delirium

Opinión:

Si hay algo que nos diferencia de los animales y de los robots no es sólo nuestra capacidad de razonar, si hay algo que realmente nos otorgue condición humana es la facultad de experimentar sentimientos, en especial el poder sentir amor hacia nuestros congéneres. Un mundo sin amor sería un mundo perfecto, puede que sí, pero también tremendamente frío, aburrido y aséptico, al menos así es el escenario distópico que se presenta en “Delirium”.

Interesante punto de vista el que plantea Lauren Oliver en este primer libro de la saga al saber entender el amor como algo más que su vertiente romántica y considerarlo a su vez causa y efecto de otros sentimientos igual de profundos.

En unos Estados Unidos cerrados totalmente al mundo exterior la sociedad ha sido robotizada y aleccionada desde hace años, las relaciones surgidas después de los dieciocho años son controladas por el gobierno y forzadas, tanto que las madres tiene que aprender a cuidar de sus hijos ya que, tras la operación, han perdido toda capacidad de amar. Esa imposibilidad hace que nadie anhele nada, que tampoco se odie, se compadezca o se sienta pena por personas o situaciones concretas un panorama desolador que nos hace entender eso de que el amor mueve el mundo, ante su falta parece que todo se vuelve estático y el resto de las cosas carecen de importancia. Esa pasividad se traduce en estilo pausado, lento en ocasiones, en la narración en primera persona de la protagonista, una chica normal, apocada, cumplidora de las leyes de su nación y que vive con el temor de que la cura no funcione con ella como ya pasó con su madre.

La operación que sufren los pobladores del continente tiene una consecuencia totalmente paradójica y bien reflejada en la trama, supuestamente al eliminar el dolor por las pérdidas, los amores no correspondidos, los deseos no alcanzados se alcanza la felicidad pero ya ninguno es capaz de sentir nada, están tan abotargados que sus vidas se reducen a un devenir de días rutinarios y vacíos teniendo como resultado lo que cualquier persona no curada llamaría infelicidad. Fruto de este paso, esta especie de sacrificio al alcanzar la mayoría de edad, es la pérdida total de la persona ya que, a fin de cuentas, somos lo que somos por las vivencias y sensaciones que hemos acumulado a lo largo de nuestras vidas y todo esto desaparece por obra y gracia de un bisturí; en cierto sentido los personajes de “Delirium” no tiene pasado ni futuro, el primero lo recuerdan distorsionado, el segundo no tiene lugar realmente al carecerse de metas y ambiciones.

Por supuesto siempre hay alguien que se resista, los inválidos, aquellos que han decidido no curarse o en los que la cura no ha tenido efecto serán los encargados de mantener viva la llama de la esperanza aunque para ello, en un acto tan contradictorio como el futuro que nos presenta la autora, tengan que luchar y matar para preservar ese sentimiento. Esa lucha interna es la que lleva a Lena a valorar sus opciones, un mundo en el que todo está controlado u otro en el que las emociones toman el mando y nos descubren una realidad agridulce, sacando como conclusión que para ser feliz hay que haber sido desgraciado con anterioridad y la cura imposibilita ambas sensaciones. En el momento en que la protagonista descubre qué es el amor es cuando deja de estar ciega, justo al contrario que siempre le enseñaron y, en un rapto de justicia poética, ve el mundo que la rodea con los ojos del corazón ya que los suyos propios llevaron una venda durante años. Caemos entonces en la cuenta de que en realidad no se trata de despojar al ser humano de la capacidad de amar, todo es cuestión de esa cosa tan abstracta que llamamos libre albedrío y al arrebatárselo a las personas se lleva con él la capacidad de elegir aunque no siempre se haga de la manera correcta.

Lauren Oliver  convierte su novela en una metáfora sobre la deshumanización y la insensibilidad que cada vez abundan más en la sociedad, aunque se echa en falta una personificación de ese enemigo y una explicación más profunda del porqué se ha llegado a esa situación.

Por amor se hacen locuras, tonterías, se deja de pensar en uno para convertirse en el otro, es una especie de locura transitoria que no nos deja pensar con claridad pero, por suerte, todos caemos presa de ese “Delirium” en un momento de nuestras vidas y sólo por eso la vida merece ser vivida porque sin amor no somos nada.

Patricia Rubiera