Entrevista a Victoria R. Gil por Una ciudad bajo la lluvia
Conozco a Victoria R. Gil desde hace más de veinte años y puedo decir con conocimiento de causa que es, además de una excelente persona y compañera, una maravillosa contadora de historias. Ya lo demostraba en sus reportajes y artículos que publicaba a diario en el periódico ovetense "La Voz de Asturias", hoy solamente en formato digital. Siendo lo que se conoce en la profesión como una periodista de raza, reportera, buscadora de información y sobre todo de historias cotidianas, Victoria destacó hace unos años por entrar en el campo de la ficción literaria con un libro de relatos, "La curva del olvido", donde analizaba desde el punto de vista de varios personajes y situaciones lo que supone la devastación de las enfermedades mentales para las personas, tanto afectados como familiares, y sobre todo la dolorosa pérdida de la memoria vital.
Como cuando pruebas un pastel que te entusiasma y te quedas con el gusanillo de repetir, Victoria decidió en esta ocasión arriesgarse a escribir una novela en la que también la memoria es la protagonista. Pero no desde el punto de vista de la enfermedad sino de la sociedad. Qué hemos sido, cómo hemos evolucionado, cómo estamos ahora respecto a hace más de un siglo, sobre todo las mujeres a las que tanto nos ha costado ser consideradas como iguales a los hombres, en épocas doradas para las letras, la ciencia, la educación y la política, pero de las que aún estábamos excluidas.
Hablamos con Victoria R. Gil sobre su novela recién publicada, "Una ciudad bajo la lluvia", que no es otra que su ciudad natal, Oviedo.
ENTREVISTA
"Una ciudad bajo la lluvia" es una novela muy atrevida, no solo la protagonista, una mujer en una época en la que su misión en el mundo era casarse y tener hijos, quiere ir a la universidad y vivir su vida sin estar atada a un hombre que la mantenga, sino que además vive una experiencia personal que podría apartarla de por vida de la sociedad ovetense, e incluso de su propia familia. ¿Cómo y por qué se le ocurrieron tantas vueltas de tuerca?
Quería escribir sobre esa época histórica, finales del siglo XIX, y sobre mi ciudad, Oviedo, porque fueron años de cambio que aportaban un escenario muy rico a la trama. Y precisamente quería una protagonista femenina para enfrentarla a situaciones adversas y ver cómo se manejaba con ellas. Creo que de eso se tratan las novelas: un personaje y una batalla que pelear, no importa si la gana o la pierde, sino cómo pelea, lo que lo convertirá en alguien cuya vida merezca pena leerse. Y si buscarle contratiempos en aquella época a un hombre resulta fácil (pensemos en las malas condiciones económicas, sanitarias y sociales en que vivía la mayoría de la población), aún lo es más a una mujer, que a los infortunios que padecen sus compañeros masculinos debe sumar los que sólo les afectan a ella. En parte, deseaba que los jóvenes del siglo XXI, sin importar su género, se asombrasen de que una mujer de entonces no pudiera tomar prácticamente ninguna decisión que afectara a su propia vida porque otros (su padre, su marido…) las tomaban por ella. Y que, aunque fuese tan afortunada como para poder hacerlo, como ocurre en este libro, las leyes, la sociedad y las costumbres no le consentirían llevarlas a término. Me gusta pensar que a los jóvenes de hoy algo así les suena a ciencia-ficción porque eso significa que nada semejante podría volver a suceder.
Además lo enclava en una ciudad como Oviedo donde estar pendiente de los demás y criticar al que se considera diferente o no se ajusta a sus normas morales, ya criticó Clarín en La Regenta, de la que, claramente, bebe su novela…
Es inevitable tener como referente a Clarín y a su Ana Ozores. De hecho, la menciono en el libro en varias ocasiones y me he tomado la libertad de convertir al propio don Leopoldo Alas en un personaje más como un homenaje a su obra, que todos los ovetenses tenemos muy presente. Oviedo es una ciudad compleja, que a veces se detiene en nimiedades y deja escapar lo importante. Afortunadamente ha cambiado mucho desde aquella Vetusta sombría, anquilosada y más ocupada en criticar que en progresar. Pero, en ocasiones, aún se le ven las costuras provincianas y nos descubrimos en ese cotilleo frívolo y demasiadas veces malévolo. Por eso la llegada al Teatro Campoamor de los invitados a la ceremonia anual de entrega de los Premios Princesa de Asturias convoca tanto público. Los que entran acuden para ser vistos (no se creería lo que algunos de mis conciudadanos son capaces de llegar a hacer para conseguir una invitación) y los que se quedan fuera, lo hacen para, con la excusa de admirarlos, no dejar títere con cabeza.
Las mujeres siempre lo han tenido más difícil para avanzar en la vida, incluso las más acomodadas, como es el caso de Bárbara Hevia. De hecho, hasta las personalidades más intelectuales (y por tanto se supone que más preparadas), como el propio Clarín o el presidente Sagasta, no son favorables a ese ascenso social y sobre todo educativo de la mujer. ¿Es este el objetivo de su novela?
Cuando empecé a escribirla tenía un único objetivo: armar una historia entretenida, que animase a ser leída y que provocase alguna pregunta en las nuevas generaciones. Y según avanzaba en la documentación y descubría que Clarín no era tan moderno como yo lo imaginaba, eso aportaba nuevos conflictos a la historia, más interesantes aún porque son reales, no inventados. La mayoría de las personas somos hijas de nuestro tiempo, Clarín, Sagasta y los hombres de la época y de la novela piensan como lo hace la sociedad en la que viven, es decir, que la posición de la mujer debe ser subordinada al hombre y que por ello grandes espacios de la vida deben estarle vedados. Es cierto que de las personas extraordinarias deberíamos esperar pensamientos igualmente extraordinarios, pero aunque los tuvieran en otros ámbitos: político, económico, social…, la igualdad femenina ni se les pasaba por la cabeza. No era un problema importante ni necesario. Para la mayoría ni siquiera era un problema. Escapaba a su compresión del mismo modo que lo haría el lenguaje HTML.
"A Oviedo aún se le ven las costuras provincianas, pero posee una cualidad excepcional y es que se hace querer a pesar de sus imperfecciones."
¿No tiene miedo de que se le enfade alguien por la caña que le da a Oviedo?
Algo de caña hay, pero es una crítica que nace del amor. Es como cuando te quejas de tus hijos con las amigas (también madres, claro): que si no estudian, que si no recogen su cuarto, que si mira qué horas de volver a casa anoche… Pero que a nadie que no seas tú se le ocurra decir nada en su contra porque entonces Lady Macbeth a tu lado va a parecer la madre Teresa. Oviedo posee una cualidad excepcional y es que se hace querer a pesar de sus imperfecciones. Y mientras me documentaba descubría motivos para reenamorarme y al momento encontraba otros que me hacían enfadarme con ella. Como esa manía que tenemos de levantar hermosos palacios y monumentos históricos sólo para derribarlos después por los motivos más fútiles. Pero el balance siempre es positivo y espero que quien me lea lo aprecie porque Oviedo es la verdadera protagonista de la historia, con el trasfondo decimonónico de sus calles y sus costumbres.
¿Cree que existieron muchas Bárbaras Hevia en Oviedo en aquella época?
Me temo que sí y eso me provoca sentimientos encontrados, porque por un lado me emociona pensar que siempre ha habido mujeres que no aceptaron las limitaciones que se les imponían y se rebelaron contra ellas y, por otro, lamento las penalidades que tuvieron que sufrir. Sin olvidar las oportunidades que ellas y todos hemos perdido. Quizás aquella niña a la que se convenció de estudiar Magisterio en lugar de Medicina habría descubierto la vacuna contra el Alzhéimer. ¿Se imagina cuánto habríamos avanzado a estas alturas de nuestra historia si no hubiéramos renunciado estúpidamente a las aportaciones de la mitad de nuestra especie?
Al margen de la crítica a la hipócrita sociedad de Vetusta, a Clarín incluido, "Una ciudad bajo la lluvia" hace un recorrido por las calles y lugares de Oviedo más emblemáticos. La inauguración del célebre Teatro Campoamor, El Campo de San Francisco, la Catedral y todas las calles del casco antiguo. Para quienes conozcan Oviedo, leer estas descripciones resultan un paseo maravilloso por esa ciudad, casi siempre acompañada por la lluvia. ¿Tuvo que documentarse mucho sobre aquella época o, como ovetense de pura cepa, no le hizo falta?
El trabajo de documentación fue más largo de lo que esperaba. Aunque Oviedo no ha cambiado mucho en su parte medieval, la ciudad moderna que empezaba a surgir a finales del siglo XIX se llevó por delante la vieja fisonomía rural con sus conventos y sus terrenos agrícolas, y fue apartando la incipiente industria. Las fundiciones y las fábricas que se mencionan en la obra, incluida la destinada a la fabricación de armas portátiles en la que vive la protagonista, cesaron su actividad hace años y el espacio que ocupaba la mayoría se destina ahora a viviendas o comercios. De los chalés que levantó la nueva burguesía local en la calle Uría, convertida entonces en una avenida lujosa y espectacular, no queda en pie ni uno solo. Y del jardín botánico o del lago que existían en el Campo San Francisco, no guardamos ni el recuerdo. Muchas de estas cosas fueron un descubrimiento y una sorpresa para mí. Me entristece comprobar lo corta que es nuestra memoria.
"El Teatro Campoamor era el símbolo del nuevo siglo, de la modernidad y el progreso que anunciaba el siglo XX (…) Pero desde que existen los Premios Princesa de Asturias se ha convertido en algo tan hermoso como un símbolo de paz y concordia".
La inauguración del Teatro Campoamor es importante en la trama de esta historia ¿Qué significa el Teatro Campoamor para Oviedo y para usted?
El tiempo en que Oviedo se despedía del viejo teatro de comedias de El Fontán, al que acudía hasta entonces la buena sociedad local, incluidos Ana Ozores y su amante, Álvaro Mesía, eran años de grandes cambios. La ciudad daba la espalda a su pasado medieval y crecía en torno a la calle Uría gracias a una burguesía moderna, vinculada al comercio y a la innovación, que quería un teatro a su altura, confortable y lujoso. Era el símbolo del nuevo siglo, de la modernidad y el progreso que anunciaba el siglo XX, tan deseable para unos y aborrecible para otros. El Campoamor ha perdido ese significado a lo largo de los años, pero ha adquirido otros. Para la mayoría de los ovetenses es ese lugar de obligada visita en un momento u otro del año, ya sea para una representación teatral, para acudir a la ópera o para cualquiera de los numerosos actos culturales que acoge. Hemos estado en él tantas veces que lo conocemos como el salón de nuestro propio hogar. Desde que existen los Premios Princesa de Asturias, se ha convertido, además, en algo tan hermoso como un símbolo de paz y concordia. De pocos lugares del mundo podrán decirse tantas cosas especiales como del Teatro Campoamor.
Es su primera incursión en la novela. Antes ya publicó libros de relatos, como 'La curva del olvido'. ¿Qué le resulta más difícil, una historia larga con varias vertientes o veinte historias más pequeñas con todo su desarrollo consensado?
Ambos géneros tienen sus propias dificultades. Personalmente me resulta más complejo el relato porque debes transmitir en un espacio muy breve un mensaje muy potente, una historia que deje huella. Soy muy aficionada a ellos, como escritora y como lectora, y el efecto que causa en ti un buen cuento no se olvida nunca. En general, una novela termina cuando llegas a la última página, las tramas se cierran y todo se explica. Puede quedar algún asunto en el aire, pero de menor importancia. Un buen relato no se termina nunca, aunque hayas acabado de leerlo, porque te deja dentro una carga de profundidad que puede hacer explosión mañana o un mes después. Yo leí El cumpleaños de la infanta, de Óscar Wilde, con catorce años y aún hoy sigo pensando en esa historia y sintiendo escalofríos. La novela, en cambio, requiere tesón y confianza en lo que estás haciendo para no abandonar a lo largo de un camino que suele ser muy largo, agotador y, demasiadas veces, aburrido. Cuando has leído por vigesimoséptima vez ese capítulo del que no sabes cómo salir lo único que desear es borrarlo todo lo escrito y dedicarte al punto de cruz.
¿Le ha ocurrido eso con "Una ciudad bajo la lluvia"? ¿Qué le ha resultado más difícil?
Cuando empiezo a escribir una novela tengo claro a dónde quiero llegar, pero no siempre conozco el camino que voy a seguir. Hay quien cree que existen dos tipos de escritores, de mapa o de brújula. El primero es aquél que antes de comenzar a escribir ha organizado por completo la novela en su cabeza, sabe el número exacto de capítulos que tendrá y qué ocurrirá en cada uno de ellos. Yo soy de los segundos. Sabes de dónde sales y a dónde llegas, pero necesitas la brújula para elegir la dirección en cada encrucijada del sendero. Eso hace que, en ocasiones, no hay brújula capaz de señalarte la ruta y pasen los días y las semanas y tus personajes estén al borde de la indigestión por una cena que no se acaba o se hayan convertido en carámbanos a causa de un paseo en la nieve que nunca llega a su fin. Entonces es cuando te preguntas por qué demonios escribes con lo bien que podrías estar pasándolo viendo la nueva temporada de El Ministerio del Tiempo. Pero entonces un día tus personajes se descongelan y todo recobra el sentido. Y cuando terminas la novela te sientes como si hubieras coronado un ochomil. Y piensas, ésta me la dedico a mí misma, qué coño. ¡Porque yo lo valgo!
¿Cómo ve el auge del feminismo en los últimos tiempos y la reacción en contra que suscita en algunos sectores?
Con entusiasmo, la verdad. Y en ambos casos, porque cuanto más cabalgamos, más ladra la jauría. Lo sorprendente es que aún pueda quedar alguien que opine que la inteligencia, el ingenio o la creatividad dependen del sexo. Esos consejos de administración, esas academias de la lengua, esos staffs de los medios de comunicación donde las mujeres son una minoría sonrojante, ¿quién puede creer que reflejan una sociedad real? Hemos avanzado mucho, no todo, es cierto, pero recuerdo cómo era este país nuestro cuando era una cría y me admira lo que hemos cambiado. Podría parecer que la involución nos amenaza cuando entras en Twitter y lees alguna de las barbaridades que se escriben en esa red social, pero estoy segura de que sus autores son una minoría que en la barra del bar no se atrevería a repetirlas en voz alta. El anonimato envalentona mucho e internet les otorga visibilidad, pero ya no hay vuelta atrás.
Muchas gracias Victoria R. Gil por esta interesante entrevista que nos va a ayudar, sin duda alguna, a conocer un poco más una de las ciudades más hermosas de España, Oviedo y su reciente pasado.
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