España. 1967) Web Oficial: www.joseluissaorin.com Participa con: "¿Puede la acetona disolver el arcoiris?" |
Sobre José Luis Saorín: |
José Luis Saorín Pérez estudió Ingeniería Industrial en Valencia. Actualmente imparte clases de Expresión Gráfica en la Universidad de La Laguna. Escritor reciente, le gusta escribir un poco de todo y para todos. También le encanta la fotografía y durante un tiempo estuvo haciendo reportajes de fotos para el Diario de Avisos de Tenerife. Actualmente colabora con el diario La Opinión.
Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos): |
¬ Gógar y el misterio
del punto infinito (2003) (finalista del premio Alandar 2002)
¬ El reloj levógiro (2003)
¬ Fusiones, Infusiones, Confusiones (Plaza y Janés 2004)
¬ Gógar y el misterio de los dragones (2006)
* ver José Luis Saorín en Anika Entre Libros
¿Puede la acetona disolver
el arcoiris?
Con los ojos aún entornados por el sueño, Teresa se miró los dedos
de los pies que dormían fuera del edredón. Los movió lentamente
como si fueran gusanos explorando la atmósfera fría de la
habitación y tomó aire antes de decidirse a saltar de la cama.
Gruñó unas palabras ininteligibles y se levantó arrastrando tras de
sí el edredón de flores hasta media habitación. Su cuerpo de
Cleopatra gastada quedó desnudo frente al espejo y aprovechó para
recorrerlo con la vista de arriba abajo. No estaba mal para una
mujer de treinta y nueve años, pensó, aunque unos segundos después
volvió a dirigir la mirada hacia los gusanos que pisaban la
alfombra mullida y oscura. La visión de la pintura roja sangre de
las uñas de los pies le hizo recordar que hoy recibiría la carta.
Sintió un escalofrío, ascendiendo como una araña por la espina
dorsal, que la obligó a arroparse con las flores del edredón.
-Déjame que te las pinte de colores -dijo la primera noche.
Menuda idea la de pintarle las uñas. Eso estaba bien para las
adolescentes de pies descalzos y pulseras en los tobillos, se
decía, pero no para ella que siempre vestía zapatos cerrados. Pero
él no la escuchaba y cada noche cogía sus pies entre las manos para
recorrer con el pequeño pincel cada uno de los dedos. Pintaba, con
la misma meticulosidad con la que Miguel Angel debió pintar los
personajes de la capilla sixtina y quizás con el mismo resultado en
cuanto a la libido. Pero le gustaba levantarse sola, así que cuando
finalizaba lo mandaba a su casa.
-La juventud está en los dedos, no en los años -decía, mientras su
cuerpo joven e inocente se doblaba al fondo de la cama para poder
acercar su cabeza y las pinturas a sus pies-. Una mujer con las
uñas pintadas se mantiene siempre joven. Hoy toca verde, como tus
ojos.
Teresa se dejaba hacer tratando de ahuyentar los años y las
preocupaciones. Se sentó de nuevo en la cama, todavía rodeada por
el edredón. Estaba cansada, la empresa funcionaba bien, pero exigía
mucho esfuerzo. ¿Cuántas veces se había prometido que iba a
trabajar menos? Cada vez que lo pensaba, se prometía que el año
siguiente. Primero asentar la empresa y luego pensar en ella misma.
Dejó que sus gusanos rojo sangre reptaran por la alfombra marrón
oscura que surgía de debajo de la cama. El año siguiente se
convirtió en los veintisiete, ocho, nueve, treinta, treinta y nueve
y la empresa, como un amante celoso, seguía demandando el ciento
cincuenta por cien de su tiempo. Además ahora con la implantación
del euro, las auditorías estaban a la orden del día.
-Prométeme que mañana no te borrarás la pintura -dijo recorriendo
con la mano el empeine que se estremecía mientras su boca y su
lengua seguían el mismo camino-. Deja que tus dedos disfruten del
color.
Y sus dedos disfrutaban como ya no recordaba aunque sin llegar al
límite, porque la responsabilidad seguía haciendo guardia en su
alma. Ella no podía aparecer en la oficina como si fuese una niña
con sandalias abiertas y los dedos al aire, pensó mientras abría un
cajón de la mesilla y sacaba un bote blanco y un poco de algodón.
No era serio y si de algo tenía fama su despacho era de
profesionalidad. En los doce años que llevaba al frente nunca había
permitido que su trabajo se viera interferido por su vida privada.
Frotó con rabia el color rojo sangre que se fue destiñendo
lentamente transformándose desde un rosa pálido hasta un recuerdo
amargo. Tuvo que acostumbrase a vestir de chaqueta, desterrando los
colores vivos, para no asustar a sus clientes y ahora ya no podía
romper esa costumbre.
-En el fondo no eres tan seria -sus manos recorrían los muslos,
que subían y bajaban al ritmo de una respiración que empezaba a
parecer la de un ahogado-. En el fondo eres una niña.
En el fondo empezaba a ser un reloj a punto de pararse. Miró sus
uñas desteñidas de rabia y recordó el pelo negro de Juan. Tenía la
fama y el dinero que siempre quiso tener, pero no había sido capaz
de tener alguien a su lado para cumplir su sueño de niña. Pensó con
envidia en Lorena, su secretaria, que estaba planeando su boda y
notó en sus hombros el peso de la soledad de los amantes
ocasionales. Frotó sin descanso las uñas hasta que desapareció el
rojo sangre, el recuerdo de la noche y la cara de el chico que
cuidaba las plantas de su oficina. En el fondo era una desgraciada
que vivía en una jaula de oro que ella misma había construido
alrededor.
-¿Porqué te borras la pintura cada día? -Juan sabía tratar a las
plantas y por alguna extraña razón era capaz de hacer lo mismo con
las personas-. Tu lo que necesitas es un jardinero para que
florezcas de nuevo.
Así que Teresa se miraba las uñas y soñaba con las noches que
desde hacía varias semanas y por primera vez en mucho tiempo
estaban llenas de olores y tacto de pieles que ya casi había
olvidado. Finalmente se levantó dejando el edredón en la cama y
volvió a mirarse en el espejo. Se acarició la barriga pensando en
el regalo invisible que Juan le estaba dando sin saberlo. Sonrió al
recordar el juego que habían organizado los empleados de la oficina
por Navidad. Ella tendría su propio regalo para esa fecha. Después
podría borrar a su jardinero como borraba la pintura de sus dedos.
Quizás una semana más.
-¿No quieres que me ponga una goma? -preguntó la primera noche-.
De mí te puedes fiar, me he hecho las pruebas, pero normalmente ya
nadie quiere sin eso.
Le daba pena mentirle, pero tenía que pensar en ella. Ya había
dedicado demasiado tiempo a sus negocios. Se duchó y se vistió con
zapatos cerrados de color gris marengo. Era el momento de tomar
decisiones y no podía dejar que los sentimientos interfirieran en
su determinación final. No tienes de que preocuparse, mintió ella,
estoy tomando la píldora. Claro que le daba miedo el sida, aclaró,
pero sabía que él estaba limpio, dijo mientras le acariciaba la
mata negra de pelo. Pobre, se lo creyó todo y ahora cada noche le
pintaba las uñas de los pies de un color diferente y le dejaba un
regalo invisible en su interior.
-Me gusta tu oficina, tiene muy buen ambiente -dijo mientras
transformaba en azul celeste el meñique-. Nunca he participado en
el amigo invisible, es lo malo de trabajar en una empresa de
trabajo temporal. ¿Te importa que deje un regalo en el saco? Me
hace mucha ilusión.
Teresa sonríe ante la inocencia de Juan, mientras se sube al BMW
color gris iceberg y a toda velocidad deja pasar los días y los
colores. Cada mañana acaricia su barriga frente al espejo para
detener el reloj biológico que avanza sin cesar. Es consciente de
que no está actuando bien pero no quiere pensar en ello, prefiere
disolver su conciencia con un bote de acetona. Cada mañana, como
una mantis religiosa, hace la prueba con la esperanza de que el
papel tornasol, al cambiar de color, le confirme que su amante ya
cumplió su misión.
-Déjame que te riegue -decía Juan mientas sumergía su cara en el
cuello de la mantis y sus manos recorrían la cabellera repleta de
mechas grises.
Pero no todo podía dejarse al azar. No había llegado a donde
estaba dejando que las cosas funcionaran solas. Aparcó el coche y
sonrió recordando el día que la recogió en un bote. Con cuidado,
guardó algo de esa semilla y la llevó a analizar. Una cosa era
pintarse las uñas y otra muy distinta fallar en su última
oportunidad. Doctor, mintió dejando el bote sobre la mesa, mi
pareja y yo estamos intentándolo y querríamos comprobar que todo
está en orden. Le agradecería que mandara el informe por correo
esta dirección. Gracias. No se podían dejar cabos sueltos, ese era
el lema de su empresa. Subió a su despacho y recogió el correo que
Lorena ya había puesto en su mesa. Dio la vuelta a un sobre blanco
con una franja azul en la parte inferior. Miró el remite del
hospital y se sentó, para calmarse, mientras lo abría con la llave
del BMW.
-Me encanta cuidar las plantas -masajeaba sus pies de dedos
pintados de naranja-. Eres maravillosa.
Así que por las noches el jardinero plantaba su semilla y pintaba
las uñas que por la mañana eran borradas sin piedad por la acetona.
Después de disolver los colores en el gris de la indiferencia,
Teresa comprobaba la acidez de papeles con orina y el hospital
contaba espermatozoides para comprobar su calidad. Terminó de leer
el informe y se echó hacia atrás en su sillón negro. Miró a través
de la ventana de la oficina tratando de no gritar. No era el
momento de dejarse llevar por los sentimientos. Tenía que actuar
rápida. Descolgó el auricular y mientras marcaba los números releía
el papel que había encima de la mesa.
-Sí, me gustaría que viniera otra persona a cuidar las plantas -
encendió un cigarro de humo gris-. Mañana mismo si puede ser.
No pensó si echaría de menos las uñas de colores.
-Tienes que enseñar los dedos -Juan pintaba los dedos de amarillo
canario, mientras le sonreía y la recorría con los ojos-. Tú no
eres tan seria.
Era seria y además obsesiva. Estaba dispuesta a utilizar la
acetona tantas veces como hiciera falta para lograr sus
objetivos.
-¿Tiene usted algún problema con el chico?
-Ninguno, pero quiero cambiarlo -contestó con cierta rabia
mientras el humo gris, mezclado con acetona, subía dibujando
figuras imposibles hacia el techo del despacho-. Para eso
pago.
Quizás fueran los productos químicos.
-Ya tengo pensado tu regalo. Hoy lo pondré en el saco -acarició
sus dedos de uñas negras-. ¿Cuándo me dejarás quedarme a dormir
contigo?
Al otro lado de la ventana las nubes blancas se disolvían en la
mañana gris.
-¿Ha tenido algún problema con las plantas?
-No, no, no es eso. Es simplemente que no quiero volver a verlo.
No me importa el precio -sus dedos estrujaron el papel incoloro y
estéril que había encima de la mesa-. El de ahora pinta muy bien
las macetas, pero nunca será capaz de fertilizar mi planta
preferida.
-Usted sabrá.
© José Luis Saorín
COMENTARIOS SOBRE EL
RELATO
Pilar López Bernués
(pilarlb)
Una buena puesta a punto del cinismo e hipocresía en el que
parecen desenvolverse, casi sin excepción, las personas que nunca
escuchan a sus sentimientos, que viven por y para el
dinero-poder-lujo y no conocen otra existencia que la puramente
material y tremendamente egoísta.
¡Felicidades!
César
Magnífico relato que expresa extraordinariamente bien la situación
de esos seres encadenados en su propio mundo, frío, rígido y con
aires de triunfalismo cuando en el fondo son dignos de lástima.
Excelente manera de transmitir esas formas extrañas, y tan comunes
hoy día, de vivir, hasta el punto que he sentido, al leerlo,
compasión por ella y admiración por el jardinero.
Me ha gustado.
César
Travis
Vaya, me ha gustado la manera en la que se va desentrañando la
historia y también el uso del color de uñas (que nunca estarán a la
vista) como metáfora de la personalidad de la mujer. La
protagonista es una de esas personas que sin carecer de
sentimientos (sentirse solo es sentir) trata de resolver sus
problemas personales de la misma forma fría y mecánica con la que
resuelven sus problemas profesionales.
Da la sensación de que la misma historia se repetirá con el
siguiente amante.
Panzermeyer
La verdad es que la tía a la vez que manipuladora es una auténtica
desgraciada. El relato es bueno, me gustó.
Joseph B. Macgregor
Este relato se me ha hecho un poco pesado, muy lento y no me ha
llegado mucho la verdad.
nalui
A mí me ha parecido de lo más original, sobre todo por el
excelente uso de las metáforas y la personalidad de la mujer... Me
gustó mucho.
¡Felicidades José Luis!
Athman
A mí me ha encantado el modo en que se mete en el tema, aduciendo
metáforas y comparaciones geniales... una amargada de la vida y aún
así, manipuladora oportunista, la mujer perfecta, de hoy,
moderna... Qué cinismo tan fino y mordaz.