Anika entre libros

Entrevista a Carlos Manzano por "Vivir para nada" y "Fósforos en manos de unos niños"

"Cada lector debe elegir el grado de implicación que está dispuesto a asumir. A él corresponde, y no al autor, poner el punto final a un libro"

Firma: Joseph B Macgregor / Fotos: autor / Abril 2008

 

Carlos Manzano es un autor zaragozano, licenciado además en Ciencias Políticas y Sociología. Ha publicado las novelas Fósforos en manos de unos niños (Septem Ediciones, 2005) y Vivir para nada (Mira Editores, 2007).

Ha quedado como finalista en varios premios literarios: I Premio Letras de Novela Corta con la obra Las fuentes del Nilo (2003) y X Concurso de relatos cortos Juan Martín Sauras con la obra No declararé en tu contra (2005). Se hizo con el galardón principal en el I Concurso Literario Villa de Benasque para autores aragoneses con la obra El desierto (2004).

De igual modo, ha publicado diversas colaboraciones en el suplemento cultural Laberinto del diario Milenio-El Portal de Veracruz (México) y ha realizado diversas exposiciones de fotografía desde el año 1992.

Hablamos con él de dos de sus novelas más importantes- Fósforos en manos de unos niños y Vivir para nada-. A finales de este año aparecerá su nueva novela, "Sombras de lo cotidiano", en la editorial Mira Editores.

 

 

ENTREVISTA

 

Fósforos en manos de unos niños

 

En "Fósforos en manos de unos niños", Germán y Clara son prácticamente los principales protagonistas de la historia, alternándose además la voz narrativa ¿Cómo definirías a esos personajes?

No me resulta cómodo definir a ninguno de mis personajes, entre otras cosas porque mi gran empeño ha sido siempre no crear seres unidimensionales fáciles de encuadrar en compartimentos estanco. Creo que las personas no somos así, que hay muchas personalidades habitando dentro de cada uno al mismo tiempo, y por ese motivo quería que Carla y Germán tuvieran múltiples vértices, que evolucionasen constantemente que se moviesen de un lado a otro como un esparrin sobre un ring. Sí podría decir que lo que los une es su dificultad para encontrar su lugar en el mundo y para entender cómo repercute en sus vidas el haz de relaciones en que se encuentran inmersos.

 

¿Por qué decidiste convertirlos en protagonistas de tu historia?

La idea que me llevó a escribir la novela fue anterior a la creación de los propios personajes.

Tenía claro que quería escribir acerca del poder y de cómo está presente en todas las relaciones humanas, incluidas, por supuesto, las de pareja.

Este es un asunto que ya han abordado estudiosos del nivel de, por ejemplo, Michel Foucault, por lo que no abundaré en él. Pero yo no pretendía escribir ningún ensayo, sino una novela, así que al mismo tiempo se hacía necesario trabajar un argumento complejo e inventar unos personajes concretos, moverlos en un espacio determinado, trazar las fuerzas que los dirigen, ponerlos en relación unos con otros, en fin, lo que se supone que debe caracterizar una novela. En ese contexto aparecieron Carla y Germán y en ese proceso fueron tomando vida.

 

Pienso que al principio sus vidas no son demasiado interesantes… ¿Es esto intencionado por tu parte? ¿quisiste trasmitir al lector esa sensación de inanidad, de estar leyendo la crónica de un par de existencias vulgares, sin importancia?

Aunque suene demasiado crudo, creo que la vida de la mayor parte de gente se ajustaría a esa descripción. No obstante, me interesaba remarcar que, en efecto, los dos personajes salen de la nada, que sus existencias no han atravesado hasta ahora ninguna fase realmente digna de ser reseñada, para que la relación que se va a establecer entre ambos tenga un efecto catártico, un poco como un shock que les obligue a comprenderse a sí mismos, a mirarse de una vez por todas en el espejo.

El ser humano es el único animal con capacidad ilimitada para engañarse a sí mismo acerca de todo, para ver las cosas como quiere que sean y no como realmente son. Germán, pese a ser consciente del vacío que define su vida, al principio no es capaz de ver de qué manera ésta está condicionada por las personas de su alrededor: su jefe Vergara; Blasco, su deshonesto y sin embargo fundamental compañero de trabajo; y, por encima de todos ellos, su omnipresente y posesiva madre. Al ser despedido, todos los engranajes que sostenían su existencia se vienen abajo. Y es entonces cuando comprende no solo en qué ha consistido hasta ahora su vida sino qué necesita para ser alguien, para sentirse dueño de su propia existencia, y que de alguna manera se podría reducir a dos fuerzas principales: el ejercicio del poder, algo que siempre ha estado fuera de su alcance pero que siempre ha envidiado en los demás -poder que luego ejercerá sin mesura ni talento sobre Carla- y el deseo sublimado, que trata de alcanzar a través de la idealización de la prostituta Helena, personaje que encarna lo único natural, bello y puro que ha sido capaz de encontrar hasta ahora. Cuando uno lo ha perdido todo, cuando ya no le queda nada que perder, es cuando más fácil tiene entregarse a sus delirios más personales. Ya no se hace necesario seguir fingiendo.

El personaje de Carla vendría a representar el contrapunto de German, la otra cara de la moneda. Y ella, a diferencia de Germán, sí que tiene a su alcance ciertas dosis de poder (es auditora). Pero lo rechaza, lo evita en la medida que puede y toma conciencia del mismo. Carla solo se va descubriendo a sí misma desde el momento en que se abandona, pierde todo deseo y se enajena de sí misma. Carla no quiere asumir ninguna responsabilidad, quiere que su vida sea simple, sencilla, vana, inocua. En ese aspecto, responde al modelo ideal de masoquista.

 

Enlazando con lo anterior, ¿cuáles son los temas o asuntos que intentas reflejar en tus novelas? ¿qué cosas te interesan plasmar como autor en ellas?

De alguna manera, todo lo que he escrito hasta ahora ha partido de alguna reflexión que me he hecho acerca de circunstancias diversas.

En Las fuentes del Nilo, mi primera novela, me preguntaba si era posible empezar de cero a mitad de una vida, si podíamos hacer tabla rasa ignorando lo que habíamos sido hasta entonces y reiniciar nuestra vida en otro lugar, con otra gente, en otras circunstancias. En Fósforos en manos de unos niños, como he dicho, quería abordar el tema del poder y su presencia en todos los órdenes de la vida.

En Vivir para nada, la idea primigenia fue tratar de responder a la pregunta de si tiene algún sentido tratar de encontrar sentido (y perdón por la redundancia) a la vida o si lo único que podemos hacer es estar, dejarnos llevar sin mayores ambiciones aprovechando cada instante de la mejor manera posible.

De cualquier manera, lo que haya querido decir un autor antes de ponerse a escribir un libro me parece de todo punto irrelevante. Lo importante es lo que el resultado de todo ello (la obra creativa en sí misma) pueda significar para el lector, qué es lo que le sugiere, qué caminos le invita a transitar -algo a lo cual, por otra parte, no serán ajenas su propia experiencia, su concepto de las cosas, su personal manera de entender el mundo-.

 

Pienso que te interesa reflejar en tus narraciones los aspectos más sórdidos y sombríos de la gente normal, el lado oscuro de la gente de la calle.

No sé si yo los calificaría como más sórdidos. Creo que todo forma parte del ser humano y que aparece constantemente en nuestras vidas, o al menos más a menudo de lo que creemos. El rencor, la indefinición, el egoísmo, la inseguridad, la falta de referencias, el autoengaño… forman parte de nuestro yo más íntimo. Y por encima de todo eso, somos contradictorios en todos los órdenes.

Por poner un ejemplo, conozco varias personas de educación exquisita y una profunda aversión al maltrato a los animales que sin embargo practican la caza o asisten encantados a las corridas de toros. A mí todo eso me fascina -cómo podemos convivir con semejante cúmulo de incongruencias- y, entre otras cosas, es lo que me interesa tratar en mis obras. Obviamente, quien no comparta, aunque solo sea en una mínima parte, esta visión mía del ser humano puede que encuentre mis historias desmesuradas y carentes de rigor. Pero es un riesgo que como autor que trata de crearse un universo propio no tengo más remedio que asumir.

 

Hay un momento en el cual la narración da un brusco viraje a partir del momento en que Germán y Carla deciden formar pareja. Aquí el principal problema que encontré fue que no conseguí entender demasiado bien las motivaciones de los personajes, en especial la de Germán. No entiendo por qué somete a Carla a ese cúmulo de humillaciones sexuales…

En general, los personajes unidimensionales, claros, perfectamente matizados, que siguen una línea recta hasta el final, me interesan poco. Y ello es debido a que los individuos no somos así. Somos mucho menos racionales de lo que queremos aparentar. La mayor parte de las veces, lo que nos mueve a actuar son impulsos poco definidos, sensaciones y deseos inconscientes que muchas veces somos incapaces de identificar, apetencias un tanto gratuitas, antojos nacidos de repente, incluso determinados estados de ánimo coyunturales, por mucho que a posteriori tratemos de dotarles de sentido; es decir, que somos antes animales emocionales que racionales.

Creo que lo que explica nuestra conducta es en menor medida nuestra personalidad (que, por otra parte, es cambiante y voluble, está sometida a una continua interacción con el medio y es modulada por nuestra propia experiencia) que el contexto en el que nos desenvolvemos. Es carlosmanzano2aquello de la "circunstancia" de que hablaba Ortega.

Por eso me gusta llevar a mis personajes a cierto estado límite, someterlos a un "tour de force" que obligue al lector a un movimiento incómodo en el sofá, quiero mostrarlos desnudos, sin excusas ni subterfugios. Además, estoy convencido de que ello los humaniza aún más, los hace más reales. Nunca me han atraído (por falsos) los seres unidimensionales.

Por otra parte, recuerdo que en una ocasión, asistiendo a un curso impartido por uno de los sociólogos más eminentes de España, Alfonso Ortí, medio en serio, medio en broma, en un momento dado éste nos dice que para él las personas pueden dividirse en dos clases: sádicos y masoquistas. En ese momento, todos los que asistíamos al curso nos reímos mucho y nos incluimos de inmediato en el sector de los masoquistas. Y eso me hizo plantearme la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si, en efecto, alguno de nosotros tuviera en algún momento determinadas cuotas de poder, y me refiriendo a un poder real, no cuestionado, sobre los demás? ¿Seguiríamos considerándonos masoquistas? Cuando Germán descubre todo el poder que es capaz de ejercer sobre Carla, su actos tienen necesariamente que cambiar. Ya no es ni puede ser la misma persona que era antes.

 

Yo no sabía si era una especie de venganza hacia ella, responsable en parte de su despido, o un modo de descargar sobre su pareja todas sus frustraciones personales…

Carla es la primera persona en su vida a la que Germán se siente seguro de situar en una escala inferior a él, es decir, ante ella se siente investido de cierto poder (la escena en el restaurante es para él la prueba de algo que ya ha intuido antes) y simplemente lo ejerce de la única manera que sabe, que viene a ser en esencia la misma que los demás han ejercido sobre él hasta ahora: el poder de conseguir que los demás hagan lo que tú deseas que hagan.

Germán es un individuo cobarde y sin recursos, y ya se sabe que la violencia es el recurso de los que carecen de recursos (aunque él nunca ejerce la violencia sobre ella: es el mero ejercicio del poder lo que le mueve a actuar, el placer de someter a los más débiles). A veces el poder se usa para conseguir cosas, para lograr beneficios de algún tipo. A Germán, en cambio, el ejercicio del poder le sirve para encontrarse consigo mismo, para gozar de un estatus del que siempre ha carecido. Y, por supuesto, también podría considerarse una forma de venganza contra el mundo, contra los demás, contra todos aquellos que han arruinado su vida pero a los que tiene por completo fuera de su alcance, de modo que se tiene que conformar con proyectar sobre Carla todo ese odio.

 

Tampoco comprendo cómo ella acepta todo con esa sumisión, sin rebelarse nunca, sobre todo después de conocer la experiencia de agresión de su amiga…

En ese juego de ver quién realmente ocuparía el papel de sádico o masoquista llegada una situación límite, a Carla le corresponde ejercer este último papel. Antes, cuando ha tenido la ocasión de ejercer un cierto poder sobre los demás como auditora, lo rechaza. Sin embargo, las relaciones de poder (como no puede ser otra manera) están presentes en todos los órdenes de su vida: en la empresa, se ve sometida a un acoso constante por parte de Domínguez, su jefe; su amiga sufre también las consecuencias de un poder despótico y terrible, pero es un poder que no nace del desempeño de determinadas posiciones sociales sino del más puro ejercicio de la fuerza, y por ello resulta mucho más fácil de rechazar, y además Sabina no es Carla y no está dispuesta a aceptar el papel de masoquista; e incluso la relación de Carla con Sabina está también de alguna manera definida por una cierta tensión de poder.

En realidad, el poder está tan presente en nuestras vidas, aunque sea subrepticiamente, que una forma de sobreponerse a él es dejándose someter hasta las últimas consecuencias. Pero estas reflexiones no están en el ánimo de Carla: ella lo vive casi sin darse cuenta, sin entenderlo del todo, porque en ese momento está también descubriendo una realidad de la cual, pese a llevar sufriéndola años, no era en absoluto consciente.

 

El caso es que al principio éste llega a afirmar que Carla es la mujer de su vida, la horma de su zapato, lo que hace pensar que el joven se ha enamorado de ella. ¿Ha engañado entonces Germán al lector?

El amor es un sentimiento que se le escapa por completo a Germán. Lo que pasa es que (y eso creo que nos sucede a todos) lo fácil es repetir los esquemas gastados de los demás, sumarnos a las ideas preconcebidas que existen respecto a lo que son los sentimientos y las emociones.

Germán se siente atraído por esa mujer, y hasta es posible que en un primer momento crea que la quiere (lo cual, y en esto disiento contigo, no creo que quede explícito en la novela), pero lo que en verdad le fascina de ella es esa sensación -un tanto difusa al principio- de que por fin ha encontrado a alguien a quien puede someter, sobre quien está en condiciones de descargar todo su poder, por muy limitado que sea. Pero todas estas reflexiones, repito, se dan en los personajes a un nivel preconsciente, nunca llegan a actuar sabedores del sentido que esconden sus actos.

 

Estaríamos entonces ante la descripción de la conducta anómala, la de Germán, un tipo que quizá ha llegado a su punto límite de frustración personal y emocional…

Desde luego que Germán alcanza un punto límite, porque todo lo que había constituido hasta ese momento su vida se desmorona por completo. De cualquier manera, tampoco sabría si considerarla una conducta anómala. En Carla y Germán se dan en un estado más puro, más exagerado si se quiere, pero son actitudes que están presentes, aunque sea con una apariencia más diluida, en la mayor parte de las relaciones humanas.

 

 

Vivir para nada

 

Con respecto a tu otra novela, "Vivir para nada", me ocurre algo muy curioso: me interesa mucho más el personaje de Castán que el de Castañeda…

Castán en realidad es el narrador de la historia. De hecho, Vivir para nada es de alguna forma la novela de una novela. En un principio, Castán es un narrador que nos cuenta la vida de un amigo suyo, su intención es quedar en un segundo plano. Pero sus vidas están tan interconectadas que la línea que sigue uno nos lleva necesariamente hasta el otro. De Castán sabemos mucho más porque accedemos a sus interioridades, manifestadas a través de sus reflexiones y, sobre todo, de su visión de las cosas. De Castañeda solo sabemos lo que Castán nos cuenta. Es, en este sentido, una figura a completar por el lector.

 

A través de la crónica que Castán hace de los acontecimientos más destacados protagonizados por Castañeda no sólo conocemos a éste sino sobre todo al propio Castán ¿Cuáles piensas que son los rasgos más destacados de su carácter?

Quizá el único rasgo que sería capaz de destacar del personaje de Miguel Castán es su inseguridad, su deseo de llegar a todos los lados sin moverse de su sitio (un poco como nos pasa a la mayoría). A partir de ahí, como en todos nosotros también, hay en él rasgos de inconstancia, de duda, de hastío, de temor, de valentía, de curiosidad, de ambición…

 

Pienso que lo que es básicamente esta novela es una reflexión sobre la mirada, la que cada uno de nosotros depositamos en los que nos rodean, en la que gente con la que nos relacionamos o hacia aquellos a los que dirigimos nuestros afectos y que suele tener casi siempre un componente distorsionado o tramposo.

Efectivamente, la mirada es fundamental no solo en esta historia, sino en nuestra comprensión del mundo. A pesar de que muchas veces creemos estar accediendo a la realidad de las cosas, lo cierto es que sólo gozamos de una perspectiva de esa realidad: la que nos ofrece nuestra posición, nuestra capacidad para mirar (se puede y de hecho se aprende a mirar), nuestra propia experiencia, nuestros miedos, nuestros prejuicios, etcétera.

Por eso al empezar a leer una novela me parece tan importante desentrañar el punto de vista desde el que está contada, la óptica bajo la cual vamos a ser espectadores de la historia. Sobre todo cuando el propio narrador, como es el caso, forma parte de la misma y su mirada está inevitablemente condicionada por el papel que desempeña en ella.

 

¿Aparece el Castañeda real en la biografía que escribe Castán o es un Castañeda imaginado por él -básicamente ficticio- al que el cariño y la admiración del amigo revisten de atributos que realmente no posee?

Quizá eso es algo que no sabremos jamás. Ni yo mismo lo sé, que soy quien he escrito el libro. De alguna manera, la escena final de la novela pudiera entenderse como un hecho que contradice todo lo que hasta ese momento se nos ha contado sobre él. ¿Quién era en realidad Castañeda? ¿Podría incluso decirse que, más que un ser real, es una necesidad inventada por alguien para seguir creyendo que vivir merece realmente la pena? Pero es el lector el que debe responder a esas preguntas, porque cada lector debe elegir el grado de implicación que está dispuesto a asumir. A él corresponde, y no al autor, poner el punto final a un libro, dar fin al círculo que empieza justo en el momento en que un autor se propone contar una historia.

 

¿Ha sido tan mediocre la vida de Castán comparada con la de Castañeda?

Tampoco sabría responder a esto. Antes que eso, habría que considerar si la vida de Castañeda ha sido realmente exitosa, y eso, al mismo tiempo, nos llevaría a plantearnos previamente qué es el éxito. Castán ha vivido de la única manera que ha sabido. Y creo que esto ya es decir mucho respecto al personaje.

 

¿Es realmente el héroe fabuloso y excepcional que éste cree?

No sé si al final de la novela llegamos a saber realmente quién es Castañeda. Pero esa es una pregunta que también podríamos hacernos acerca de las personas que nos rodean e incluso de nosotros mismos. No en vano, lo que conocemos de las personas son hechos, acciones que éstas llevan a cabo, y somos nosotros los que las dotamos de sentido, los que les atribuimos las motivaciones en función de nuestras expectativas y nuestras creencias.

Pero yendo de nuevo a tu pregunta, podría decir, a título personal, que probablemente todos hemos sido en algún momento Castañeda, de igual modo que también hemos sido Castán. En cualquier caso, las opiniones que me han llegado sobre el libro coinciden en que Castañeda despierta muy poca simpatía en los lectores.

 

Hay algo que sigue sin gustarme y es el modo en como las mujeres son tratadas en esta novela… No hay ninguna que merezca la pena ¿no?

Bueno, podría argumentar que tampoco los hombres aparecen muy bien tratados, o al menos eso pienso yo (creo que nunca había creado un personaje tan banal e inmaduro como Esteve, por ejemplo).

En general, no tengo una buena opinión del ser humano. Como ya he dicho, la mayor parte de las veces pecamos de simples, de superficiales, nos encanta engañarnos acerca de nosotros mismos, nos empeñamos en ver las cosas como queremos que sean y no como realmente son… Las relaciones sociales y la educación determinan en buena medida el grado en que estas características llegan a dominar en cada uno de nosotros o aparecen diluidas, domesticadas por lo que se supone que deben ser los usos sociales.

De hecho, una de las cosas que Castán más admira de su amigo es su capacidad para contener las emociones, es decir, para simular, para fingir, para jugar a ser quien no se es. Sin embargo, en mi opinión la pregunta que habría que responder sería esta: ¿cómo es alguien? O, mejor dicho: ¿es posible definir a alguien con uno solo o una serie de rasgos sin simplificar su figura de una manera grotesca?

En todo caso, el narrador de la historia es Castán y suyo es el punto de vista desde el que está construida, y por tanto a quien habría que pedir responsabilidades.

Hay incluso algún lector que me ha sugerido que en el relato se atisba un amago de homosexualidad en los personajes. Pero yo prefiero no manifestarme en ningún sentido, sobre todo porque no lo sé, sinceramente. Y porque me gusta que sean los lectores los que elaboren sus propias observaciones y saquen sus conclusiones.

 

A lo largo de la narración aparecen mujeres débiles, sentimentales, manipuladoras, dependientes de los hombres, inconstantes o caprichosas…

Esas son características que, en mayor o menor medida, se dan en todas las personas. A pesar de eso, creo que se dan en los personajes femeninos otros rasgos tal vez menos negativos (aunque sería incluso discutible que todos los que apuntas sean únicamente negativos); creo de verdad que hay también en ellas pasión, orgullo, madurez, inteligencia… y tienen un sentido de la responsabilidad más acentuado que los hombres.

De cualquier manera, como he apuntado antes, la visión de los personajes que aparecen en la novela es la que ofrece el narrador, Miguel Castán, es su mirada la que domina de principio a fin y la que nos presenta los hechos que allí se narran. Cuando una novela se escribe en primera persona, hay que hacerlo con todas las consecuencias.

 

Castán lo he visto como un personaje muy barojiano…

Es curioso, pero eres la segunda persona que me hace esta observación. Tal vez lo sea, pero en todo caso sería una influencia inconsciente, no premeditada. Aunque, en general, las influencias a la hora de escribir no son premeditadas, surgen sin que el autor se dé cuenta. En cualquier caso, no es Baroja uno de mis escritores de cabecera.

  

Pues esto es todo, Carlos. Si quisieras añadir algo más…

Simplemente, agradecerte la lectura tan atenta que has hecho de mis novelas. Para un escritor, una de las cosas más le pueden satisfacer es poder compartir opiniones con sus lectores, especialmente cuando han entrado tan a fondo en la historia. Y también insistir en que, una vez finalizada, la novela ya no me pertenece: ahora es del lector, que es quien tiene la prerrogativa de aceptarla tal como está, completarla de acuerdo con su concepto de las cosas y su visión de la vida, rechazarla de principio a fin o desentenderse de lo que se le cuenta sin que llegue a afectarle lo más mínimo. Cuando se empieza a contar una historia, ésta no se completa hasta que el receptor la recibe. En consecuencia, todo lo que como autor haya podido decir sobre la novela en las líneas que anteceden no son más que excusas, argumentos que en modo alguno deberían modificar el juicio soberano de cada lector. Desde el momento en que las novelas salen de la imprenta ya no pertenecen al autor. Es el lector el que debe ponerles fin definitivamente. En este sentido, sus opiniones son mucho más importantes de lo que pudiera tener en el mente el autor antes de ponerse a escribir.

 

Hasta cuando quieras, Carlos.

 

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