Capitán Ahab. Herman Melville. Por Federico Fernández Giordano
Creador: Herman Melville
Personaje
Capitán
Ahab
Origen
Moby
Dick
Creador
Herman
Melville
EL CORAZÓN DE AHAB
La literatura está plagada de personajes, más o menos
representativos de la naturaleza humana, cuyos nombres y
caracterizaciones pasan a formar parte de nuestro sedimento
cultural con mayor o menor impronta. Todos conocemos al personaje
más universal de la historia de las letras hispanas, el caballero
alucinado y ambivalente que se paseaba aferrado a una lanza y en
compañía de su fiel amigo por los desiertos castellanos. Al
detective sagaz y espigado que, armado únicamente de su lógica y su
pipa, contribuyó a resolver toda suerte de misterios en el Londres
victoriano. O a ese hombrecillo enfermizo y taciturno, parado ante
las murallas de un castillo impenetrable, cuya identidad se halla
ligada a las aristas de una letra bárbara. Dentro del género de
"aventuras", concretamente en la literatura de navegaciones, se dan
asimismo un buen número de personajes representativos, en su
mayoría por ser criaturas intrépidas cuyas hazañas nos llenan de
asombro, desde el avieso navegante de las odiseas mediterráneas,
pasando por el afortunado pirata de las noches árabes, hasta algún
célebre corsario o capitán, el cual, alzando su catalejo hacia el
horizonte desde el castillo de proa, desafía a los elementos y con
ellos al propio destino.
Sin duda uno de los más inquietantes en la categoría de los
itinerantes marinos es el paradigmático capitán Ahab, en cuyas
facciones contritas y obsesivas, en su dolorosa pata de palo y en
su irrompible determinación relucen las más insondables y oscuras
(pero por ello también las más atractivas y enigmáticas) de las
pasiones humanas. Quién podría sondear, como el propio Ahab sondea
las procelosas aguas del océano, las motivaciones y anhelos que su
autor, Herman Melville, quiso depositar en la actitud hosca y
siempre vigilante del capitán del Pequod. Tal vez el escritor fuese
a su vez un ser entregado a la consecución de un objetivo
imposible, que contra todo pronóstico razonable se agitase y
buscase de forma desesperada la realización de un sueño. Un sueño
que en Ahab aparece dominado por la sed de venganza, cuyos rasgos
encarnan el deseo permanentemente insatisfecho del hombre en busca
de sus aspiraciones, por nefandas y absurdas que éstas puedan
parecer. Del mismo modo, quién podría sondear el significado de la
bestia blanca escondida en las profundidades, tras cuyo rastro Ahab
se perderá irremediablemente. Quién no sintió pavor al imaginar al
desdichado marino atado al lomo marfileño de la ballena,
diciéndonos adiós antes de sumergirse en la negrura con una
improbable mueca de satisfacción. Algunos han querido ver, en esa
inexplicable marcha hacia las profundidades tras Moby Dick, un
símbolo de las generaciones de hombres que a lo largo de la
historia se han sumergido y perdido tras causas igualmente
irracionales. Asimismo, hay quien ha identificado en la figura de
Ahab, en su mirada lunática puesta siempre en el horizonte, la
imagen del líder que enajenado se lanza de cabeza a una destrucción
segura, arrastrando consigo muerte y desolación. Su obsesión por la
ballena blanca, sin embargo, es el símbolo perfecto de todo aquel
que se pone una meta fija en la vida y la persigue hasta sus
últimas consecuencias.
La conducta irresponsable y pertinaz del capitán Ahab es un
monumento a la constancia humana, pero también a su necedad. En él
existe una ciega ambición, un reclamo que lo empuja hacia lo
imposible, y de algún modo esto lo redime en un mundo caracterizado
por fines y causas posibles. La suya es una determinación que
rivaliza con las fuerzas de la naturaleza y de la tragedia clásica,
contraviniendo el destino, y, aunque su sino sea ceder finalmente a
esas fuerzas ingobernables, Ahab se sumerge en las aguas
desafiando, plantando cara al fatum, a sabiendas de que esa batalla
que acabará perdiéndolo es también su particular forma de
salvación.
Contra toda causa posible, contra toda noción de razón edificante
o filantrópica, en el abismo negro donde Moby Dick tiene su hogar
infernal, más allá de nuestros dominios y cálculos, habita una
verdad que se desvela necesaria en la misma medida que
irrealizable, y es que el hombre será consumido por sus
aspiraciones, o no será nada al fin y al cabo. Por eso, en un
reducto profundo y todavía caótico de nuestros corazones, el
capitán Ahab prosigue su búsqueda.