Anika entre libros

Entrevista a Alfonso Castro por "Los caminos del agua"

"Soy sevillano, siempre he vivido aquí y cuanto escribo y creo gira en torno a la Ciudad"

Firma: Manel Haro / Fotos: autor / Julio 2005

 

Alfonso Castro nace en Sevilla en 1969 donde vive actualmente. Es licenciado en Geografía e Historia y Doctor en Derecho. Aunque le gusta entregarse a escribir y leer, se dedica a la docencia en la Universidad Hispalense (es profesor de Derecho Romano). Tiene en su haber varias publicaciones sobre derecho, disciplina sobre la que investiga, como Compendio histórico de derecho romano. Historia, recepción y fuentes (2003). También es autor de El titán y la flecha. Nueve ensayos de literatura española (2002), obra agotada y difícil de conseguir actualmente.

En cuanto a novela ha publicado el libro que hoy nos ocupa en esta entrevista Los caminos del agua (2004), una estupenda novela sobre David Bazán, personaje que hace reflexión a su vida, desde la infancia a la madurez, pasando por los momentos turbios de la posguerra y de su propia existencia. Próximamente publicará El breviario de Sevilla.

 

 

ENTREVISTA

 

En Sevilla se comenta que el libro está entretejido de realidad y ficción y que salen personajes reales mezclados con otros inventados. ¿Qué hay de verdad en ello? Por ejemplo, el pintor Pérez Valencia que aparece en el prólogo, que facilita en la ficción el manuscrito de Bazán, existe y el camarero Antonio Vázquez también y trabaja en el bar de Derecho o incluso Neli Córcoles (a quien va dedicado el libro) aparece en un par de ocasiones.

Es cierto lo que dices. Paco Pérez Valencia es un pintor extraordinario, amigo entrañable desde la infancia. Neli Córcoles y Antonio Vázquez, personas, también, de mi círculo familiar y de amistades (el segundo trabaja en la Facultad en que trabajo yo, es cierto: veo que estás muy bien informado). Se trataba de ajustar en un libro aparentemente lineal distintos niveles de lectura, guiños, recovecos y reforzar, por dentro, la impresión de verosimilitud. Hay más personajes -digamos- de la realidad que aparecen en el libro con sus nombres reales. Incluso, el destinatario de la larga carta de Bazán existe, aunque no se diga en este caso su nombre, y es reconstruible su identidad perfectamente para quien conozca un poco la Facultad de Derecho de la Hispalense (y hay quien ya se ha dado cuenta sin yo decir de quién se trata). Nada impide, desde luego, que Bazán exista, como ellos. Y que lo que ahí se cuenta sea verdad (o no, o lo sea a su modo). A veces, cuando paro en cierto recodo de La Mancha, por el Campo de Criptana, creo ver gigantes.

 

Varios lectores se han mostrado muy interesados por el tema de la picaresca en tu novela. ¿Podemos hablar de picaresca al leerla o más bien cervantismo? ¿O las dos cosas?.

Resulta difícil precisar. Es evidente que casi toda la historia (el manuscrito de Bazán) está escrita desde la perspectiva única de un individuo, lo que es propio de la picaresca, y que los ambientes de determinado tramo de la novela también lo son, pero tanto el prólogo como las notas de contrapunto finales introducen, como en escorzo, otros puntos de vista, lo que es cervantino, siquiera sólo de tradición o enfoque. Monólogo, pues, frente a diálogo; o si lo prefiere, aplicado a mi libro, monólogo que se vuelve, en cierta forma, diálogo. Es verdad que sobre esto me han preguntado en otras ocasiones. Un lector bastante agudo del libro -Luis López Valpuesta-, que pertenece a esa nómina no irrelevante de abogados, notarios, magistrados ilustrados de Sevilla, profundo conocedor de nuestra tradición literaria, me escribió una carta muy generosa sobre el libro y me dijo que, para él, Bazán no es un pícaro porque, pese a la rudeza de su vida y los descensos al infierno, tiene dignidad y orgullo.

 

En tu novela se desprende un conocimiento muy cuidado de la ciudad de Sevilla, incluso los lugares de los bajos fondos donde hay peleas en los muelles. ¿Realidad o ficción?.

Soy sevillano, siempre he vivido aquí y cuanto escribo y creo gira en torno a la Ciudad. La conozco bien y en mi juventud (o primera juventud, depende eso de cómo se mire) me he movido un poco por casi todos sus mundos, niveles, ambientes. Conozco el primer árbol que florece en sus plazas (si me permites la cursilería, no del todo gratuita) y el último barman que cierra en sus noches (o mañanas, según se mire, aunque ahora mi vida es más tranquila). Casi no he tenido nada que inventar respecto al episodio de los muelles que mencionas y toda la Sevilla de la médula del libro es, en parte, esa Ciudad de La Carbonería y los Lira, bullente de noche y vida y literatura, un lugar La Carbonería que he frecuentado mucho en períodos distintos de mi vida (de muy joven y hoy mismo, cuando dejemos de charlar tú y yo) y en que, precisamente, la novela se presentó hace unos meses de la mano de Paco Lira. Y los poetas del final, que aparecen como en un escorzo, son trasunto de poetas que conozco y en los que la Ciudad abunda, poetas malísimos o excelentes (y pienso, entre los segundos, en Enrique Barrero y Javier Barrera y J. L. Rodríguez Ojeda y en Víctor Jiménez, etc.).

Fíjate, por otra parte, que ésta es una ciudad conocida, cantada y loada hasta la saciedad, pero hasta cierto punto virgen: no hay ninguna novela, ninguna obra narrativa que la haya realmente retratado en profundidad. Casi todos sus grandes escritores han sido poetas, la han tocado lateralmente o han contribuido al tópico: a enmascararla, a llenarla de vaho o mierda, eso ya depende de cada cual. Y sus malos escritores no cuentan, claro. Escribir sobre Sevilla, sobre la Ciudad que se esconde tras la máscara, aparte de que en mí es natural porque es lo que conozco y he vivido hondamente, me produce la sensación (que es profundamente paradójica, vista desde fuera, pero no por ello menos sentida: menos vívida y auténtica) de estar introduciéndome en un terreno por descubrir, casi incontaminado por otras manos, otras retinas, otras miradas. Y poder sentir y hacer eso con una ciudad milenaria es, en tantos sentidos, un privilegio.

 

¿Por qué has publicado tan poco? ¿No has escrito todo lo que te gustaría o sencillamente has decidido no publicarlo?

Es una pregunta que me interesa mucho, porque tiene que ver con la reflexión que el escritor hace, no ya de su propia obra (que también), sino del quehacer literario. Si me permites, te recordaré una frase (un verso) de uno de mis poetas preferidos, Horacio, que escribió en su Ars poetica que hay que guardar lo que se escribe durante nueve años. En general, debo decir que he seguido con cierto escrúpulo esa regla y curiosamente la única excepción notable ha acabado siendo precisamente Los caminos del agua, debido al estímulo de un escritor y abogado sevillano (uno de esos letrados ilustrados de que le hablaba, que además es un gran narrador), José Manuel Sánchez del Águila (a quien íntimamente considero en buena medida mi descubridor: no sé si eso es algo de lo que pueda él enorgullecerse), que leyó un libro mío de derecho, como él ha contado muchas veces, incluso en la presentación de la novela, el Compendio histórico de derecho romano, que era manual de cabecera de su hijo, un libro de texto, científico pero tratado estilísticamente, creyó ver en él a un escritor y cuando nos fuimos conociendo más adelante me preguntó si tenía inéditos y, luego, si tenía inédita alguna novela… Sin esa generosidad de alma y ese gusto por lo mío, no habría publicado el libro: desde luego no ahora.

No soy muy de rular por las editoriales mareando papeles; no conozco a nadie en esos mundillos de Madrid y Barcelona y, francamente, no pierdo tiempo en ello. O los editores vienen a mí o alguien oficia de intermediario o me quedo tranquilamente viviendo mi vida: en el campo del derecho jamás he tenido problema para editar, por otra parte, en España y fuera de España. Por otro lado, no es una cuestión de orgullo o desidia -o no únicamente-: cuando escribo soy profundamente feliz, pero cuando el libro está terminado deja de existir para mí. Es de los demás, si se publica, o de nadie, al menos de momento. Y esa íntima conciencia, ese saber yo solo lo que he hecho, me gusta. Me hace fuerte: autosuficiente. No me interesan los cenáculos literarios, ni la televisión, ni los premios, odio las presentaciones propias (aunque, básicamente por amistad, me he visto envuelto en algunas) y la fama me parece un mal generalmente innecesario para el escritor, una consecuencia, en todo caso, pero jamás un objetivo. Como luego la novela le interesó a Paco Aranguren, que es un editor tan peculiar y un ser humano entrañable y particularísimo, decidí publicarla cuando ellos me animaron y Paco me abrió su colección en El Desembarco. Y sólo la había escrito hacía dos o tres años.

Pero volviendo de lo concreto a lo general de tu pregunta, te diré que en la literatura confío particularmente en otros valores, como el silencio, el anonimato, la espera… Son malas las prisas y las facilidades: no se da entonces lo que se puede dar y uno no es el escritor que pudo ser. Éstas que sigo son actitudes que responden a una visión particular del oficio de escribir y del acto de leer y no pretendo imponérselas a nadie. A veces pienso en que si fuese conocido no podría hacer lo que hago cuando paseo o entro en un bar, o en una tienda, o miro libros, quedarme con la vida que ahí se vive a mi lado, ignorándome o haciéndome participar de ella, pero con naturalidad, sin que los que la viven me vean viéndolos vivir, como un escritor, y no como una persona más, tan anónima y externa como ellos, que pasea, bebe, mira libros… Y fíjate que curiosamente lo que leo muchos años después me gusta como quedó, y apenas si retoco una frase, una palabra, una imagen, porque veo al escritor y al hombre que fui, y me vale, pero el texto ha adquirido con los años un poso nuevo y es entonces cuando sientes que el libro está listo para salir… Eso explica que sólo haya publicado dos libros propiamente literarios y sólo uno de creación, en sentido estricto, que es éste, el más reciente de los dos, y que aún guarde un baúl de inéditos del tamaño del de Pessoa -dicho esto sin perder la perspectiva de lo que ambos somos-.

 

¿Se compagina bien la docencia universitaria con la creación literaria? Por ejemplo Javier Cercas dijo que escribió "Soldados de Salamina" porque tenía mucho tiempo libre cuando estaba en su despacho.

Esta pregunta también me resulta interesante, por otros motivos. Cualquier profesión es compaginable, potencialmente, con la literatura, porque la literatura no es más que vida. Uno se imagina fácilmente a un Borges bibliotecario escribiendo sus cuentos o poemas entre aquella inmensidad de libros por entre los que deambulaba distraído y casi ciego o al Larra periodista, o a Umbral, que es columnista diario, pero Cervantes fue soldado y recaudador de abastos; Cortázar, traductor de la Unesco; Jean Rouaud, dependiente en un quiosco; Richard F. Burton, antropólogo y aventurero; Jean Genet, delincuente y chapero; Quevedo, espía y cortesano; san Juan de la Cruz, monje y visionario. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. Desde luego, son muchos los profesores universitarios que han sido escritores e incluso excelsos escritores: fray Luis de León, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Vladimir Nabokov, o más recientemente W. G. Sebald, Claudio Magris o Antonio Tabucchi. Abundan en todas las naciones cultas y en todas las latitudes y épocas. Pero yo hablaré sólo por mí, que es lo único en lo que soy (quizás) autoridad.

En una gentil entrevista que me hicieron en las páginas locales del ABC de Sevilla por el mes de abril me preguntaron precisamente cómo un profesor de Derecho romano había llegado a la literatura y le contesté al periodista que quizás la pregunta tenía que formularse al revés: cómo un escritor había llegado al derecho romano… Yo, íntimamente, soy escritor por encima de todo; lo he sido siempre y eso es independiente de que publique más o menos o de que mis libros se difundan mucho o los conozcan unos pocos. Lo que no me ha interesado nunca es dedicarme a la literatura profesionalmente: quiero escribir lo que quiera, al ritmo que quiera y sin presiones ni vencimientos. No soy una letra de cambio. Cuando el libro está, está y cuando está se mete en un cajón hasta que, un día, lo haces salir: o sale él mismo. Desde luego ha habido escritores profesionales gigantescos, y no pocos, pero yo sé lo que quiero y lo que conviene a mi literatura y a mi vida y cuando me refiero a lo que les conviene estoy pensando hacia y desde dentro, lo de fuera me preocupa muy poco. Si me paro a pensar, lo cierto es que publico mucho, pero en el campo de mi especialidad universitaria: libros o trabajos en revistas especializadas. Pero la literatura, para mí, es otra cosa: retiro, vida de adentro, una paz que se busca o se encuentra, desahogo, anonimato, cuentagotas. Y, por encima de todo, silencio. El ruido de los demás es malo, sean voces o aplausos. Fíjese usted que abundan los escritores que han muerto de éxito. Y han muerto para siempre.

Por otro lado, y volviendo a un flanco de tu pregunta, me gusta la docencia, me mantiene joven; me gusta la flexibilidad de horarios y que puedas organizarte; me gusta también la lectura, el estudio reposado de la historia y el derecho y aunque detesto muchas de las cosas propias del ámbito universitario y las mantengo alejadas por completo de mi vida (la adulación, las camarillas, los atropellos, las gigantescas envidias, la maledicencia), las realmente universitarias son actividades cercanas que se enriquecen con las puramente creativas: docencia, investigación, literatura… son ramas de un árbol. La frase de Cercas a la que te refieres me resulta en parte cercana, parece una bofetada al ocio mal entendido y a las fatuidades que abundan tanto en la Universidad (aparte de una ironía probablemente vuelta también hacia sí mismo, lo que es muy saludable), y es posible, además, que a él no le haya interesado gran cosa la investigación universitaria (que puede ser muy absorbente) y desde luego el pasilleo para hacer méritos (que es algo, sin más, destructivo). Y, aunque considero que son cosas completamente compatibles, naturalmente no merece la pena consagrar la vida a estudiar cosas que no interesan a nadie (o a casi nadie) si uno puede crear algo más duradero. Eso es incuestionable.

 

Una pregunta obligada: ¿qué escritores le han influido en su literatura?

Parece obligada, como dices. Y la contesto porque suele interesar vivamente a los lectores. Un escritor es tanto lo que ha vivido como lo que ha leído: leer es una forma también de vivir. Y eso vale para las faltas ortográficas -inolvidables- de Miguel Hernández o para un autor propiamente tan libresco como Borges. A veces a uno se le notan más los libros que la vida, eso es cierto, como a Borges; a veces, se ve que el escritor, aunque voraz lector, no ha vivido menos, como a Cortázar. Creo que algo de eso dije en un libro mío de ensayos de literatura (uno alfonsocastrode esos dos libros, el otro, de que hablé antes), "El titán y la flecha", hoy casi inencontrable, que se editó en Sevilla en una tirada diminuta (lo cual está muy bien) por un editor nefasto (lo cual también está muy bien, como experiencia; o sea, como literatura). Como comprenderás, la vida es imposible de resumir en unas pocas líneas; también esa otra vida de dentro que es la literatura. Estoy satisfecho -sin perder la perspectiva- de lo que he escrito y he sido muy feliz haciéndolo: es algo que depende, además, sólo de uno: lo que queda cuando lo demás se ha ido o no termina de llegar. Pero lo que de verdad me ha hecho feliz en mi vida (y, en la práctica, eso también depende sólo de uno, porque los libros ajenos están ya ahí) son los libros que he leído y luego he compartido con los demás. Para no dejar la pregunta a medias, te diré que mis gustos -como en la música, la pintura o el cine- son amplios -hoy a esto se le diría: eclécticos- y que los escritores que me han hecho disfrutar, por encima de todos, podrían ser, empezando siempre por Cervantes, Galdós, que es un escritor gigantesco minusvalorado -cada vez menos- por algún que otro pedante, Cavafis, Pessoa, Borges, Cortázar, Whitman, Rimbaud, Góngora, san Juan de la Cruz, Gracián, Sebastián de Covarrubias, "La Regenta" de Clarín, Balzac, Bernhard, Durrell, Dickens, María Zambrano, Cernuda. Y los clásicos grecolatinos, que hoy casi ningún escritor moderno lee, pero donde están los pozos más profundos de la verdad literaria: la primera frase, la primera metáfora, el primer argumento… Empezando siempre por Homero, Heráclito, que es, antes que nada, un poeta definitivo, Séneca, Lucano, Catulo, Esquilo, Sófocles, Tácito, Suetonio, César, Horacio, Virgilio, Tibulo, Marco Aurelio, Marcial… Demasiados nombres, me temo, y demasiado pocos.

 

Te das cuenta que el tema de tu novela es recurrente en la literatura: Antonio Soler escribió "El camino de los ingleses" (una historia de un grupo de amigos que va disgregándose y el protagonista que ama a una chica a la que tiene que olvidar) o por ejemplo Juan Marsé en "Si te dicen que caí" e incluso la reciente novela de Emili Teixidor, "Pan negro". ¿Por qué cree que ocurre esto? ¿Querer recuperar la adolescencia en la literatura? ¿Recuperar esa época de la historia de España?.

De esos libros que me citas sólo he leído el de Marsé, en la adolescencia, aunque me han hablado bien de los otros dos. Antes estaba completamente al día de las novedades; ahora vuelvo una y otra vez a los clásicos. Las lecturas que no defraudan. Sólo leo algo nuevo en el campo de la narrativa si me lo recomienda vivamente alguien de cuya opinión me fío o me envían el libro (siempre leo lo que me envían, sea un poemario o una monografía jurídica). No puedo, por tanto, responder a tu pregunta con pleno conocimiento de causa. Sí te diré que en el libro que escribí se retrata (o respira) no sólo la adolescencia, sino también la infancia, la juventud, el paso a la madurez, pero sí es cierto que los capítulos que tienen que ver con la adolescencia quizás tengan un peso especial, algo que se impuso con naturalidad mientras el libro se vivía y se escribió. Fueron, además, escritos de un tirón, límpidamente. Es como si tuvieran que decirse y tuvieran que decirse así.

En cuanto a la época del libro, la vida de Bazán, que es unos quince años mayor que yo, circula por cinco décadas y esa época obscura de nuestra historia a la que te refieres, cronológicamente, es la primera de su vida y aún la anterior a su vida misma: esas anterioridades que marcan a veces notablemente una vida y de las que también se trata en el libro. Que te hayas fijado particularmente en ella quizás responda en parte a tu pregunta: esa época marca porque cuando la miras (o la has vivido) hay que volver a ella alguna vez, poner orden, ajustar cuentas, levantar acta, para poder seguir adelante, incluso aunque alguien, si es muy joven, sólo haya podido conocerla a través de los libros o las películas o la memoria oral.

 

Tu novela en muchos momentos resulta fragmentaria, como una unión de flashes o recuerdos e incluso reflexiones. Capítulos cortos y ágiles. Cortázar hacía eso en "Rayuela" (y no es lo único que me ha recordado a esta obra). ¿Casualidad?.

Respecto de esto que me dices te diré que la vida es eso: colección de fragmentos, olvidos y recuerdos. La vida, más que vivirla, se recuerda y desde luego escribir es recordar: una forma privilegiada de la memoria. Un hombre más de acción que de otra cosa (aunque un hombre son muchas cosas), un hombre de silencio, como es Bazán, en definitiva, sólo puede escribir así: recordar así.

La unidad del libro la marca otra cosa: el propio hecho de recordar, el hecho mismo de un hombre que, en un momento determinado de su vida, cuando va a dejar de ser joven, cuando la vida se ha ido en parte llevándose tantas cosas y al mismo tiempo se queda contigo con lo definitivo, pasa revista, recapitula, mira atrás para echar a andar hacia delante. Un poco como el panta rei de Heráclito, que en el permanente fluir de las cosas halla la unidad del mundo.

(No tengo la sensación, por otro lado, de que eso me haya venido de Cortázar -escritor al que admiro mucho, desde luego-, pero eso nunca me gusta discutirlo. Uno sabe lo que lee mejor que nadie pero no sabe uno necesariamente mejor que los demás lo que en uno hay de otros.

Por otro lado, en tantos sentidos uno es otros que no sé si merece la pena detenerse en eso, no porque no sea interesante en teoría hacerlo, sino porque no sé si yo podría aportar algo relevante al respecto más allá de lo que le acabo de decir.)

 

Particularmente me ha resultado impactante el capítulo 28: Cuando llegué estaba muerta. Es una frase que contiene mucho. Parece un cuento corto de Augusto Monterroso o uno de los capítulos de "Rayuela". Siguiendo con la pregunta anterior, ¿por qué has decidido hacer este tipo de esquema?

Esto que me dices me lo han comentado buena parte de los lectores del libro que conmigo han hablado de él, empezando por casi todos los primeros que lo leyeron. Ese capítulo que dicen recordar, no menos el texto que el título. (Quizás sólo sea gentileza: hay gente muy gentil por ahí y a mí me gusta la gentileza.)

Naturalmente, esto fue una decisión perfectamente consciente. Aunque hay capítulos más largos, quería que el libro se leyese rápido y fluido, como el propio río de la vida que se recuerda y discurre. En general, una vida contada por el que la vive no interesa si el que la cuenta (y la ha vivido y sigue viviéndola al contarla) no abrevia. Pulpa y no paja. Y de la misma forma que uno recuerda sobre todo algunas cosas de su vida así quería yo que se recordasen algunos episodios, algunos pasajes y que se pudiese rescatar en el libro algo que es muy importante en la vida: eso que no nos atrevemos a decir, eso que se silencia, eso que, en todo caso, se sugiere, pero que nunca abandona, que acompaña siempre. Es evidente que una muerte puede describirse o nombrarse, pero lo segundo puede decir, si sabe hacerse, infinitamente más que lo primero. Igual ocurre con el amor, con el dolor o con el olvido, las cosas únicas que cuentan -que pesan- en la vida.

 

¿Qué hay de "El breviario de Sevilla"? ¿Se ha publicado ya, va a publicarse en El Desembarco? ¿Qué tipo de libro es?

"El breviario de Sevilla" es un libro -mitad narrativa, mitad ensayo: yo no creo, en cualquier caso, mucho en los géneros- sobre la Ciudad. La Ciudad de las máscaras a la que le quitan los antifaces en mitad del baile. El baile perpetuo, engañoso, de la Ciudad: de la mía, que es un poco todas y un poco ninguna. Un poco, también, sólo ella misma. Mi intención era publicar este libro antes que Los caminos del agua, pero cambiamos de idea a última hora. La verdad es que me preguntan mucho por él (lo que me agrada, porque, entre los míos, confieso que es mi libro favorito: no sé si el mejor; quizás sí), y los lectores -pocos- que han leído estos años algún pasaje -y este último año ha habido tres, incluso, muy de confianza, que lo han leído completo- suelen juzgarlo más representativo de lo que escribo que Los caminos... (nunca se sabe, desde luego). Lo publicaré seguramente este año, no sé si en El Desembarco todavía. Aún tenemos que verlo. En cualquier caso, saldrá pronto, porque de la misma forma que dejo dormir los libros largo tiempo (y éste ha dormido de sobra: una larga siesta digna de Horacio, aunque sea sólo en eso) soy intransigente sobre el momento en que han de editarse por vez primera. Y ese momento, para mí, es ahora.

 

¿Puedes decirnos cuáles son tus proyectos literarios inminentes?

Una vez que termine la edición revisada que preparo ahora del Compendio histórico de que te hablé antes, quiero terminar un pequeño libro que me acompaña desde hace algún tiempo. Se llama La muerte. Como ves, una cosa ligera. Quiero también publicar los poemas de Daniel Cota. En todo caso, estoy trabajando desde hace mucho tiempo, y ahora lo retomo con más dedicación, una historia -los editores rápidamente lo llamarían novela, y lo es incuestionablemente, desde ese punto de vista- sobre Sevilla mucho mayor que Los caminos del agua. Algunos lectores sevillanos que gustan de mis cosas (fuera prácticamente soy desconocido, si exceptuamos algo a Extremadura, donde transcurre parte de "Los caminos...": ni he editado mucho, ni se han editado muchos ejemplares de lo que he editado, ni me he preocupado lo más mínimo por "mover" las obras: no creo en eso) me han animado, incluso con insistencia, a que publique o emprenda lo que ellos llaman la Novela de Sevilla, que ciertamente, dicho así, no se ha hecho ni dentro ni fuera de aquí.

Y al margen, desde luego, de la literatura sevillanista que en general lo único que ha hecho es tejer una peste de tópicos sobre la Ciudad casi nauseabunda. (El breviario... viene a ser, entre otras cosas, un manifiesto de todo esto que aquí digo.) Este verano me retiraré un poco, junto al mar, a escribir estas cosas, con tranquilidad y sin prisas. Y en octubre volveré a las clases, a los hábitos. Y entre ellos, naturalmente, a los más queridos: deambular, conversar, seguir escribiendo.

 

Muchas gracias por tu atención y esperemos poder disfrutar de tu obra en un futuro y que tu nombre se dé a conocer más en toda España (no sólo como profesor de derecho).

Gracias a vosotros. Ha sido un intercambio agradable.

Hasta la próxima.

 

NOTA: La documentación para esta entrevista, así como algunas preguntas aportadas, se las debo a Ismael, Gustavo y su corte de amigos de Sevilla. A todos ellos, muchas gracias. Manel Haro.

© Fotografía: Alfonso Castro presentando en la Feria del Libro de Madrid un libro colectivo sobre Ortega, Meditaciones sobre Ortega y Gasset (Madrid, Editorial Tébar, 2005).

 

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